El mundo de López-Aliaga: causa y efecto salvajes

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En su último libro de cuentos,el narrador y también guionista coquetea con la autoficción. Es una obra que esconde un universo a ratos brutal, donde la memoria se empeña en sobrevivir.


Al recorrer las páginas de Mundo salvaje, resulta inevitable pensar que en muchos de los cuentos es el propio Luis López-Aliaga el protagonista de las historias. Es inevitable pensar que él es el mocoso que viaja en tren a Temuco para ver a su prima con la que tiene un romance; que él es el muchacho que fotografía al monito del monte que aparece en la tina de su casa en El Arrayán; que él es el hombre que descubre la historia y los poemas del poeta italiano Dino Campana, mientras camina por las calles de Roma, Bolonia y Génova. La tentación de encasillar este libro en la autoficción -categoría tan en boga- es grande, pero tal como lo explica el propio autor: es y no es.

"Me gusta provocar ese malentendido. Es un juego. Me pasa un poco lo que dice Cortázar al comienzo de Las armas secretas: 'Curioso es que la gente crea que tender una cama es exactamente lo mismo que tender una cama'. Curioso es que la gente crea que mi Santiago o mi Buenos Aires o mi Temuco son exactamente lo mismo que Santiago, Buenos Aires o Temuco. O que mi abuela Elena es exactamente lo mismo que mi abuela Elena", dice López-Aliaga.

Con más de una docena de publicaciones, López-Aliaga viene desarrollando una carrera literaria tan prolífica como diversa. A sus novelas y libros de cuentos suma su trabajo editorial en Montacerdos y el oficio de guionista para celebradas series de televisión como Huaiquimán y Tolosa.

En Mundo salvaje se muestra como un cuentista avezado, sabedor de que la mejor manera de contar es en función de lo que no se dice, aquello que omite intencionalmente, lo que el lector debe develar. Es una estrategia que no sólo utiliza para cada cuento, también para configurar ese universo que subyace en todas las historias, cuya brutalidad no siempre sale a flote, pero se intuye y se reconoce.

"Hay un mega relato o una progresión que atraviesa todo el volumen. La formación del niño de los primeros cuentos es ese mundo esencialmente salvaje que fue la dictadura. Los adultos de los cuentos posteriores son el resultado", explica. Las referencias asoman de manera explícita en uno de los mejores cuentos del volumen: La voz de los pájaros. En él, López-Aliaga reconstruye a fragmentos la vida de Toño Román, dirigente estudiantil, miembro de las Juventudes Revolucionarias Miguel Enríquez y del MIR, quien se suicidara en 2009. Es un relato que recoge la lucha que los estudiantes dieron en los ochenta contra el régimen militar, y que se extiende a los años posteriores a la recuperación de la democracia. Sobre el final del cuento, López-Aliaga reproduce las palabras de un discurso de Toño Román tres días antes de morir: "La partida de nuestros compañeros, sin lugar a dudas ha sido también, cuando hacemos memoria, un regalo (…) porque hemos comprendido que, a pesar de todo, la vida es bella". En otros cuentos, la presencia del viaje es clave, como ocurre en El Cóndor Castro o Un pájaro negro o Monito del monte.

"La base de todo puede estar, creo, en la peruanidad de mi padre, ese imaginario que en su momento me sirvió para crearme una pertenencia; una ficción que era también una fórmula de escape. Pero el Perú de mi padre ya no existía, o solo existía para él. Lo experimenté cuando viajé y lo contrasté con el Perú real. Ese choque entre la realidad y la ficción me produjo un extrañamiento vital que, quizás, se proyecta a todo lo que escribo", aclara.

Es precisamente un viaje el que nos traslada a Italia en el último cuento del volumen: El bicho. En él nos cuenta sobre el poeta italiano Dino Campana, a quien López-Aliaga descubrió a partir del cine. "Es una historia tópica, pero con ciertas particularidades: el autor marginal, despreciado en su tiempo, que ya muerto adquiere, de pronto, una relevancia inesperada debido a dos películas. La particularidad que me lleva a incorporarlo en el relato es su locura, en Italia, en los años en que mi abuela Elena se embarcaba o la embarcaban rumbo a Sudamérica".

No sabemos de qué bicho huye López-Aliaga, pero sí sabemos que el viaje es un ejercicio tan vital para él como la escritura. Tal vez, en medio de este mundo salvaje, él busca aquello que el propio Campana sugiere en uno de sus poemas: "Vida y sueño que en el fondo del místico valle/ agitan las almas de los siglos pasados:/ y ahora con ustedes la esperanza/ en el aire, ininterrumpidamente".

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