Sentaste a disfrutar de hacer nada no es algo fácil. No se trata de holgazanear ni evadir responsabilidades, sino que de darse el tiempo de disfrutar unos minutos para hacer absolutamente nada. Los ritmos acelerados de la vida moderna, acentuados en pandemia, glorifican el estar ocupados y castigan el hacer nada como una forma de perder el tiempo. Sin embargo, esto necesariamente no es así. En Italia, se ocupa mucho una frase que con solo escucharla produce una grata sensación y es il dolce far niente: lo dulce de hacer nada.

Quienes hayan visto o leído Comer, rezar y amar probablemente ya saber de qué se trata. En la novela de Elizabeth Gilbert se habla del arte de hacer nada como una habilidad para disfrutar y saborear el momento presente, con la conciencia de vivir el minuto al máximo de una forma relajada y descansada. Y hoy más que nunca ese llamado hace un especial sentido. Es que en tiempos de Covid, la sensación de improductividad es mayor ya que estamos constantemente pensando en las cosas que tenemos que hacer o en aquella la lista de pendientes y cuando nos encontramos haciendo nada, nos invade la sensación de culpa y la ansiedad.

Sin embargo, a luz de esta frase, los tiempos “muertos” realmente nos sirven para descansar y pensar de manera provechosa. El científico y escritor Andrew Smart en su libro de El arte y la ciencia de no hacer nada describe que cuando el cerebro recibe un bombardeo de estímulos como mails, llamadas telefónicas, mensajes de texto, actualizaciones de redes sociales, encargos o revisar la lista de tareas pendientes, está ocupado respondiendo lo que el especialista en neurociencias Scott Makeig, denomina “el desafío del momento”. Makeig asegura que es muy importante ser capaz de responder esas demandas, pero si ese momento se convierte en todos los minutos de todos los días de todos los meses del año, al cerebro no le queda tiempo disponible para establecer nuevas conexiones entre cuestiones inconexas, identificar patrones y elaborar ideas. En otras palabras, no le queda tiempo para ser creativo.

Por esto mismo, asegura que relajar la mente “da sustento al autoconocimiento, los recuerdos autobiográficos, procesos sociales y emocionales, y también a la creatividad”. Para esto, la escritora Veronique Vienne invita en su libro El arte de no hacer nada a perfeccionar la práctica de procrastinar, para que las actividades mercenarias no controlen la vida. ¿Cómo? Lo primero es respirar, pues una señal de felicidad es cuántas veces se suspira con alivio. ¿Y qué más? Aprender a esperar; mientras se espera a alguien que llega tarde a una reunión de Zoom, no hay que consultar obsesivamente el reloj. Es mejor silbar y darse una vuelta. Así se pasa del “modo hacer” al “modo ser”.