El inesperado regalo de Trump a la diplomacia chilena

Donald Trump

El error de Trump, al anunciar que Estados Unidos evaluaba una intervención militar en Venezuela, fortaleció al régimen de Nicolás Maduro, pero también dio oxígeno a los esfuerzos que realiza Chile para que la oposición y el gobierno chavista acepten un grupo de países facilitadores del diálogo.




Mike Pence se mantuvo impávido. Ni un solo músculo del rostro del vicepresidente de Estados Unidos y ex gobernador republicano por Indiana se movió de manera perceptible el miércoles pasado mientras escuchaba, en el Patio de las Camelias, en La Moneda, cómo la Presidenta Michelle Bachelet le decía que Chile no apoyaría jamás "ni golpes de Estado ni intervenciones militares en Venezuela" y que sólo respaldaría "las sanciones que sean adoptadas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas".

Los pocos chilenos presentes ese día en La Moneda y que conocían a Pence desde que era un opaco senador "cristiano, conservador y republicano", sabían de su capacidad para mantenerse inexpresivo en momentos difíciles, cuando la molestia era evidente en el resto de la delegación estadounidense. A fin de cuentas, el mensaje que recibían a boca de jarro de Bachelet era, con pequeñas diferencias de estilo, similar al que días antes le habían propinado los presidentes José Manuel Santos, durante su paso por Colombia, y luego Mauricio Macri, en Argentina.

Pence había fracasado en su primera gira sudamericana en su esfuerzo por atenuar el garrafal error que había cometido el Presidente Donald Trump cinco días antes, cuando aseveró que Estados Unidos estaba evaluando una "posible intervención militar en Venezuela".

"Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluyendo una posible opción militar si es necesario", dijo Trump en su destemplado estilo, desde su club de golf en Bedminster (en el estado de Nueva Jersey), donde pasa las vacaciones del verano boreal.

Durante su gira de esta semana por Colombia, Argentina, Chile y Panamá, Pence dejó en claro que la crisis política en Venezuela se está convirtiendo para Estados Unidos en uno de los temas prioritarios de seguridad en la región. Detrás de esa preocupación no está sólo la grave crisis humanitaria que afecta a los venezolanos. La Casa Blanca mira con recelo que Rusia y China se estén involucrando cada vez más en Venezuela.

Rusia ha invertido más de US$ 14.000 millones en la industria petrolera venezolana y en otras empresas estrategias del país sudamericano, mientras China está realizando inversiones de largo plazo en Caracas.

"Estados Unidos quiere una solución rápida en Venezuela, porque el involucramiento de Rusia y China en Venezuela amenaza con internacionalizar la crisis y eso es lo último que la Casa Blanca quiere", explicó un diplomático chileno.

Pero en el apuro y la inexperiencia en temas internacionales, Trump había cometido un error.

La amenaza del mandatario estadounidense fortaleció la posición del régimen chavista, bajo la consigna de la defensa de la patria ante la intervención extranjera, y golpeó a la oposición venezolana que venía pidiendo a gritos un mayor involucramiento de la comunidad internacional en la crisis. De paso, obligó a todos los países latinoamericanos a desmarcarse de Estados Unidos y bajar el tono confrontacional de las declaraciones contra el régimen de Maduro, justo en momentos en que algunos, como el Presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, pedían a sus socios de la región aplicar medidas más drásticas, entre ellas la expulsión de embajadores.

En ese sentido, para la diplomacia chilena, el yerro de Trump se convirtió en un regalo inesperado, que le permitió relanzar los esfuerzos para lograr que el gobierno y la oposición venezolana acepten que un pequeño grupo de países pueda actuar como facilitador del diálogo para una solución pacífica de la crisis.

"No hay ninguna otra salida para Venezuela que no sea la negociación entre el gobierno y la oposición. Cualquier otra opción implica un golpe militar, favorable al chavismo, o una invasión, lo que es impensable", señalan varios diplomáticos chilenos.

El presidente de la Asamblea Nacional venezolana, el opositor Julio Borges, ha mantenido comunicación constante con el canciller Heraldo Muñoz, al igual que con otros cancilleres de la región, y se ha mostrado favorable a la intervención de un grupo de países "como facilitadores del diálogo". El problema está en el régimen de Maduro, que lejos de flexibilizar posiciones, ha vetado la acción internacional mientras agudiza el conflicto con la detención y persecución de opositores, entre ellos la ex fiscal nacional Luisa Ortega, quien debió huir esta semana, luego de que los servicios de inteligencia bolivarianos levantaran cargos contra ella y sus familiares por supuestos hechos de corrupción. El viernes, además, el régimen chavista dio un paso más allá. La Asamblea Constituyente decretó la disolución del Parlamento, con mayoría opositora, usurpando todas sus funciones.

