Planear una visita a Viseu, ciudad ubicada en pleno centro norte de Portugal, podría ser una apuesta arriesgada. Porque hay que ser honestos y decir que no figura ni de cerca en las rutas de las paradas obligatorias de cualquier ruta de viaje por Europa que sea medianamente ortodoxa. Para despertar las ganas de conocerla, hay que “googlearla”, buscarla en mapas y quizás, sólo después de revisar fotos, leer de su historia y enterarse de que este lugar está rodeado de las generosas viñas del valle de Dao.

Pero, así como puede parecer curiosa la decisión de visitar Viseu, es muy fácil quererla. Y al poco andar catalogarla como un imperdible. Basta con llegar a su viejo terminal de buses que la conecta en tres horas con Lisboa y sólo en una hora y media con Porto, para darse cuenta de que todo valió la pena. Su gente, siempre risueña y dispuesta a hacer que todo fluya de manera agradable, hará de inmediato lo suyo. Luego vendrá, de manera muy ágil, el turno de que se revele el resto de sus encantos.

Casco antiguo de Viseu, en Portugal. Foto: Alfonso Bezanilla

Antes que todo hay que saber que a Viseu hay que llegar con hambre porque como buena ciudad acogedora, aquí se viene a comer y a tomar. No por nada la ciudad cuenta con el merecido título de tener la mejor calidad de vida de Portugal, y si hay algo que se sabe es que a los lusitanos les gusta la buena vida. No hay hora ni esquina donde no se encuentre un buen café, bar o restaurante donde parar, y en cada lugar los platos se desplegarán en porciones generosas -a veces ridículamente generosas- y en base a ingredientes regionales como las carnes de ternera, pato o una infinidad de embutidos y quesos ahumados que hacen salivar de entrada.

También están los famosos “petiscos”, versión portuguesa de las tapas españolas, que varían según la voluntad de los chefs y que en muchas ocasiones son réplicas de recetas familiares que se van traspasando de generación en generación, algo que también pasa con la repostería, donde las masas de hoja y crema y las tortas de queso compiten fuertemente por liderar el ranking local donde siempre es polémico tratar de definir a sus punteros.

Antes que todo hay que saber que a Viseu hay que llegar con hambre porque como buena ciudad acogedora, aquí se viene a comer y a tomar

Tanto amor por la comida se puede explicar sólo de una forma: Viseu está emplazado en una zona geográfica virtuosa y fértil rodeada por los ríos Pavia y Dao, y que se fue desarrollando de manera vertiginosa, primero como una villa de pequeñas casas dedicadas principalmente al cultivo y a la producción de agrícola y de lino, para luego comenzar un viaje sin retorno donde las historias épicas de conquista protagonizadas por los romanos, hispanos, visigodos e incluso los árabes, quienes se propagaron en el siglo VIII desde Andalucía. Todos en su conjunto le dieron un carácter ecléctico que se puede apreciar no sólo en su cocina, sino que también en su arquitectura, catedrales y muros enterrados, que de a poco han ido saliendo a la luz como tesoros arqueológicos invaluables.

La influencia romana, eso sí, es la más poderosa y no por nada la afición por las bacanales aquí se hace presente también en sus vinos, los cuales han escalado en reconocimiento local y global. Es casi obligación estando en Viseu, recorrer al menos una de sus viñas, para catar in situ sus tintos y blancos de sabor intenso y alta graduación alcohólica, lo que se transforma en una verdadera experiencia y sorpresa para el paladar chileno, acostumbrado a otras cepas.

Tan arraigada está la cultura del vino en Viseu que hasta existe una leyenda que respalda esta afición, la cual dice que el virtuosismo vitivinícola fue regalado a esta zona por el mismo Baco. Dicen que el dios griego, estando de visita, quedó tan agradecido por la hospitalidad recibida que le ordenó a un batallón romano que plantara la zona con parras a las orillas del río Dao, dando así inicio a su producción en diferentes escalas, desde viñas exportadoras hasta emprendimientos más pequeños y familiares.

Aunque es tentadora la idea de dedicarse exclusivamente a comer y tomar, Viseu también ha desarrollado una agenda cultural bastante intensa. Sólo su casco histórico, fácilmente caminable en pocas horas, encierra calles de piedra estrechas, de esas que invitan a perderse y a improvisar en su recorrido, para encontrarse en el camino con varias sorpresas, como murales de arte callejero que contrastan con tiendas y almacenes que parecen congelados en el tiempo. Otro plus son sus museos comunales, que son gratis y ofrecen en sus diversos conceptos entender mejor la cultura local. Imperdible es el de Historia da Cidade, en pleno centro y que en una muestra permanente permite conocer un resumen de la evolución cultural e histórica.

Viñedos del valle de Dao. Foto: Alfonso Bezanilla

Párrafo aparte merece el Museo Nacional Grao Vasco, ubicado en el edificio que antiguamente pertenecía al seminario de la ciudad y que ocupa el espacio contiguo a la catedral. Recientemente renovado, este museo sorprende por contar no sólo con gran parte de la obra del famoso pintor renacentista Vasco Fernandes (Grao Vasco), sino que también por alojar otras piezas pertenecientes a su ayudante Gaspar Vas. Además, la curatoría del museo contempla una interesante muestra de artículos religiosos e históricos únicos en su especie, lo que ha llevado a que este museo esté entre los mejores de Portugal.

Párrafo aparte merece el Museo Nacional Grao Vasco, ubicado en el edificio que antiguamente pertenecía al seminario de la ciudad y que ocupa el espacio contiguo a la catedral.

Entendiendo la calidad de su gastronomía, vinos y buenos museos, Viseu está apostando también por ser la ciudad anfitriona de eventos culturales como el Festival Internacional de Películas de Turismo Art&Tur de octubre de este año, un referente que premia a las mejores producciones audiovisuales de viajes y turismo entre más de 20 países competidores.

Con toda esta movida, es fácil que el tiempo vuele en Viseu. Por lo mismo, destinar algunos días en conocerla podrá parecer una movida arriesgada al planear un viaje a Portugal, sin embargo la ciudad se demorará poco en confirmarle que la decisión fue tremendamente acertada y que el único error fue no haber extendido la visita.