Dos comidas en Ciudad de México, en febrero de 2017, bastaron para que Daniel Krauze (38) fuera parte de la producción de la serie Luis Miguel. El mexicano había sido papá por primera vez un mes antes y en esa fecha tenía deseos de incursionar en la escritura con lenguaje televisivo. Porque Daniel Krauze es escritor. Ha publicado dos colecciones de cuentos y en 2012 una novela, Fallas de origen, inspirada, en parte, en sus años de estudiante de Comunicaciones en la Universidad Iberoamericana -una de las más caras del país- y donde hay una mirada crítica de la burguesía local. Esa novela fue la que lo trajo de promoción ese mismo año a Chile, país donde nació su bisabuela, y la que personalmente le pasó a Carla González. Esto último fue clave.

Carla González acababa de abrir Gato Grande, la empresa que produce la serie Luis Miguel junto a Metro Goldwyn Mayer (MGM) para ser transmitida en España, México y Latinoamérica por Netflix, y en Estados Unidos por Telemundo. A Carla, productora ejecutiva y encargada de todo el contenido creativo de la serie, le gustó el libro y llamó a Daniel para juntarse. Quería tantear qué tan bueno podía funcionar dentro del equipo de guionistas. Se reunieron esa misma semana. Conversaron por dos horas. Cuando se despidieron, lo primero que él pensó fue: "Algo bueno saldrá de esto".

El llamado no llegó inmediatamente. Entre medio, Daniel conoció a los cineastas Pablo Cruz y Fernando Sariñana, que ya estaban confirmados dentro del equipo, con quienes también se reunió. La comida, esta vez, fue en su casa y también se extendió por horas. Daniel pensó que, si nada resultaba, al menos se estaba haciendo buenos amigos. Mientras reflexionaba eso en el balcón, uno de sus vecinos puso a todo volumen "Pensar en ti", del disco Aries de Luis Miguel. "Ahí yo pensé que ésa era una señal. 'Me van a dar el trabajo' repetía en mi cabeza", recuerda. Al día siguiente recibió un mail de Pablo. Le comunicaba que formaría parte del equipo de escritores. Ingresó en marzo de 2017.

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Daniel Krauze. Fotografía de Marta Díaz Romo.[/caption]

-¿Cómo te preparaste para integrarte tan rápido a escribir la serie?

-Es que a mí me encantaba Luis Miguel desde muy chico. Más de lo que lo aceptaba públicamente. Mis compañeros escuchaban Pearl Jam, Nirvana y otras cosas; y si bien a mí no me gustaban, aparentaba que sí. Me ponía audífonos coreando esas canciones, cuando en realidad estaba escuchando "Un hombre busca a una mujer" de Luis Miguel. Fui a muchos de sus conciertos en Ciudad de México. Debo haber ido seis veces al Auditorio Nacional con mi hermano, mi mamá, mis primas, mi primera novia. Me gustaba muchísimo, me sabía todas sus canciones. Además, pensaba que su vida se prestaba para algo interesante, principalmente porque sabía que había algo de drama.

Hace diez años, antes de siquiera pensar que podría escribir parte de la serie Luis Miguel, y antes de sus tres libros publicados, el mexicano Daniel Krauze había armado una propuesta de ensayo con una idea ambiciosa: escarbar la vida Luis Miguel, abordar las profundidades de su carrera y los misterios que rodean a su familia. En ese tiempo, Daniel escribía en Letras Libres, revista cultural de tiraje mensual dirigida por su padre, el historiador Enrique Krauze. No desaprovechó los contactos y ofreció su idea de ensayo a diversas editoriales y a algunos editores de medios. Lo vendía como un perfil acabado de Luis Miguel. Dice que se imaginaba un artículo tipo New Yorker o algo parecido al clásico Frank Sinatra está resfriado que Gay Talese publicó en 1965. Para él, la historia del cantante había que tomarla con seriedad: su música era interesante, así como su personalidad y sus orígenes. No tuvo éxito. Fueron cuatro las personas con las que logró sentarse a conversar; y las cuatro le dijeron que no.

Conocer a Luismi

Desde marzo de 2017, y por cuatro meses, la mesa de escritores de la serie estuvo integrada por seis personas. Luego, quienes eran los encargados del cuarto de escritores, Fernando Sariñana y Carolina Rivera -padres de la cantante mexicana Ximena Sariñana- dieron un paso al costado. Los siguieron otros dos guionistas. Sólo quedaron Susana Casares y Daniel Krauze. En octubre, un mes antes de que partieran las filmaciones, Casares volvió a Los Ángeles, donde reside actualmente. Daniel quedó solo a cargo del guion. "Escribía y escribía escenas todos los días. Por eso tengo el crédito de productor ejecutivo, que es un crédito creativo en televisión que dice que hiciste mucho en la serie", dice. Así, en solitario, con el apoyo de producción, escribió el capítulo final.

