Necesito partir diciendo que construir mi amor propio ha sido probablemente la tarea más difícil que me ha tocado en la vida. Crecí llena de complejos e inseguridades, y ahora que soy una mujer adulta, esos complejos me resuenan constantemente; en mi físico, en mi sexualidad, en mis relaciones y probablemente en todos los ámbitos de mi vida. Y lamentablemente durante un tiempo fueron otras mujeres las que me ayudaron a fomentar esas inseguridades.

Cuando entré a la universidad, conocí a dos mujeres que fueron mis amigas durante todos esos años de estudio. Tuvimos buena onda el primer día y desde entonces comenzamos a tomar ramos juntas y a compartir otros espacios como los recreos, los almuerzos, luego las juntas en casa a estudiar y hasta los carretes. En un comienzo lo pasaba bien, me sentía parte de un grupo. Pero comenzó a pasar el tiempo y algo me incomodaba, aunque no lograba entender muy bien qué era.

Ella dos eran mujeres de personalidad más fuerte, mucho más resueltas que yo, que estaba llena de trancas, especialmente con mi físico. Recuerdo que una de las primeras veces que me sentí mal fue en una oportunidad en que, mientras estudiábamos en el patio en una ventana de clases, pasó por delante nuestro una compañera de carrera, que había llegado hace poco. Mis amigas empezaron a hablar mal de ella, yo también les seguí el juego –como muchas otras veces lo hice–, pero entre las bromas surgió el tema de sus pechugas. Era pechugona y se reían de eso, sin razón, pero también sin pensar que yo también lo era y que quizás eso me podría molestar. Aun así les seguí el juego por miedo a enfrentarlas, pero también por miedo a enfrentar mis propias trancas. Y así como esa vez, me pasó otras tantas en las que entré en una dinámica tóxica de hablar mal de otras mujeres, como si nosotras tres estuviéramos en un podio que nos ponía a otra altura.

Por mucho tiempo, aunque me molestaba ser parte de eso, no hice nada. Pero luego salimos de la universidad, nos empezamos a ver menos y conocí a otras mujeres que me hicieron ver que es importante hacerse cargo de esa incomodidad. Y es que una de las cosas que ha hecho el patriarcado es hacernos creer que si a la otra mujer le va mal, una puede brillar. Es como si el amor propio sólo fuera posible si la otra es menos que una.

Hace poco también me encontré con una cuenta de Instagram en la que promocionan un taller de amor propio más allá del empoderamiento, y se preguntan si las mujeres podemos construir nuestro amor propio sin boicotear a otras. Me hizo tanto sentido, porque entonces descubrí que la dinámica que repetimos incansablemente con mis compañeras de universidad tenía que ver con eso mismo; ellas reforzaban su amor propio en desmedro o criticando a otras. Y estoy convencida de que no éramos las únicas. Cuántas veces hemos escuchado frases como: “Mira qué gorda está”, “Esa ropa le queda pésimo”, “Se ha dejado estar”, entre otras. Y también al revés, solemos hablar de aquellas que se atreven a mostrarse y a lucir el cuerpo como desean. O cuando se salen de la norma y se visten de una manera llamativa. Pero ¿por qué nos molesta tanto que la otra se atreva a ser como quiera ser?

La psicóloga que promovía este taller escribió que muchas veces nos incomoda y nos hace sentir vulnerables que otras mujeres vivan en sus términos cuando, tal vez, nosotras no lo hacemos por seguir los estereotipos y los mandatos de lo que implica quererse a sí misma. Al final tiene que ver con las inseguridades que todas –en mayor o menor medida– tenemos por haber crecido en una sociedad y un sistema que fomenta la competencia femenina.

Y por eso mismo me resuena y, al mismo tiempo, me asusta tanto la pregunta inicial. ¿Llegará el momento en que aceptemos la diferencia de otra mujer? ¿Dejaremos la idea de boicotear a otra para que una brille? Pienso que es difícil, pero confío en que el contexto actual nos ayude. Aunque se hace necesario hacer un trabajo personal e interno, colectivamente podemos avanzar en comprender que la única manera de romper con los estereotipos y fomentar el amor propio es tratarnos con respeto, empatía y cariño. Intentar salir de la trampa de ser las más lindas, simpáticas e inteligentes. Porque el amor propio no se construye destruyendo y criticando a la otra, sino que entre nosotras.

Fernanda Salinas tiene 29 años y es periodista.