“Este libro es el testimonio escrito del patrimonio arquitectónico de nuestros premios nacionales de arquitectura, que permite que nosotros hoy y nuestras generaciones del futuro sepan lo que existió y lo que aún tenemos y que como ciudadanos debemos aprender a proteger, valorar y conservar como testimonio de nuestra propia civilización y cultura chilena”, escribe el arquitecto Pablo Altikes en el prólogo del recién aparecido libro Premio Nacional de Arquitectura - Chile, del cual es su editor.

Se trata de un gran esfuerzo editorial que reúne a los 30 profesionales de la arquitectura que han ganado este reconocimiento desde 1969. Un libro de casi 400 páginas y más de dos kilos en el cual se encuentra información, tanto escrita como en imágenes, de alto valor histórico. Una joyita para el mundo de la arquitectura y, ojalá, para que lo leamos, estudiemos y disfrutemos quienes no somos arquitectos.

Así como se ha transformado en un fantástico lugar común decir que somos país de poetas, de la misma forma en que admiramos la creación musical folclórica y artística de Violeta Parra y Víctor Jara, es hora de que la calidad e importancia de nuestros grandes arquitectos sea muchísimo más conocida. Que, así como Gabriela Mistral y Pablo Neruda están en las materias escolares, Emilio Duhart (Premio Nacional de Arquitectura en 1977) y Fernando Castillo Velasco (Premio Nacional 1983) también se conviertan en ídolos aclamados por la ciudadanía y personajes que se estudian en el colegio.

Es cierto que el premio Pritzker que recibió el arquitecto Alejandro Aravena en 2016 sirvió para que una cantidad mayor de chilenos empezara a poner atención a la calidad de la arquitectura local. Ayudó también que el arquitecto Smiljan Radic diseñara el pabellón para la Serpentine Gallery en 2014. Y algo de ruido hemos tenido en el mundo de la cultura debido al nombramiento de grandes arquitectos en la dirección de dos museos fundamentales: Fernando Pérez Oyarzún, en el Bellas Artes y, hace algunas semanas, Cecilia Puga, en el Precolombino.

Son noticias y hechos importantes, sin duda. Pero no han sido suficientes para que la arquitectura sea una disciplina de interés transversal. Así como no hay que haber leído a Vicente Huidobro para saber que es un ícono de nuestra literatura ni es necesario haber visto un original de Matta para incluirlo en nuestra sección mental “grandes chilenos”, me parece extraordinariamente relevante que nombres como Sergio Larraín García Moreno (Premio Nacional de Arquitectura en 1972) suenen a la primera escucha. O que quien pasa en micro por delante de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, la Escuela Militar o el Templo Votivo de Maipú sepa que su autor es Juan Martínez Gutiérrez (Premio Nacional 1969), quien a los 26 años, antes de recibir su título, ya había ganado el concurso público para el diseño del pabellón chileno en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929.

¿Cuántos santiaguinos sabrán que la Villa Portales, las torres de Tajamar y la Universidad de Santiago fueron diseñadas por un estudio de arquitectura que incluye tres premios nacionales? Tal cual, la firma Bresciani Valdés Castillo Huidobro tiene entre sus filas, además del ya mencionado Fernando Castillo Velasco, a los galardonados Carlos Bresciani Bagattini (Premio Nacional 1970) y Héctor Valdés Phillips (Premio Nacional 1976).

Volvamos por un segundo a Emilio Duhart Harosteguy. Este gigante de la arquitectura nacional e internacional trabajó con Walter Gropius (fundador de la Bauhaus), concursó en un proyecto con I. M. Pei (Premio Pritzker y diseñador de la pirámide de vidrio del Museo del Louvre), trabajó con Le Corbusier en el megaproyecto de Chandigarh, India, y remodeló la torre Eiffel. ¿Y en Chile? Consideremos una sola de sus muchas y potentísimas obras: el edificio de la Cepal, creado con la colaboración de Christian de Groote (Premio Nacional 1993), Roberto Goycoolea (Premio Nacional 1995) y Óscar Santelices. Esa estructura es considerada “un hito de la arquitectura moderna latinoamericana y uno de los principales referentes de este movimiento a nivel mundial”, explica Plataforma Arquitectura.

Se nos acaba el espacio de esta columna y no hemos hablado de Alberto Cruz Covarrubias (Premio Nacional 1975), fundador de una de las escuelas de arquitectura más influyentes de Chile (la PUCV), de la impactante Ciudad Abierta de Ritoque y de la travesía y poema “Amereida”. O de Héctor Mardones Restat (Premio Nacional 1973), primer latinoamericano en presidir la Unión Latinoamericana de Arquitectos y autor del famoso edificio del Banco Estado en Alameda. Ni tampoco nos hemos referido a genios mucho más contemporáneos como Borja Huidobro (Premio Nacional 1991) -autor del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, del Ministerio de Economía, Finanzas y Presupuesto de Francia y, en Chile, del Edificio Consorcio (junto a Enrique Browne, Premio Nacional 2010)- o a Teodoro Fernández (Premio Nacional 2014), responsable del Parque Bicentenario de Vitacura, la remodelación de la Quinta Normal y la remodelación de la Estación Mapocho (junto a Montserrat Palmer, Rodrigo Pérez de Arce y Ramón López).

Duele la guata no poder hablar de José Cruz Ovalle, Germán del Sol, Juan Sabbagh, Luis Izquierdo y Antonia Lehmann, Víctor Gubbins, Cristián Valdés, Edward Rojas y Miguel Lawner. O de Mario Recordón, Mario Pérez de Arce Lavín y Jorge Aguirre Silva. Pero ese es el punto: hay un inmenso patrimonio en estos 50 años de historia que tiene el Premio Nacional de Arquitectura, imposible de abarcar en una modesta columna, pero que necesitamos conocer para poder apreciarlo. Gracias, Bárbara Vicuña, de Ediciones Babieca, por hacer que este libro exista. Para empezar a hacer justicia a nuestros héroes de la arquitectura.