Hace unos días, el presidente estadounidense, Barack Obama, propuso a Merrik Garland como su candidato para reemplazar al fallecido juez Antonin Scalia y, si bien el destino de esa nominación se ve hoy incierto, la jugada da que hablar.

Como ya es común en los supremos de EE.UU., las credenciales de Garland son impecables. Graduado de Harvard, lleva casi 20 años como juez en Washington DC donde llegó designado por el presidente Clinton. Antes de eso trabajó en el sector privado y en el Ministerio de Justicia. Es considerado un moderado; mucho más que las otras dos nominadas por Obama, las juezas Sotomayor y Kagan. Pero aun así su corazón, como recientemente lo calificó el Profesor Charles Fried en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, "late al lado izquierdo".

Es por eso que el camino que viene tiene dificultades. Su nominación requiere ser aprobada por el Senado donde los republicanos tienen mayoría. Además, desde hace tiempo el líder de esa cámara viene advirtiendo que no permitirá que se vote una nominación hecha por un presidente a quien le resta tan poco en el poder. Prefiere, asegura, que sea el próximo mandatario y el próximo Senado quienes tomen esa decisión.

La estrategia de los demócratas es presionar para que se inicien las audiencias y el nombre se lleve a votación. "Do your job" es el slogan que amenazan repetir durante todo este año. Y entre los republicanos ya se empiezan a oír voces disidentes. Temen que, si triunfa Hillary, el nombre futuro sea más extremo. También, siempre ronda la posibilidad que los republicanos pierdan la mayoría en el Senado en noviembre.

La gran duda que despierta Garland es cómo, siendo tanto tiempo juez en una corte que falla casos polémicos, ha logrado mantener un aprecio generalizado entre políticos y litigantes. La fórmula es su discreción y apego a los precedentes y a la ley. El New York Times da cuenta que sus decisiones reflejan a un "juez modesto" con una concepción limitada del rol que deben jugar éstos. Así lo dejó ver en su audiencia de confirmación hace ya más de dos décadas: "los jueces no son comisiones itinerantes que resuelven los problemas de la sociedad. El rol de una corte es aplicar la ley a los hechos que se le presentan".

Como es de esperar a la relevancia del cargo, sus decisiones ya están siendo objeto de escrutinio. Y ahí es donde no es posible sacar conclusiones tajantes. En SCOTUS, un blog especializado en la Corte Suprema, ya se analizaron decenas de sus votaciones en temas criminales, administrativos, de derechos civiles, libertad de prensa y otros. Así puede apreciarse que en asuntos de política criminal —por ejemplo, sentencias que fortalecen atribuciones de las policías— Garland se alinea con los conservadores. Pero también se advierte que votó recientemente limitando las donaciones a campañas políticas de empresas lo que lo tiende a alinear con el lado izquierdo de la Corte. Muestra a su vez una intensa deferencia en favor de las decisiones del gobierno, apoyando regulaciones administrativas en decenas de casos. Y en transparencia, tiende a votar por decisiones que la promueven.

Con todo, la nominación es improbable. Y es que el asunto es demasiado importante para que un Senado republicano le conceda el punto a un presidente demócrata. Más aún si esta designación "desequilibra" en algo la historia: Clinton dejó dos supremos (Ginsburg y Breyer); Bush hizo lo propio con Roberts y Alito. Y, en cambio, este sería el tercero de Obama.