Era 1980 y en las televisiones chilena se hizo popular un comercial en que un hombre, vestido elegantemente con terno, viajaba por la calle en bicicleta para visitar a su amada. “Ismelia, mi amor”, repetía mientras avanzaba con un ramo de flores en la mano. En el camino, la gente le gritaba:

—¡Cómprate un auto, Perico!

Pero su amor hacía que ignorara las voces a su alrededor.

Nissim Sharim

Cuando Perico llegó a la casa de Ismelia, ella recibió las flores y, sin siquiera saludar, le dijo:

—Cómprate un auto, Perico.

De inmediato, una voz en off habló: “Cualquiera sea el auto que usted decida comprar, fináncielo a través del Banco de Santiago”. El aviso publicitario incitaba a los espectadores a pedir un préstamo automotriz en el que hoy es el Banco Santander. En la historia del comercial, Ismelia era protagonizada por la actriz Delfina Gúzman y, Perico, por el actor Nissim Sharim.

—Cuando hicimos el “Cómprate un auto, Perico”, a los dos nos pagaron con un Chevette del año, cero kilómetro —dijo él en una entrevista del 2017 a La Tercera—. Qué huevón, pienso ahora: debimos haber cobrado más de saber que iba a ser un éxito.

Nissim Sharim fue un abogado que lentamente se desvió hacia las artes escénicas, un interés que tuvo desde su adolescencia. Durante décadas lideró la compañía de teatro experimental Ictus, fue uno de los protagonistas de la emblemática película chilena Julio comienza en julio (1979), estuvo en el directorio de TVN y, entre otras actividades, participó en el programa televisivo, La Manivela, en los años 70.

“Tienes que volver a teatro”

Era la década de los 50 y un adolescente transitaba por la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Traía algo de barba y el pelo largo; iba mal vestido, llevaba puesto un abrigo que le había regalado un amigo más alto que él. “Más que de una carrera, del teatro o de un título universitario, andaba en busca de crecer en un sentido real”, relata un perfil aparecido en Sábado (1999) sobre la juventud de Sharim.

Él sabía que tenía que “ganarse la vida” y, de hecho, por eso trabajaba en una radio durante las noches. Pero también “intuía que no necesitaba vivir para ser rico”, dijo en esa entrevista hace veintiún años.

—Ser millonario no era la papa. Hasta hoy lo tengo claro. Sí me importaba que me quisieran y eso es lo que me sigue importando.

Mientras era estudiante de derecho, Sharim se sentía un intelectual por hablar de filosofía, formar un grupo teatral, hablar del escritor Franz Kafka —autor de una obra literaria que, en realidad, conoció veinte años después— o de la Divina Comedia de Dante Alighieri, obra que, al menos hasta 1999, el actor aún no había leído."Me tragué la píldora de que al mundo lo íbamos a dominar con el intelecto, la sensibilidad, la cultura y los sentimientos", dijo.

Nissim Sharim

En 1957, al día siguiente de jurar como abogado, se casó con la sicóloga Juana Kovalskys, una mujer argentina con la que pololeó a través de cartas. Su vida matrimonial y el inicio de una etapa profesional le significaron algunas dificultades como pagar arriendo, conseguir una oficina donde ejercer la abogacía y ganar el máximo dinero posible para ayudar en la casa paterna.

Durante tres años dejó el teatro.

El giro vino cuando su mujer le dijo:

—Tienes que volver al teatro.

Y la vida de Sharim cambió. “La verdad es que se lo agradezco”, declaró. “Estaba con mucha neura”. Aun así, le era difícil alejarse de las leyes, era un límite que le costaba aclarar. Pero sí sabía que su prioridad era el teatro. No le interesaba el mundo de las teleseries que, en ese entonces, para él era más un producto de comercio que una forma de arte. “La mirada que le di a mi profesión teatral gracias a la universidad implica un objetivo de indagar a fondo en lo que estás haciendo”, dijo.

Aun así, se planteó la posibilidad cuando le ofrecieron el papel del alcalde Valdivieso —personaje que finalmente interpretó Héctor Noguera— en la teleserie de TVN, Sucupira (1996). “Para el canal, trabajar con la Delfina habría sido grito y plata; y para el teatro también me convenía esa dualidad con la televisión”, planteó.

Pero, a pesar de la tentación, Sharim dijo que no.

Cómica seriedad

El Teatro Ictus, la compañía teatral más longeva de Latinoamérica, fue fundada en 1965 por un grupo de estudiantes de la Universidad Católica, encabezados por el profesor de teatro Germán Becker. El grupo buscaba abordar el arte desde un lugar distintivo y experimental.

En 1962, el grupo se estableció de forma definitiva en el subterráneo de un edificio en el barrio Lastarria, en Merced 349, en el teatro La Comedia. El hito coincide con la llegada del actor y director creativo Nissim Sharim, quien liderará la compañía teatral durante más de cincuenta años. Con el tiempo, se incorporaron relevantes figuras nacionales de las artes escénicas como Delfina Guzmán, Jaime Vadell, Shenda Román y Gustavo Meza.