-¿Estuviste en el set?

-Sí. Al set fui en total ocho días. En noviembre empezó la producción más dura; a veces había que reescribir algunas escenas ahí mismo, y tuve que ir al set. Carla, que tenía millones de cosas en la cabeza, tenía que cuidar los guiones, el vestuario y todo, me pedía que fuera para que conversáramos. A veces me quedaba ahí y reescribía. Lo hacía tratando de no entorpecer el trabajo de Humberto Hinojosa, que es el director. Pero esos fueron muy pocos días. Mi trabajo realmente consistió en estar en mi casa. Carla me mandaba las siete escenas que se iban a grabar ese día -a veces eran más, a veces menos-, y me decía: "Esta escena no me gusta cómo acaba, a esta escena hay que arreglarle esto..." Fue un trabajo de un año de mi vida.

-Como buen fanático, me imagino que aprovechaste esta oportunidad para conocer en persona a Luis Miguel.

-Este es un tema que me da tristeza conversar.

Un día, en medio del trabajo, Carla González lo llamó por teléfono. Le comentó que Luis Miguel iba a ir a Acapulco, donde estaban filmando las escenas de la playa. Daniel, que se había prometido a sí mismo no caer en ansiedades de este tipo, le repitió tres veces la misma frase: "Por favor, quiero conocerlo". Fue un lunes de enero, hace ocho meses. Carla le dijo que si quería conocerlo, tenía que tomar un avión esa misma mañana. El viaje del DF a Acapulco duraría sólo 65 minutos.

-Tomaste el avión, imagino.

-No. Mi hija se enfermó. Nada grave, pero pasó de gripe en gripe por un buen tiempo, porque Ciudad de México es muy contaminada, y se enfermaba con frecuencia. Esa vez nos preocupamos mucho. Yo quería ir, obvio que quería ir, pero no teníamos quién la cuidara y me tuve que quedar. Ese fue el día en que Luis Miguel, que es como un eclipse solar, un fenómeno extraño que hay que verlo cuando ocurre, porque ocurre poco, grabó su cameo para el primer capítulo de la serie. Después vinieron dos eventos de producción en Los Ángeles: la fiesta de Telemundo y otro de MGM. Pensé que podía llegar, pero no. No lo he conocido. Ha sido una muy triste historia la mía con él, porque sí quiero conocerlo.

Papá sorprendido

-De niño, ¿cuál era tu canción favorita de Luis Miguel?

-Primero debo aclarar que yo era un niño muy cursi. A mí me conmovía "Amante del amor". La escuchaba y me emocionaba pensando: "Yo también soy un amante del amor". Igual en risa. Tenía diez años cuando la coreaba. También me gustaban muchísimo "Busco a una mujer" y "Fría como el viento". Ah, y "La incondicional".

Mientras hurga en su cabeza para encontrar más hits, recuerda un episodio a sus 9 años. Cuando, a pedido de él, su padre lo llevó a dar unas pruebas de clases de voz y piano. El profesor le pidió que cantara una canción para ver si era entonado. Él se despachó "La incondicional". "No soy nada de entonado y el profesor no me dio clases, pero así de fan era de Luis Miguel", señala.

El padre del que habla Daniel es Enrique Krauze, historiador y escritor mexicano. "Yo siempre le digo que él sabe todo de historia de México; y yo, bueno, me hice experto en Luis Miguel. Son las vueltas que da la vida", dice. Enrique Krauze es un ícono intelectual en su país, que tuvo un fuerte vínculo laboral y amistoso con Octavio Paz y es miembro de la Academia Mexicana de Historia y del Colegio Nacional que agrupa a científicos, artistas y literatos mexicanos destacados. "Sin dudas, para mí es un ejemplo", reconoce Daniel.

-¿Tu papá te acompañaba a los conciertos de Luis Miguel?

-Nunca. Jamás de los jamases. No es el rollo de mi papá. Yo iba con mi hermano ocho años mayor. Él es periodista y fue mi entrada a Luis Miguel. Mi papá sabía que nos gustaba a los dos y lo escuchábamos en la casa, pero no más allá que eso. Hoy sí se ha convertido en un fanático de la serie. Incluso le ha sorprendido que le guste.

