El arquitecto Cristián Fernández fue, junto a su familia, uno de los manifestantes de la icónica marcha del "millón doscientos" que el 25 de octubre impresionó al país. Cuatro días después, vio a través de las redes sociales y los medios cómo uno de los edificios que lleva la firma de su oficina era atacado e incendiado: el hotel del sector de Santa Rosa con Alameda, que tuvo que ser evacuado. El 22 de noviembre, su obra más emblemática, el GAM, sufrió el más grave de los cuatro incendios que ha registrado hasta la fecha. Un hecho que nuevamente le puso punto suspensivo a un proyecto impulsado en el primer gobierno de Michelle Bachelet, luego del incendio que afectó al alicaído edificio Diego Portales en 2006, debido a una falla eléctrica. Por motivos presupuestarios y administrativos, la construcción debió dividirse en dos etapas. La primera se inauguró en 2010. La segunda contempla una sala para espectáculos artísticos con capacidad para dos mil personas y la conexión hacia el barrio Lastarria, hoy igual de lastimado

-¿Cómo has vivido los cuatro ataques incendiarios al GAM?

-Ha sido muy impresionante y triste. Uno como arquitecto construye, encarna sueños, objetivos. El verbo encarnar está muy relacionado con la arquitectura, ya que en el fondo, como arquitecto, lo que haces es materializar un encargo que puede ser conceptual, ideal. Y uno se encariña con las obras. Para los arquitectos, constructores, ingenieros, obreros, las obras son hijos y conllevan procesos muy largos. El concurso para hacer lo que luego fue el GAM fue en 2007. Lo que se quemó ahora es la obra gruesa de la segunda etapa, prácticamente incombustible, de hormigón y fierro. Pero todo lo que se podía romper y quemar, se destruyó: los vidrios, las instalaciones y tableros eléctricos. Eso, como a esta altura pasa con el país completo, provoca incertidumbre respecto de cuándo podría echarse a andar la segunda parte del proyecto. Aunque la licitación estaba adjudicada, y se estaban negociando las platas, hoy no sé dónde están las prioridades del gobierno ni del Ministerio de Obras Públicas.

Fernández, que estudió Arquitectura en la Universidad de Chile, prácticamente al frente del Diego Portales, sintetiza la historia tan dramática como simbólica de este edificio. "Era un gran proyecto nacional de Salvador Allende y la UP, que encarnaba la idea del 'nuevo hombre', y fue diseñado para albergar la Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Fue levantado con mucha épica en 172 días, con obreros, arquitectos e ingenieros que ganaron lo mismo, y artistas que donaron obras. Allende fue como 300 veces a ver cómo avanzaba. Después de ese evento internacional, se transforma en el Centro Cultural Gabriela Mistral, que duró pocos meses. Viene el golpe y pasa a ser la sede de gobierno de Pinochet; donde es retratado en esa emblemática foto con los anteojos negros. En el subterráneo del Diego Portales se torturó y cuando Pinochet se traslada a La Moneda, pasa a ser el Ministerio de Defensa, un espacio oscuro, protegido por rejas. Acercarse era un problema, porque te topabas con un militar metralleta en mano. Es un edificio que en muy pocos años ha encarnado esquizofrénicamente la historia reciente de Chile".

-Uno de los principios con que fue concebido el GAM fue el de "reparar". Reparar lo destruido por el incendio de 2006 y reparar una historia fracturada. Hoy, son algunos ciudadanos que amenazan su integridad.