Los 70 estuvieron marcados por el golpe de estado y los primeros años de la dictadura. En ese periodo se inició una etapa de resistencia y que, creativamente, se materializó en un estilo teatral que vincula el humor con lo absurdo para ser un espacio crítico dentro de la sociedad y la contingencia. Nadie sabe para quién se enoja (1974), Pedro, Juan y Diego (1976) y Lindo país esquina con vista al mar (1979), son algunas de las obras centrales de esa etapa creativa liderada por Sharim junto a Defina Guzmán y Claudio di Girolamo.

Ictus resistía.

Lágrimas en el escenario

Pero en 1985 viene uno de los hitos más dolorosos de la compañía. El hijo del actor Roberto Parada, fue una de las tres personas asesinadas por agentes de Carabineros en el emblemático caso Degollados.

El suceso implicó que Sharim enfrentara un duro conflicto personal.

Andrés Rillón y Sharim eran abogados e integrantes de Ictus,y también eran buenos amigos. Pero, durante la dictadura, la relación sufrió una ruptura que a Sharim le parecía difícil de resolver, porque “a la primera que me dijera que Pinochet era un genio, volvería a producirse el quiebre”, explicó el 2014 en el programa Mentiras Verdaderas.

El caso Degollados marcó una distancia entre ambos que se sostuvo por décadas. Sharim recordaba que, tras el asesinato, el padre de la víctima, el actor Roberto Parada, no quiso suspender la función para dedicársela a su hijo.

Durante una función de La primavera y mi país tiene una esquina rota (adaptación del libro de Mario Benedetti), los integrantes de Ictus se enteraron que había muerto el hijo de Parada. La sala estaba repleta. Según relató Sharim a Sábado en 1999, el padre no quiso parar la función. Todos lloraban. La obra dialogaba estrechamente con la noticia que les había llegado. En una escena en que los actores hablaban de tortura, a Parada se le caían unas lágrimas. “Yo sentía a la gente al lado llorando”, recordó Sharim. “Las cosas que actuábamos eran iguales a lo que estaba pasando: ya no sabías qué era verdad y qué no”.

En las funciones que vinieron después, cuando finalizaban, algunas personas del público se paraban, subían al escenario, le daban un abrazo al padre y bajaban.

“Cuando tú viviste esos momentos, es muy difícil recomponer relaciones con quienes aplaudieron esos crímenes”, declaró.

Lindo país esquina con vista al mar

Para Sharim, eran dos posiciones que se ubicaban en extremos opuestos. Por un lado estaba la de “tú estás inventando algo para criticar a Pinochet”, ante la suya que se resumía en “si yo hubiera podido matar a Pinochet, lo habría hecho en algún momento”. A finales de los 90, intentaron hacer un programa juntos en TVN, pero la idea no prosperó producto de esas diferencias.

En 1999, cuando en el diario La Hora, le preguntaron a Sharim cuál sentía que había sido el aporte de Ictus al teatro nacional, él respondió:

—Marcó o continuó (antes que nosotros estuvo el Teatro Experimental) una línea de indagación dramática que tenía un sentido existencial y social profundo. Ese es nuestro aporte, entender que el teatro y la vida no están separados.

Voz crítica

En 1999, le preguntaron a Sharim cómo se sentía respecto a la sociedad chilena, él respondió:

—Incómodo, muy incómodo.

No le gustaba ver la manera que tenía la gente para conducir sus autos o la desesperación de consumo que percibía en las personas comprando en el supermercado. Le molestaba que, según planteaba, se hubieran sustituido valores culturales por un modelo de “sociedad mecánica, enajenada e individualista”, dijo. “Acá a nadie le importa lo que le pasa al otro”.

En esa ocasión, Sharim usó la televisión para ejemplificar su sensación de incomodidad: “Cuando los directores de TV dicen ‘esto es lo que quiere la gente’, se olvidan que la gente quiere lo que le enseñaron a querer, y le enseñaron a querer la tontería de la telenovela, el lunes y el martes y don Francisco”.

“Siempre la entretención tiene que ser light y estúpida”, dijo el artista a la revista Rocinante en 2001."Y cuando ponen alguna cuestión cultural le ponen ‘cultura-entretenida’, lo cual es bastante absurdo".

Nissim Sharim

Aunque, en ese entonces Sharim era parte del directorio de TVN, no eludía las respuestas que implicaban criticar los vicios de la industria televisiva chilena. El actor estaba seguro que, después de esa entrevista, sí o sí habría alguien que diría: “Oye, es perjudicial para la televisión que uno de los directores del canal esté diciendo esto”.

—Mucha gente concede que hay que preocuparse de la actividad cultural como de la guinda del postre, como del ornato —dijo en la misma instancia—. Ese es un tremendo error.

La escritora Alejandra Costamagna, quien hizo esa entrevista dos décadas atrás, rescató esa frase del exlíder de Ictus. “Veinte años después, cuánta vigencia”, concluyó la autora de la novela El sistema del tacto (2019) respecto a esas palabras del autor.

En mayo del 2000, cuando recién se integraba al directorio de TVN, fue entrevistado por la revista Qué Pasa. Le preguntaron si estaba siguiendo el trabajo de su excompañera, Delfina Guzmán, en la teleserie del canal, Romané, y él respondió que no.

