¿Cuál es el mejor disco de Pink Floyd?

Pink Floyd In Pink
Pink Floyd en 1968: Nick Mason, Dave Gilmour, Rick Wright y Roger Waters.

En una nueva batalla musical, los críticos de música de Culto, Andrés Panes y Nuno Veloso, debaten cuál es el mejor disco de Pink Floyd. Mientras uno aplaude Animals, el otro elogia The wall.


The wall: abierto a las interpretaciones

Por Andrés Panes

Ya sé, ya sé. The Wall no es realmente un disco de Pink Floyd, sino más bien una placa solista de Roger Waters. Y tengo claro que es el fruto de un proceso viciado por su conducta dictatorial, pero también entiendo que esa realidad es común en la interna de muchas bandas y que, en el caso de los ingleses, ha sido expuesta en detalle debido a su popularidad y al hecho de que el tóxico liderazgo de Waters siempre fue de facto, como quedó claro una vez que partió y el grupo, para su pesar, siguió funcionando en una tercera versión, como la llamaba Dave Gilmour aludiendo a la existencia del primer Pink Floyd, liderado por Syd Barrett, como la encarnación número uno y a la comandada por Waters como la número dos.

Con todo, me quedo con The Wall porque encapsula muchas de las cosas que amo no solamente de Pink Floyd, sino del rock y, a decir verdad, de la música en general. La grandilocuencia de Waters, noto ahora mirando en perspectiva, fue lo que me atrajo a la banda desde chico. La discografía de Pink Floyd era una de las pocas que estaban completas en mi casa, debido al fanatismo de mi padrastro, y naturalmente mi interés se posó en su creación más rimbombante, dueña de una iconografía en sumo llamativa, asociada a imágenes de conciertos que parecían estar a años luz de cualquier cosa que pudiese llegar a Chile en ese momento (verlo años después en el Nacional fue apabullante aun cuando ya llegaban todos los espectáculos a nuestro país), incluso con su propia película. Y estaban, por supuesto, las canciones. Uno mordía el anzuelo del funky pegajoso de "Another Brick In the Wall pt. 2" para luego adentrarse en el pantano emocional de Waters, el autor de las primeras canciones ultra depresivas que disfruté en mi vida, como "Mother" o "Comfortably Numb", en las que yacía un dramatismo que me encandilaba. En este país melancólico siempre ha habido algo que conecta a la perfección con Pink Floyd y eso lo saben los miles de chilenos que sienten devoción por su música. Acá se crece escuchándolos. Es la banda oficial de los primeros pitos, de los primeros posters, de los primeros cuestionamientos.

Me encanta The Wall porque es excesivo y arrogante tal como le correspondía ser en el momento en que salió. A fines de 1979, si bien el rock ya estaba siendo desafiado por el punk y la new wave, todavía era una forma de arte en plena exploración de sus posibilidades. Por mucho que Johnny Rotten usara una polera con el estampado "odio a Pink Floyd" y los tildara de obsoletos, el horizonte de la banda aún era amplio y asumir el desafío de un álbum conceptual doble resultaba el paso lógico tras labrarse el prestigio de ir volviendo cada vez más ambiciosa y compleja su propuesta en todo nivel. Waters entendió lo que había que hacer y se engolosinó con su propia visión, en un acto muy acorde con la historia de un rockstar alienado que terminaría contando en el disco. Pink, el personaje que inventó, no es más que un vehículo para su relato autobiográfico, definido años más tarde por Gilmour como "un catálogo de personas a las que Roger culpa de sus propios fracasos en la vida".

Independiente de las motivaciones de su génesis, y acá está lo que aprecio del disco en tanto obra musical, los mensajes que contiene The Wall han sido interpretados y reinterpretados una y otra vez a lo largo de las décadas. El gobierno sudafricano prohibió que se difundiera porque sus letras era usadas por la gente para protestar y el mismo Waters fue a presentarlo a Alemania cuando cayó el Muro de Berlín para mantenerse en la contingencia, una estrategia que estuvo cerca de repetir en la frontera de México y Estados Unidos cuando Trump amenazaba con la construcción de un muro entre ambos países. La cantidad de lecturas que soporta el disco es impresionante y ese rasgo es propio de las más grandes creaciones artísticas. Es lo que hemos hecho por estos días con "El derecho de vivir en paz" de Víctor Jara, ad hoc al Chile del 2019 pese a referirse al Vietnam de los setenta. Sin ir más lejos, la retórica de Waters se aplica con facilidad a nuestro país, donde habíamos construido tantos muros entre nosotros que ahora recién empezamos a vernos las caras de nuevo.