-¿Por qué le ha sorprendido?

-Es que él es historiador, entonces la televisión le queda lejos. No es televidente. La creación de ficción en todos sus ámbitos es algo que le es ajeno. Él no opina demasiado. Es un trabajo, su mundo y punto. Sabe que estoy trabajando en la serie, le parece padre que estuviera en un proyecto así, que estaba bastante bien, y resulta que ha visto toda la serie. Incluso me pregunta detalles sobre la historia o cómo la fuimos construyendo.

¿Segunda temporada?

-¿Tuvieron que guardar mucho material sobre la vida de Luis Miguel?

-No. Es que todas las teorías que arman los espectadores es exactamente la experiencia que tuvimos nosotros escribiendo la historia. Susana fue la primera en aceptar que no conocía muy bien la música de Luis Miguel ni su vida. Quizá yo era el más fan del grupo, pero aun así ninguno de los seis sabíamos demasiado de su vida privada. Ni yo. Nos pusimos a leer, a ver videos, a ver entrevistas. Eso nos fue ayudando en cosas de la serie. Y nosotros nos convertimos en expertos en Luis Miguel.

-La serie, que emitió su último capítulo el 15 de julio, termina a punto de resolver el misterio de la madre de Luis Miguel, Marcela. ¿Les costó abordar la desaparición?

-Lo que nos costó fue hacer que el misterio de su desaparición se fuera incrementando en cada capítulo sin nunca desaparecer de la trama, y sin que el espectador se hartara. Eso fue muy complicado. A veces te hartas porque sientes que están jugando contigo si no te dan respuestas. Sé que parece medio hipócrita que lo diga tomando en cuenta cómo terminó la serie, pero el chiste era ir aumentando la intensidad de ese misterio poco a poco, sin nunca abandonarlo y sin quemar la mecha demasiado rápido.

-¿Cómo lo resolvieron?

-Es algo por lo que nos rompimos la cabeza tanto los escritores como la dirección de la serie. La solución por la que optamos fue que al principio Luis Miguel no sabe que desaparece su madre y se va dando cuenta de a poco, hasta que la trata de encontrar. Luego vino otra cosa, que fue más divertida que complicada, y que teniendo un actor como Óscar Jaenada -el padre de Luis Miguel en la serie- acabó saliendo maravilloso. Nos interesaba mucho que Luis Rey no fuera un villano de una sola dimensión. No queríamos un villano de películas de superhéroes, de esos que se tuercen el bigote y ríe. Queríamos un villano de tres dimensiones, con matices, claroscuros, con momentos de flaqueza. Un villano que te inspirara empatía e incluso compasión. Me parece que el guion lo logra; y, sobre todo, Jaenada.

-¿La producción les pidió a los guionistas sacar algo para no incomodar al cantante?

-No. Nunca hubo temor a Luis Miguel, para eso estaba la figura de Carla. Ella sabía claramente qué tipo de historia quería contar, en qué género y por dónde encauzarla, que es lo que quieres de una jefa. Si algo no le gustaba, entonces se cambiaba o mejoraba, pero no fue nada vinculado a que Luis Miguel dijera si se podía o no hacer algo.

- La serie partió arriba. Según Netflix, 822 mil personas vieron el estreno. Y al finalizar, según Spotify, Luis Miguel pasó al top 4 de los 50 artistas más escuchados de México, y en el top 200 a nivel mundial, con 27 canciones más tocadas. ¿Esperaban este éxito?

-Siempre supe que teníamos algo especial entre manos. Se lo dije varias veces a Carla. Cuando me tocó ir al set, dije: "Puta madre, Esto va a ser un madrazo". Diego Boneta -que interpreta a Luis Miguel en la serie- es genial. Siempre puse que esto era como nuestro Stranger Things. Fue lo que yo siempre quise aportar al proyecto, porque soy de un carácter muy nostálgico y quería que el producto fuera igual.

-¿Existe la posibilidad de hacer una segunda temporada?

-Entiendo que sí existe la posibilidad, aunque Carla dijo a los medios mexicanos que no está confirmada. La están negociando. A mí me encantaría formar parte de ella. Estoy esperando la llamada. Creo que aún hay mucho que contar y mucho que hacer con la historia para cerrar algunos cabos sueltos.

-Nada zanjado, entonces.

-No, desgraciadamente no. Yo estoy esperando la llamada.