-Por eso es tan paradójico lo que estamos viviendo. Cuando levantamos el GAM, trabajamos con dos ideas transversales de edificio: apertura y transparencia. Lo primero está representado por sus plazas y lo segundo por los ventanales que permiten ver desde el exterior hacia el interior. Quisimos que volaran los fantasmas de la oscuridad y de lo oculto. Como arquitectos creemos que ha sido un proyecto súper exitoso, en el sentido de que es un espacio transversal de la cultura de Santiago. Hay distintas comunidades que se han apoderado del GAM. Su plaza central siempre está llena de gente; jóvenes de tal vez los sectores más vulnerables se instalan a ensayar sus coreografías frente a los ventanales que usan como espejos; y en paralelo hay una exposición, una obra de teatro o un concierto que congrega a gente de barrios más acomodados. Es, entonces, muy doloroso lo que ha pasado, porque, como el Metro, el GAM encarnaba el ideal de un Chile más integrado.

-Hablas del GAM en pasado.

-Sí, Chile cambió y todo está cambiando.

-Si bien en lo teórico es un espacio pensado para todos, eso no parece ser reconocido por quienes lo han quemado.

-Claro y ahí, creo, aparece un síndrome autodestructivo, propio de la naturaleza humana. Si uno hace una relación entre persona y sociedad, ve que los comportamientos son bastante similares. En el GAM, su estructura y lo que simboliza, se han tocado, roto, vulnerado y herido cosas que no debiesen haber sufrido eso. En las personas sucede lo mismo. Fumamos y consumimos exceso de azúcar, aunque sea autodestructivo. Herimos lo que queremos. Si uno está mal, la posibilidad de ser autoflagelante es muy alta. Cuando una sociedad está mal, la posibilidad de que se autodestruya también lo es. Por eso no me sorprende que haya lugares que sufran estos daños. Yo creo que el GAM es un edificio querido. No representa lo mismo que un mall, que una gran farmacia, que un retén de carabineros.

-Pero el fuego ha estado presente en todos los espacios que mencionas: en bancos, en pequeños y grandes comercios, en iglesias. Pareciera que el GAM entrara en el mismo saco.

-No creo que haya un plan o demasiada racionalidad en todo lo que está pasando y no creo que el GAM sea visto igual que un mall. No veo un reclamo claro frente al GAM. Los daños que ha sufrido son proporcionalmente muy menores si se los compara con los que han afectado a otros lugares así de expuestos. Es más, el GAM ha sido de los pocos edificios públicos que ha permanecido con sus puertas abiertas durante esta crisis. Muy asertivamente, Felipe Mella -su director ejecutivo- y su equipo invitaron a la Cruz Roja y al INDH a instalarse en una de sus plazas. En la etapa inicial de las manifestaciones, el GAM estuvo cerca de los manifestantes. Lo que pasó el viernes 22 de noviembre tiene que ver con el vandalismo en Santiago y otras ciudades, en un contexto en que estamos prácticamente sin gobierno y sin carabineros y sin nada. La ciudad está a la deriva y hay una situación de impunidad que exacerba todo.

-¿Te perturba ver los muros del GAM rayados y con murales como el de Gabriela Mistral de jeans y polera?

-El GAM es mucho más que el diseño de los arquitectos y me hace sentido que hoy esté totalmente rayado, porque es parte de la ciudad y de lo que está pasando en ella. Un edificio es una plataforma para que sucedan las cosas y uno no puede controlar la vida. Esta dinámica de la intervención me parece bien. Me gusta mucho el mural de la Gabriela Mistral, de Fab Ciraolo. La Mistral era lesbiana, eso era oculto y ya no lo es. Verla en esa nueva concepción, representada con ese vestuario, me gusta. Pero la destrucción me entristece. Uno siente que unos pocos son capaces de destruir lo que muchos hemos construido y eso es injusto, antidemocrático, antiético, feo, es una mariconada.

-Volvamos a tu tesis de la autodestrucción.

-Heidegger usa el concepto de "dasein" para referirse al "yo" y su relación con otro para existir. Desde mi posición de arquitecto, ese concepto permite pensar la ciudad de una manera menos caduca a como se ha pensado. El "yo" es relacional, es decir sólo existe en relación con algo. Sólo con el otro aparece el yo. En el caso de la arquitectura, el "yo" aparece cuando hay una ciudad. La persona y la ciudad interactúan todo el rato y siempre. La persona se siente reconocida en la ciudad. Hoy todos estamos en crisis, por lo tanto la ciudad también lo está. La crisis social necesariamente tiene que tener una huella en la ciudad. Octavio Paz dijo "la ciudad es un testigo insobornable de la historia".

