Amores mendigados




Aunque sea completamente inverosímil, en Un bello sol interior Juliette Binoche, la espléndida actriz francesa que es icono de belleza y de distinción chic, no encuentra pareja. Interpreta a una artista cincuentona, madre de una hija, que viene de romper un matrimonio que, si bien nunca fue un desastre, terminó por aburrirla. Y ahora ha vuelto al mercado para cumplir sus fantasías de vida en el plano afectivo y erótico. Primero lo intenta con un financiero al que, al parecer, desde siempre ha despreciado por su actividad, por el descaro con que le advierte que nunca se separará de su mujer o porque su libido no anda a los mismos tiempos que los suyos. Fuera. Después se mete con un actor más joven, muy narcisista y muy enrollado, que se preocupa mucho de lo que le está ocurriendo a él y nada de lo que le pueda pasar a ella. Mejor huir. Después viene algo así como un chulo de extracción más popular con el cual también fracasa. Demasiadas asimetrías. Entre medio, reaparece el marido que, por lo visto, no era tan malo. Pero tampoco. El personaje de la Binoche -qué duda cabe- está en problemas. Quiere y no puede. Captura pero no retiene. Ruega y se rebaja su poco, pero igual no le resulta. Y lo único que verdaderamente la mueve es eso: encontrar una pareja, tener alguien a su lado, ser feliz a toda costa. El psicólogo chanta que consulta al final -en la escena más divertida de la película, con un Gérard Depardieu literalmente enorme- le recomienda esperar, tener paciencia, mantenerse alerta, no apagar en ningún momento sus radares de conquista, no cerrarse a nada, porque el péndulo con que trabaja le dice que su príncipe azul está cerca, que ahí viene, que ya lo va a encontrar, bueno, porque ella es una mujer estupenda y que tiene un bello sol interior. Quién no ha oído de esas cosas: son paparruchas de consultorio sentimental.

Un bello sol interior es una comedia, claro que a la francesa y a la Claire Denis, una realizadora cero complaciente, moderna, puntuda, autora de películas notables (Chocolat, Beau Travail, Los canallas) y que se formó como asistente de dirección de Costa-Gavras, Rivette, Jarmusch y Wenders. Gran escuela. Es una cineasta con manejo y aquí se nota. El guión es una clase de economía e inteligencia. Lo que hace es aislar distintos momentos de las relaciones de la protagonista, cuando las expectativas asociadas a sus amantes la ponen a las puertas del cielo o la dejan botada a la vera del camino una vez que la ruptura ya se ha vuelto inevitable. Está bien: así se trabajan las elipsis, recurso a través del cual se suprime el relleno y queda solo lo esencial. El problema es que el personaje de la Binoche no tiene ninguna otra dimensión que su ansiedad afectiva -nada sabemos de la relación con su hija, nada de su oficio, nada de su economía y muy poco también de las relaciones suyas que no pasen por el lecho- y esto, obvio, la convierte en la cinta en una mujer monotemática, algo patética y al borde de la mendicidad emocional. Lo cual, por supuesto, no tiene nada de cómico.

Es raro que esta sea la mirada de una mujer muy autónoma sobre otra mujer con cero autonomía de vuelo. La más mínima. Qué duda cabe que la pareja es un tema importante. Pero, ¿es el único capaz de darle sentido a la vida? Discutible al menos. Y si su película no termina de convencer es porque nunca queda claro si la hizo para acompañar a su protagonista o más bien para mostrar lo extraviada que está en sus baratas fantasías románticas. ¿La filmó a favor del personaje o la filmó en contra?

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