La mayoría de las víctimas de una agresión sexual sienten culpa. Porque creen que provocaron a sus atacantes o que no debieron haber estado donde estaban; o que no deberían haber tomado alcohol, ni llevado la ropa que tenían puesta. Y cómo no, si viven inmersas en un mundo regido por la cultura de la violación, que ONU Mujeres define como “el ambiente social que permite que la violencia sexual se normalice y justifique, alimentada por la persistente inequidad de género y actitudes sobre género y sexualidad”. Y se trata de una culpa difícil de tratar, porque es multifactorial y viene de distintos lugares, provocada por diferentes motivos. Está, por ejemplo, la culpa principal que es por creer haber causado, de alguna forma, que el abuso haya ocurrido en primer lugar. Pero luego vienen otras, como la que surge por no denunciar -¿mi abusador abusará de otras porque no hablé?-, y la culpa por sí denunciar -¿le arruiné la vida a alguien, a una familia?-.

“El sistema de la culpa es parte del fenómeno del abuso sexual”, asegura la psicóloga Javiera Donoso, especialista en reparación de daño emocional. “En la infancia, por ejemplo, es una de las emociones con las que el agresor manipula y logra que la víctima no cuente, no denuncie. Que se quede en silencio culpándose con la idea de que hizo o dejó de hacer algo para que esto le pasara”, dice. Así, la culpa, en el caso de los abusos sexuales, es aquello que permite la perpetuación, mantención y repetición de los episodios de agresión. “Pero más que venir de la sociedad, que claramente juega un rol importante, el responsable siempre es el agresor”, enfatiza la especialista, y añade: “El agresor es el que te hace sentir que es imposible que exista este abuso si no existes tú. Es el sentimiento de que de alguna forma fuiste responsable de que te pasara”.

“Mientras sucede un abuso o agresión sexual, hay un manejo del agresor a través de la manipulación. ‘Tu sí quieres, si llegaste hasta acá es porque sabías a lo que venías. Si no querías me lo debiste decir antes’. Lo mismo pasa con los niños: ‘si aceptaste este regalo tienes que aceptar que te pase esto’. La culpa es parte de una estrategia de manipulación que ocupan los agresores para perpetuar el abuso y mantener en silencio el delito”, dice Donoso.

En el artículo Víctimas de violación y la falsa sensación de culpa, publicado por los criminólogos de la Universidad de Berkeley, Julia Schwendinger and Herman Schwendinger en la compilación Perspectiva latinoamericana de crimen y justicia social, entrevistan a una mujer llamada Nancy, quien sobrevivió a una violación en la vía pública. Su recuento de los hechos deja muy en claro cómo una víctima puede adjudicarse, en mayor o menor medida, la responsabilidad de lo que le pasó: “No reaccioné lo suficientemente rápido para arrancarme, y cuando me di cuenta de lo que estaba pasando miré a ambos lados de la calle y no vi a nadie. Ningún auto a la vista. Los departamentos al otro lado estaban vacíos porque los estaban remodelando, y yo estaba a una cuadra de distancia de otros departamentos”. Cuando los investigadores le aseguran que ella no es responsable de lo que le ocurrió, ella replica: “Sí, sí, pero no puse ninguna resistencia física, lo que más tarde fue un problema en lo que respecta a la policía”.

Javiera Donoso explica que como sociedad “responsabilizamos a la víctima con la tarea de salir de la situación de abuso, olvidando que está en una posición de fragilidad, vulnerabilidad, desamparo y desprotección. Las redes de apoyo siempre les piden demasiado, en vez de ser un lugar que empodere, acompañe y facilite el proceso de la denuncia”. Y aunque el ataque que detalla Nancy sucedió en la década de los ochenta, la psicóloga asegura que incluso hoy una persona podría ser revictimizada a la hora de hacer la denuncia: “Si vas a la fiscalía tienes mayores oportunidades de recibir contención, porque están más entrenados para hacerlo, pero si vas a una comisaría te podrían revictimizar porque no tienen la preparación adecuada para recibir estas denuncias. Es probable que las preguntas se enfoquen en ‘qué hacías en ese lugar con esa persona’”.

Más allá de sentir culpa por lo que pasó, muchas víctimas se sienten responsables por lo que podría pasar después. Como explica la psicóloga: “muchas veces las víctimas no denuncian, primero porque al no tener claro lo que es el consentimiento no están seguras de si fueron abusadas o no, pero también porque no quieren avergonzar a sus familias, producirles un daño o dolor. O temen que se genere una rabia irracional y que, por ejemplo, el papá quiera ir a matar al sujeto”. Un informe del Minsal publicado en conjunto con Unicef y el Ministerio Público en 2016, asegura lo evidente. Que los registros de denuncias de abuso sexual no corresponden a la prevalencia, en cuanto un pequeño porcentaje de las víctimas reporta la agresión. Ese gran número que no se denuncia se conoce como “la cifra negra” de las estadísticas de delitos sexuales. Y hacen alusión a un estudio de 1992, preparado por la Universidad Católica para el Sernam, donde se estima en 20.000 los delitos sexuales anuales, pero que la denuncia no supera el 20% de los casos. En el caso de las violaciones, se denunciaría menos de un 10% de los casos.

La Coalición Nebraska es una organización norteamericana que busca ayudar a reparar el daño emocional de las personas que han sido víctimas de abuso. En su documento, Reacciones comunes de sobrevivientes de agresión sexual escriben: “Si el violador era una persona que la víctima conocía o que le importaba, le va a preocupar qué va a pasar con él si denuncian el ataque a la policía. Puede que tengan una actitud negativa hacia el sistema de justicia criminal, y puede que se sientan culpables por renunciar. Muchos sobrevivientes quieren que el violador reciba terapia en vez de una condena en la cárcel”.

Por otro lado, se ha demostrado que denunciar no implica que te van a creer. “Las víctimas son súper cuestionadas”, dice Donoso y añade: “El hashtag #tecreo se está haciendo más visible, pero no siempre te creen, muchas veces te cuestionan”. Esto pasa comúnmente cuando el agresor tenía “una conducta intachable”, o cuando se trata de miembros de la propia familia. Según la psicóloga, en este último caso se han registrado situaciones bastante dramáticas: “Se producen divisiones si, por ejemplo, un primo viola a una niña. La familia se tiende a separar entre los que creen y los que no, y eso deriva en un quiebre irreversible que algunas víctimas se prefieren evitar”.

Por eso es tan importante destacar que la culpa nunca es de la víctima. Que no importa dónde estaban, con quién andaban, la hora ni qué tenían puesto. Tampoco es de la amiga que la dejó sola, ni de la mamá que no se dio cuenta. La culpa del abuso siempre es responsabilidad del agresor, así como todo lo que pueda pasar después. Siempre deberían ser denunciados y nunca es tarde para hacerlo. Y aunque en algunos casos puede faltar preparación, existen instituciones en las que se pueden reportar estos ataques.