LA PREGUNTA

Sé que suena pésimo y quiero aclarar que no es que lo odie a él ni ser mamá, solo que después de varios meses encerrados en un departamento pequeño, me pasa que a ratos siento que no soporto a mi hijo de 6 años. Sobre todo me pasa en esos momentos en que hace pataletas o cuando me discute todo lo que le digo. Quizás antes también lo hacía, pero como ahora pasamos más tiempo juntos, nuestros conflictos son más seguidos. ¿Soy una mala mamá por sentir esto?

Fabiola, 41 años.

LA RESPUESTA

La psicóloga clínica especialista en bienestar y calidad de vida de la mujer, Carolina Mutschler, es enfática en la respuesta: “sí, es normal que las madres algunas veces no soportemos a nuestras hijas e hijos”, aclarando que es absolutamente esperable y que puede pasar con cualquier persona con la cual nos toque convivir de manera más cercana. “Esto pasa porque cada relación tiene sus características y particularidades, y en ellas debemos tener en consideración que influyen factores como aspectos de la madre, la personalidad, situaciones de vida, cuán estresadas estamos o qué problemas tenemos”, agrega. A veces las madres contamos con poca contención y nos sentimos bastante solas o con pocas herramientas para enfrentar los cambios de humor o enojos de nuestros hijos. “También hay aspectos de los menores como el temperamento o la etapa de desarrollo en la que se encuentran, y factores ambientales como la pandemia, durante la cual hemos tenido que compartir con ellos mucho más de lo normal. Al final tiene que ver con que no todo depende de nosotras, porque las relaciones y la comunicación son complejas y multidimensionales”, explica.

Y este último punto es clave, porque lo que suele pasar cuando una madre tiene este tipo de sentimientos es que aparece la culpa. Tiene que ver con lo que plantea la periodista española y autora del libro Mamá desobediente, Esther Vivas. Ella dice que la culpa por no estar todo el tiempo con nuestras hijas e hijos, pero al mismo tiempo sentirnos ahogadas cuando pasamos el día entero con ellas y ellos, se llama ambivalencia, una palabra que define la maternidad de manera muy precisa. “La madres de hoy vivimos con dos fantasmas que nos persiguen a diario: el de la madre perfecta y abnegada versus la mujer independiente y exitosa que las hace todas, dos modelos que encajan en el sistema y que se espera cumplamos indistintamente”, dice Esther en su libro, donde también plantea que ese tipo de maternidad perfecta es inalcanzable y el resultado de esto es que las mujeres sentimos mucha frustración y ansiedad.

Carolina concuerda. “Al sentirnos superadas y agobiadas en nuestro rol de madre, inmediatamente deviene la culpa, ya que si bien es una relación que nos genera emociones satisfactorias y placenteras, también está determinada por estereotipos y mandatos sociales y de género que provocan que nos sintamos en “deuda”, pues es muy difícil llegar a ser esa madre perfecta, ciento por ciento disponible, contenedora, que está siempre de buen humor, con energía y cuyos consejos suelen ser precisos y asertivos”, dice. Y explica que la maternidad idealizada e inalcanzable dificulta el reconocer y apropiarnos de nuestras propias necesidades, como cuando estamos sensibles o cansadas. “A partir de esto se entiende que es imposible estar receptiva y disponible siempre, es más, es humano y esperable que así sea. El gran problema es que en vez de aceptar esto como algo natural, deviene la culpa y entonces las mujeres vivimos la maternidad desde emociones contradictorias: Quiero estar con mis hijas e hijos, pero necesito mi espacio; quiero desarrollarme como madre, pero necesito de mi desarrollo personal; los educo, pero los malcrío; los amo pero no los soporto a ratos”, aclara.

En este contexto puede ser fácil descargarse con las hijas e hijos, porque es con ellos con quienes nos sentimos más exigidas y demandadas. “Son además a quienes solemos tener más cerca y quienes también nos ponen a prueba y desafían. Y puede pasar también que descarguemos nuestra frustración de habernos postergado en el desarrollo personal o laboral por haber priorizado la maternidad”, añade la psicóloga.

¿Cómo lo manejamos?

Carolina dice que es necesario cuestionar y deconstruir los mandatos relativos a la maternidad, ya que estos muchas veces nos impiden desarrollarnos como personas en todo lo que va más allá de las funciones maternas. “Son una forma de control social, muy arraigado en el patriarcado. Así, cuando intentamos desafiarlos, maternar de manera distinta o no maternar, se gatilla la culpa. Ante esto debemos intentar desarrollar un estilo propio de ser madre que nos acomode, que ayuda a no enganchar con los sentimientos de culpa. Y si esta aparece, de igual forma debemos cuestionarla”. Vale la pena preguntarse: ¿Tiene que ver conmigo o con esta maternidad idealizada que se me impone desde afuera y que siento que puedo cumplir por mucho que me esfuerce?

También debemos recordar que todas tenemos una historia personal y colectiva como mujeres que ha dejado una impronta en nosotras, en cómo miramos el mundo y nos vinculamos, que no podemos desconocer. “Tratar de ser comprensivas y no juzgarnos entre nosotras es un aporte. Aceptar que la mayoría de las veces trato de hacerlo bien, sin embargo a veces no resulta porque no somos perfectas. Es necesario humanizar el rol de madre”, agrega Carolina, quien además recomienda que las madres seamos capaces de reconocer otras áreas de interés y no nos auto posterguemos todo el tiempo. Esto implica dejar espacio para otras actividades, permitirnos gozar con otras cosas que no sean exclusivamente la maternidad, cuestión que favorece una mejor relación con nosotras mismas y con los demás, incluidos las hijas e hijos.

Recomienda también tener en cuenta que existen otras personas centrales en la vida de las y los niños, como el padre –u otra– con quien se deben compartir responsabilidades. “La corresponsabilidad es central para que la crianza no se transforme en un factor de estrés que pueda deteriorar las relaciones familiares. Además de enseñarles a las y los menores que las relaciones se construyen y no son unilaterales. La buena convivencia no depende solo de la madre o del padre, también implica un esfuerzo de ellas y ellos.” Y por último –concluye Carolina– se debe tener en cuenta que las relaciones con las y los hijos son dinámicas y van cambiando con el tiempo. “Lo que está mal hoy va a estar mejor mañana. A veces es bueno dar tiempo al tiempo si no son situaciones muy complejas y siempre mantener un diálogo abierto; saber pedir disculpas cuando siento que me he equivocado y aceptar y reconocer la ambivalencia como una característica propia de las relaciones con figuras significativas, porque es parte de la vida y de las relaciones humanas”.