La opción de un grupo de países facilitadores del diálogo, concuerdan diplomáticos latinoamericanos, había perdido fuerza en los últimos meses, precisamente por la tozudez de Maduro, por lo que Chile se había ido quedando sólo en esa estrategia mientras las protestas callejeras crecían en Venezuela, con un saldo de más de 120 muertos.

El 20 de junio pasado, en un segundo intento, los cancilleres de los países de la OEA, reunidos en Cancún, México, intentaron aprobar una resolución impulsada por el país anfitrión y Estados Unidos que pedía al gobierno de Maduro "reconsiderar" la convocatoria a la Asamblea Constituyente y "establecer un calendario electoral". Otra moción, apoyada por 12 países, sumaba a estos puntos el abrir "un canal humanitario" para el envío de medicinas y alimentos a los venezolanos y "la creación de un grupo" para facilitar el diálogo entre gobierno y oposición. La resolución no alcanzó los 23 votos necesarios para su aprobación. Venezuela presionó a países del Caribe, sobre los que tiene influencia, para que se alinearan con las naciones del Alba en rechazo a la injerencia de la OEA. La segunda moción ni siquiera se alcanzó a votar.

La OEA no es el único organismo multilateral paralizado por la falta de acuerdos, afirman fuentes diplomáticas. Celac y Unasur requieren consenso para actuar y no lo tienen.

Hace algunas semanas, cuando la violencia se desataba en las calles de Caracas, algunos países del Caribe ofrecieron buenos oficios. Pero la oposición venezolana no lo aceptó. Los cuatro países tenían abierta simpatía con el régimen de Maduro, por lo que no daban garantías.

Pese al fracaso que se registró en la OEA, los gobiernos de la región siguieron trabajando en propuestas de solución. La semana pasada, 17 países acordaron reunirse en Lima para concordar una nueva resolución. Pero a la cita en Perú, el 9 de agosto, el mismo día que se constituía la Asamblea Constituyente en Caracas, no llegaron todos. Dos países del Caricom optaron por bajarse del encuentro.

Estados Unidos tampoco fue, pero no por iniciativa propia. Varios países latinoamericanos estuvieron de acuerdo en que la presencia de un representante de Trump sólo afectaría la imagen de la cumbre.

No fue la única concesión. Perú, México y Colombia eran partidarios de incluir en el texto de la resolución un párrafo con medidas concretas que podían tomar los países para presionar al gobierno de Venezuela a dar pasos atrás en su camino por hacerse del control total de los poderes del Estado y aceptar el diálogo con la oposición. Entre las medidas estaba considerado el retiro de embajadores y otras sanciones para aislar a Venezuela.

Chile, sin embargo, no estuvo de acuerdo con ese párrafo. Con el apoyo de Argentina y Brasil, lograron convencer a los demás de que era innecesario. La declaración final, firmada por 12 países, condena "la ruptura del orden democrático en Venezuela" y manifiesta su solidaridad con la Asamblea Nacional que fue elegida democráticamente, al tiempo que dice que desconocerá los actos de la Asamblea Constituyente creada por el régimen chavista.

La estrategia de la diplomacia chilena es sumarse a la condena de las acciones autoritarias que ha tomado el régimen de Maduro, pero sin extremar el discurso. Una delgada línea roja que le permita, asimismo, mostrarse disponible como eventual "facilitador del diálogo" entre el gobierno y la oposición.

La apuesta es grande, en la región saben que quedan muy pocos países que podrían jugar ese rol, pues es indispensable que sean aceptados en Venezuela tanto por el gobierno como por la oposición venezolana. Un papel que aparte de Chile podría jugar también Canadá.

Hasta ahora, Maduro ha sido cuidadoso en su trato hacia Bachelet, pese a que el viernes 11 de agosto pasado envió un carta de protesta a Chile -y a los otros 11 países que suscribieron la Declaración de Lima- acusando injerencia en asuntos internos de Venezuela.

La diplomacia chilena no ha respondido aún esa nota. Puede que no sea necesario. Trump, sin querer, le dio un inesperado regalo para presentarse como alternativa en caso de que Maduro o el chavismo, finalmente, accedan a negociar con la oposición.

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