“Tenía 10 años la primera vez que mi mamá me llevó a una doctora que, según ella, sería la gran ayuda que yo necesitaba para frenar y revertir la obesidad que en ese momento tenía. Yo era muy chica y pesaba mucho más de lo que correspondía a mi edad, por lo que tuve problemas tanto físicos como emocionales, un camino que recién ahora me doy cuenta de lo tortuoso que fue (y sigue siendo) para mí, pero también para ella. Recuerdo las prohibiciones de ciertas comidas y cómo yo sufría con esto y me doy cuenta de que ese sufrimiento ella también lo vivía.

No me puedo imaginar la frustración que debe haber sentido cada vez que íbamos a la doctora, cuando me subían a la pesa y no había bajado ni 100 gramos. Y aunque ella hacía todo lo que había que hacer, porque nunca me faltó nada para cumplir mi pauta alimenticia y nunca falté a un control con la doctora, como al final nada de eso resultaba, las dos sentíamos pena y rabia. Crecí en un ambiente en donde todo era “no”. No podía comer las cosas que los niños normales comían, ni siquiera en los cumpleaños, momentos que espero nunca más tener que volver a sentir.

A los 17 años me fui de intercambio a Estados Unidos y al estar sola por primera vez, me lo comí todo. No había limites. A nadie le importaba que fuera subiendo de peso rápidamente. Además, como la mayoría de mis compañeros de colegio eran obesos o tenían algún grado de sobrepeso, eso nunca fue tema. Todo hasta que meses después mi mamá me vio y se encontró con una hija que pesaba 105 kilos.

Al verme comenzó una nueva cruzada para que yo bajara de peso. La dieta no era suficiente, así que comenzamos a averiguar y me operé de un bypass gástrico. Otra vez ella hizo todo al pie de la letra: me hizo las papillas, me daba los remedios a las horas que correspondía, me llevó a la psiquiatra y al psicólogo, y aunque no nos sobraba la plata para nada, siempre se las arregló para que yo tuviese todo lo que necesitaba para lograr el tan ansiado peso ideal.

No me imagino la ansiedad que todo esto tiene que haber producido en mi mamá. Pasaban los días y las semanas y nuevamente fracasaba. No estaba bajando de peso a la velocidad que los doctores esperaban, lo que hizo que inevitablemente nuestra relación se convirtiera en una de peleas, de mucha frustración. Yo ya no sabía qué más hacer, estaba tan cansada que no quería más guerra.

Creo que mi mamá siempre ha estado más pendiente de mí que de mi hermano. Incluso que de ella misma. Siempre fue mamá de su hija que tenía problemas de peso, a la que no le iba bien en el colegio y que siempre fue su mayor preocupación. Y yo sentía que le seguía sumando problemas a la lista.

Al entrar a la universidad y luego del bypass gástrico retomé mi vida normal. Era común que los viernes y sábados saliera con mis amigos y bebiera alcohol. Hasta antes del bypass nunca había sido tema, pero luego de la operación todo cambió. No me quería dar cuenta de que el exceso de alcohol se estaba convirtiendo en un problema para mí. Y perdí amigos, muy buenos amigos que extraño hasta el día de hoy. Y otra vez la peor parte se la llevó mi mamá, quien intentó como pudo que yo dejara de tomar.

Me duele mirar hacia atrás y recordar todo esto. No me imagino qué tiene que haber sentido el día que me internó en una clínica de rehabilitación. Había tocado fondo y con eso vino un proceso en que mi mamá dejó todo de lado para ser mi sombra. Entré a un programa ambulatorio en donde ella también tenía que ir y mientras los que teníamos problemas con alguna adicción nos reuníamos, lo mismo hacían los familiares en otra sala. Me imagino que fue la primera vez que se sintió acompañada y con un poco de esperanza.

Creo que verla agotada y con el alma triste me hizo querer parar mi alcoholismo. Por primera vez sentí que mi mamá estaba perdiendo la fe. Toda la vida había estado pendiente de mí y yo toda la vida le había dado problemas.

Mi mamá siempre ha sido mamá y ha tenido pocos o ningún espacios para ser solamente ella. Por eso es que quiero agradecerte todo el amor, todo el apoyo, toda la contención que me has dado siempre. Si no ha sido fácil para mi, ahora sé que para ti tampoco. Pero ahora las cosas son diferentes. Ya llevo 2 años y medio en abstinencia y aunque nunca he logrado mi peso ideal, sí estoy mucho mejor que antes.

Mamá, ahora es tu turno. Cuídate tú, que nunca lo has hecho. Disfruta la vida, sal más. No te preocupes más por mí. Yo estoy bien, ahora te toca a ti. Si vas a cuidar de alguien, que sea de ti misma”.

Paulina tiene 31 años y trabaja en exportación de frutas.