Animals: ahora las cosas son realmente lo que parecen

Por Nuno Veloso

"La gente a la que le mientes tiene que confiar en ti, para que cuando te den la espalda tengas la oportunidad de clavarles el cuchillo", dice "Dogs", una de las tres composiciones que forman el núcleo central de Animals, el disco editado por Pink Floyd en 1977, el año del punk. Y aunque Johnny Rotten haya usado una polera de "Odio a Pink Floyd" -bromeando probablemente, pues amaba a VdGG- los de Londres estaban lejos de ser estandartes de rock intrincado y rebuscado. Para eso estaban Yes y ELP.

Si bien desde Atom heart mother los Floyd venían trabajando en delinear pasajes más atmosféricos (y sinfónicos, en aquel disco en particular), algo que había sido perfeccionado en "Echoes" de Meddle para dar paso a Dark side of the moon y llegar a su máxima expresión en Wish you were here, en Animals la articulación instrumental de la banda rompe el patrón para volverse cruda, aunándose a la temática que le convoca. Así, este disco es, apropiadamente, bestial. Es el más visceral de su catálogo, el más duro, el del concepto mejor logrado –The Wall podrá ser un disco circular, pero posee pasajes que hacen agua- y el de la presencia gráfica más potente, con aquella portada imperecedera, la más lograda de todas las obras de Storm Thorgerson. Su poder evocativo llevó a Waters a aumentarla de las dos dimensiones a una tercera para la puesta en escena de su reciente gira Us + Them, llevando a la estación de energía de Battersea consigo alrededor del mundo.

Si Dark side era una obra acerca de la locura, y Wish you were here estaba dedicado a la ausencia, en Animals nos encontramos con un retrato de una sociedad fragmentada por el capitalismo. Tomando como punto de partida el ejercicio hecho en La Rebelión en la Granja por George Orwell –donde el escritor inglés criticaba a Stalin desde su posición de socialista demócrata-, Waters concibió Animals como una alegoría donde los ambiciosos y salvajes perros son utilizados por los cerdos –los políticos inescrupulosos y corruptos- para controlar a las masas, las ovejas.

"Hombre grande, hombre cerdo, eres un farsante", canta Waters enrabiado en "Pigs (Three different ones)", una versión mejorada de "Have a cigar", más friccionada, densa y asfixiante. Un descargo pantanoso contra los cerdos que, mediante artimañas políticas, el control a través de la religión, y la violencia ejercida por los perros, ejercen su dominio sobre el pueblo. Sin embargo, en los minutos finales de la placa, las ovejas se revelan. Es el despertar de los oprimidos. "Luego de silenciosa reflexión y gran dedicación, dominando las artes del karate, nos levantaremos (…) ¿Escuchaste las noticias? Los perros han muerto. Mejor te quedas en casa y haces lo que se te diga. Sal del camino si quieres llegar a viejo", escupe Waters en el clímax de la vertiginosa "Sheep", casi calcada en 2003 por los metaleros progresivos Anathema en su "Pulled under at 2000 metres a second" de A natural disaster.

Animals marca el quiebre en la dinámica compositiva de Pink Floyd, que se había mantenido relativamente estable como equipo desde la salida de Syd Barrett en A Saucerful of secrets. En este álbum es donde Waters comienza a ejercer presión creativa, siendo el primer disco sin una composición de Wright y con Gilmour aportando el grueso de "Dogs". Nacida de "You gotta be crazy", parte de las sesiones del anterior Wish you were here, ocupa con sus 17 minutos la mayoría del lado A. En ella, Gilmour pasa de su acústica Ovation legend a hacer la rítmica en su Stratocaster para posteriormente esculpir dos fenomenales series de solos en su Telecaster custom, incluyendo esos chirridos amenazantes que se oyen a los 6:20. Esta pieza completa es la mejor muestra de su impecable oficio. El tono de la canción muta de la inquietud a la agitación, y luego a una sección opresiva comandada por aullidos caninos a la distancia. "Sordo, tonto y ciego, sigues fingiendo que todos son reemplazables y que nadie tiene un amigo verdadero". La voz de Gilmour, emocionante, encuentra su contraparte en la furia de Waters que cierra, moralizante, el verso final.

Este el álbum donde Pink Floyd dejó de ser un animal de espíritu colectivo, para transformarse en el vehículo de expresión de las ideas de Waters. Pasado este punto, The Wall y The Final cut serán solo un ejercicio de exorcismo de demonios personales. Animals, en cambio, en el ímpetu por trazar un descarnado reflejo de la sociedad británica de hace 40 años, sin querer terminó condensando una problemática que –tristemente- sigue ahí. No solo en Reino Unido, sino que en todo el mundo hay cerdos que siguen volando sobre nosotros, a miles de kilómetros del suelo, desconectados de la realidad. Pero es en "Pigs on the wing", aquella canción bicéfala que engloba el trayecto, que la empatía aparece como la única respuesta ante la catástrofe: "Tú sabes que me importa lo que te ocurra. Y yo sé que te preocupas por mí también. Por eso no me siento solo, ni siento el peso de las piedras".

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