-En términos sicoanalíticos, la palabra "insight" también podría caber aquí. El caos personal, el caos colectivo, el caos que provoca la destrucción de la ciudad.

-Exactamente, y la huella que queda en la ciudad vuelve hacia ti. Cuando la ciudad está en crisis, eso repercute en las personas muy fuertemente. En esa misma línea, el gran pecado de la ciudad chilena contemporánea es la desigualdad del reconocimiento de las personas. La matriz de la ciudad está inundada de las ideas del poder y del dinero. Toda la ciudad está levantada sobre esos conceptos subyacentes. El Costanera Center es el éxito económico de Paulmann; La Moneda es el espacio del poder; las avenidas reciben nombres de ciertos personajes y están los monumentos que recuerdan a otros. Y están los habitantes que se ven o no reflejados en esa ciudad. Yo soy un bendecido, porque me paseo por Santiago y veo mis buenas o malas obras. Estoy en la ciudad, pero la gran mayoría es anónima y, además, debe transitar de una manera poco digna. La ciudad es la instancia que refleja de manera más nítida la falta de equidad y de dignidad.

-¿Y de ahí el acto de destruirla?

-Es una manera de apropiarse de algo. Ese muro que está precioso, y que no me pertenece para nada, si lo rayo, lo intervengo, lo rompo, me permite aparecer. Lamentablemente la dinámica de hacer una barricada, romper un semáforo o rayar una muralla es la forma de emerger, de ser alguien. Ahora son los "malos", pero antes no eran nadie. La ciudad los ha castigado, les ha murmurado subliminalmente durante toda su vida que no son nadie.

-Eso, ¿no es un fracaso de quienes planifican la ciudad, incluidos los arquitectos?

-Sí. Es un fracaso de cómo entendemos la ciudad desde el punto de vista que te comentaba: nosotros somos como es nuestra ciudad y la ciudad es como somos nosotros. Una de las deudas más grandes que tiene la ciudad en Chile con sus habitantes no es sólo de infraestructura, sino de reconocimiento.

-¿Cómo podría hacerse ese reconocimiento?

-Podríamos poner en valor el heroísmo de la madre soltera, del feriante, los bomberos, el taxista y la nana, probablemente la persona más importante en muchas familias. En la ciudad falta ese registro -bien pensado y bien elaborado, no como un saludo a la bandera-, como una real forma de tomar en cuenta el reclamo de la dignidad. A mí me gusta que la Plaza Italia, o la Plaza Baquedano, haya sido denominada por las personas como Plaza de la Dignidad. Nuestra sociedad había naturalizado la idea de que estábamos en un país "jaguar", donde los índices de todo tipo han ido mejorando, y eso es cierto, incluso los de desigualdad. Pero no nos estábamos mirando, porque la ciudad oculta a muchos sectores de la sociedad. La ciudad es un naufragio en la que hay que rescatar las cosas que están en el fondo y llevarlas a la superficie. Historias heroicas, gente bacán, sabidurías preciosas, gente buena que no se ve.

-Los monumentos también han sido derribados, intervenidos, muchos convertidos en una suerte de memes en 3D. A Pedro de Valdivia lo destruyeron en Santiago y Concepción.

-No es Pedro de Valdivia quien ha sido derribado, sino es el poder de los poderosos: los que tienen el dinero, las armas, los dueños de la política. Es totalmente sintomática esta actitud iconoclasta de ir a romper imágenes. Lo que se puede leer es un "yo no quiero seguir celebrando a los poderosos, nosotros también merecemos un espacio de reconocimiento"; "por qué no celebran a mi mamá, a mi papá o a mis abuelitos".