¿Por qué?

—Lo que pasa es que me altera mucho ver esas teleseries —respondió Sharim—. Me altera porque, en el fondo, lo que uno encuentra es un juego de sentimientos falsificados.

El líder de Ictus no culpaba ni a los actores o a los directores de esa situación, sino a la dinámica de producción de ese contenido, en que es necesario entregar un capítulo por día. “Ese es el carácter de industria comercial que tiene la televisión hoy en día, sobre todo las telenovelas, que me produce este escozor y por lo cual no he querido participar”, dijo.

¿Genios en disputa?

Con el regreso de la democracia en 1989, las organizaciones extranjeras retiraron la ayuda económica para Ictus, lo que sumergió a la compañía en una estrecha situación económica. A pesar de ello la compañía se sostenía. Y en 1991 estrenan otra de sus obras más exitosas, Pablo Neruda viene volando (1991), la cual los llevó en una gira por París y distintas ciudades de España.

Aun así, la situación económica seguía siendo complicada para Ictus y además, con la salida de Pinochet, se volvió más complicada la labor creativa al perder al enemigo en común que existía dentro de la compañía. En ese contexto, a inicio de los 90, surgió un conflicto que Sharim tuvo con otra figura icónica de la compañía, Delfina Guzmán.

Nissim Sharim

Todo arrancó cuando un día ella propuso la idea de vender el teatro y que el grupo se disolviera.

—¡Imagínate! —declaró Sharim en 2017 a La Tercera—. Para mí fue como que me sacaran la madre. Ya habíamos decidido quedarnos en Chile una vez y no escapar de la dictadura; no íbamos a hacerlo después, y mucho menos por plata.

En ese entonces, Guzmán ya trabajaba en el área dramática de TVN y poseía parte en la propiedad del teatro y en la sociedad. La estrechez monetaria era grande e Ictus tuvo que pedir préstamos a distintas personas y, entre ellas, a Delfina Guzmán. Sharim dijo que le devolvieron todo el dinero. Ahí vino otra situación que a él le molestó, cuando no hablaron personalmente, sino a través del hermano abogado de la actriz.

—Fue de una falta de nobleza terrible, pensé entonces, y aún lo creo —dijo Sharim—. Ahí enfrié mi relación con ella.

—¿Y no la llamó en todos estos años?

—No, no la llamé ni lo hago ahora. No la llamo ni cagando.

Tiempo después, en 1992, Guzmán decidió no continuar en Ictus.

En un reportaje de la revista Sábado (2007), la actriz mencionó que por motivos laborales no se veía con su excompañero. “Nissim, además, es absolutamente contrario a la televisión”, aseguró.

En enero del 2018, seis meses después de esa entrevista a Sharim, la actriz tuvo una conversación con el medio Nodal Cultura, en el que declaró:

—Pienso que él (Sharim) cree que esos lazos están mucho más rotos de lo que realmente están. Él dice que yo quise vender el teatro, y anda a saber tú si es cierto. Yo soy bien tirada de las mechas y no sería nada raro que se lo haya insinuado, pero fue una falta de tino mía. Con Sharim siempre tuvimos una relación bastante áspera, pero prefiero recordarlo como el gran director que es. Ya no estamos para viejos rencores.

Reconocimiento

—¿Se siente un hombre exitoso? —le preguntaron a Sharim casi dos décadas atrás en El Metropolitano (2001).

—Sí —respondió—, pero aún me falta un respaldo más fuerte y creo que estoy a tiempo de tener un reconocimiento más importante.

“Me postulo por las mías”, dijo Sharim en 2015 cuando fue candidato, en una edición en que Héctor Noguera fue a quien se le concedió el premio.

En 2017, cuando le preguntaron por qué había vuelto a postular al Premio Nacional de Artes Escénicas, Sharim respondió: “Porque pienso que lo merezco, pero sobre todo porque ganar ese premio es la única esperanza de mi vida, pues me permitiría trabajar sin pensar en la plata”. Aun así, el exlíder de Ictus no tenía mucha fe en que le otorgarían el galardón. “Me contaron que hay una candidata que tiene más de un santo en la corte, y en ese tipo de negociaciones sí que no soy bueno”, aseguró.

Nissim Sharim

Fueron en total tres las ocasiones en que levantó una candidatura que, como dijo Paula Sharim, su hija y actual directora de Ictus, “lo postulamos los mismos de siempre”, los integrantes de la compañía ubicada en la calle Merced.

Al final, ese año el reconocimiento se le otorgó al dramaturgo Alejandro Sieveking.

El 27 de enero del 2020, durante la Ceremonia del Día Internacional del Holocausto en el ministerio de Relaciones Exteriores, la Comunidad Judía en Chile le otorgó al actor y director la distinción “Luz y Memoria” por “mantener en alto las banderas de humanidad y libertad” en especial durante el periodo de la dictadura.

Aquel fue uno de los reconocimientos que recibió Sharim en vida, mientras el Premio Nacional seguía esperando, esperando para siempre.