McCartney III: asunto de familia

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Durante las últimas décadas, el músico-leyenda ha centrado casi toda su agenda en varias giras mundiales, hasta que la pandemia lo obligó a recluirse en su residencia de Sussex, al sur de Inglaterra. Allí, en medio de un ambiente familiar, salía todos los días a su estudio para registrar ideas que terminaron siendo el cierre de una trilogía que comenzó en 1970, justo después de The Beatles.


Paul McCartney piensa que tener un iPhone es maravilloso. La posibilidad de crear notas de voz que pueda llevar a todas partes es un regalo para aquel niño criado en la Inglaterra de la post guerra y que llenaba cuadernos con anotaciones vagas para luego convertirlas en las canciones más trascendentes del siglo. “¡John (Lennon) y yo teníamos que recordar todo! Las únicas cosas para grabar en casa eran esas cintas de cassette Grundig. Por supuesto, había que ser muy rico para tener una de esas”.

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El problema de tener acceso, dice, es que el teléfono se le llenó de bocetos, melodías y pequeños riff que registraba cuando la inspiración empujaba al impulso. “Es como… ‘lo terminaré más tarde’ y es una espada de doble filo, puedes recordar tus ideas pero no las terminas. Afortunadamente, tuve el tiempo para hacer precisamente eso”, dijo a finales de octubre en una gacetilla publicada en su sitio oficial.

Con una gira de 11 fechas por el verano europeo suspendida, incluido un gran cierre en el festival Glastonbury, y “atrapado” en el Reino Unido luego de que su esposa Nancy Shevell permaneciera en Nueva York, a sus 78 años McCartney, la estrella de rock, se permitió ser abuelo y compartió el encierro con la familia de su hija mayor Mary.

“¡Fue grandioso! Ella es una gran cocinera, así que regresaba del estudio y, antes de cenar me preguntaban ‘¿Qué hiciste hoy?’ Se convirtió en un pequeño ritual sacar mis anotaciones y poner mi música en el teléfono”.

Pero, ¿cómo unas notas de voz terminaron siendo un inesperado disco que cerrará las listas de 2020? Por pura diversión, se apura a decir el hombre que cumplía el rol del muchacho dulce, correcto y educado en la boy band más importante de la historia.

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Solo para mí

La historia cuenta que la trilogía homónima de McCartney comienza en una granja escocesa alejada del mundo. Con una depresión a cuestas y problemas con el alcohol a causa del desmoronamiento de lo que él consideraba su banda, secuestró una máquina de cuatro pistas y empezó a grabar bocetos y maquetas. El experimento terminó siendo un disco que, en su primera versión para la prensa, incluía una célebre auto entrevista anunciando la disolución de The Beatles. Todo esto un mes antes de que el mundo conociera el demorado Let it Be (1970)

Una década más tarde, otra experiencia traumática devengaría en una disfuncional segunda parte, con pistas cercanas al electropop, los sintetizadores y todas las máquinas que el bajista descubriría luego de renunciar al rock de estadios cultivado con Wings, la banda que armó y desarmó durante los setentas. Detenido en Japón en enero de 1980 por posesión de 218 gramos de marihuana previo al inicio de una rentable gira por el país asiático, decidió poner a la banda en un receso indefinido por sentirse “poco apoyado” por sus compañeros. La página la dio vuelta rápido: en mayo, tiendas de todo el mundo ya tenían disponible copias de McCartney II. Las críticas, al igual que en su primera parte, no fueron muy favorables, cosa que parece cambiar con el disco aparecido hoy.

La crisis que lo llevó a grabar la tercera parte —¿y final?— de uno de sus proyectos más personales no fueron bandas disueltas, depresiones ni problemas con la ley, sino el confinamiento o “rockdown”, como lo bautizó astutamente para efectos promocionales de Capitol.

“El denominador común”, reflexiona McCartney, “es que de repente tuve mucho tiempo y lo que hago es: ‘Bueno, escribe y graba, aprovecha tu tiempo libre’. La pandemia detuvo las cosas y encontré una alternativa: escribir y grabar”.

Hacia el final de sus jugarretas en aquel estudio que a finales de los ochenta montó dentro de un molino a menos de 15 minutos de su casa, se encontró con un montón de pistas terminadas y tocadas solo por él. De pronto llegó la idea que transformó aquel trabajo en una trilogía. “Pensé, espera un minuto: ¡Este es un disco de McCartney! Lo había tocado todo de manera similar que con los anteriores. Al menos eso explica que lo hiciera así, sin que lo supiera. Fue algo involuntario”.

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Un inevitable tributo al pasado

Aunque la mayoría de McCartney III viene de trabajo en el estudio y maquetas inacabadas justo después de lanzar Egypt Station (2018), hacia el final del álbum hay una pista que estremece. La voz de Paul viaja casi treinta años al pasado y nos regala una inédita grabación registrada por George Martin en 1992.

“When Winter Comes” no contiene mucho más que guitarra y voz, pero pone el punto culmine a un álbum grabado por un hombre de 78 años que, tras batir todos los récords y llenar cada estadio en el que se presentó, nos sumerge en una estremecedora intimidad.

“Él era brillante como productor porque actuaba como un médico, diciendo las cosas pero sin llegar al enojo. Aunque uno no estuviera de acuerdo con sus ideas —a menudo muy buenas—, te hacía probar cosas. Era inteligente de esa manera, tenía esa habilidad de persuadir”, apuntó el bajista para la última edición de Uncut Magazine.

La canción, rescatada mientras McCartney revisaba el “material extra” para una reedición de Flaming Pie (1997), se salvó de terminar relegada gracias a Last Train to Memphis (1994) el libro que el crítico Peter Guralnick escribió como biografía definitiva de Elvis Presley. En ese escrito, el autor describe varias grabaciones con majestuosidad pero con una advertencia: “probablemente nunca las escuchaste porque siguen enterradas como lado B de un álbum”.

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La presencia —al menos en espíritu— del histórico productor fallecido en 2016 no es al azar. Aunque diez de los once tracks iniciales fueron registrados en el primer semestre de 2020, hay una especie de tributo al pasado constante. Martin, el punto más evidente de esta serie de referencias, se mezcla con la utilización del mellotron de Abbey Road con el que se grabó la inconfundible estructura de “Strawberry Fields Forever”, la utilización del contrabajo del histórico bajista de Elvis Bill Black —regalo especial de su esposa Linda para su cumpleaños 29— y la “presencia permanente” de Lennon a la hora de comprobar la calidad de sus grabaciones. “Colaboramos durante tanto tiempo que digo: ‘¿Qué pensaría él sobre esto?’ Ambos estaríamos de acuerdo en que la canción no va a ningún lado y lo volveríamos a hacer”.

Como no podía ser de otra manera, las fotografías que acompañan a la veintena de ediciones que McCartney lanzó hoy en vinilo, disco compacto y cassette, fueron obra de Mary, la hija mayor de la leyenda. Para continuar la obra iniciada por su madre (fallecida de cáncer en 1998, tras 29 años junto a Paul), quien fuera la bebé que se asomaba por el pecho de su padre en aquella icónica foto campestre de 1970, toma las riendas de un trabajo reservado solo para la dinastía. A veces, solo es asunto de familia.

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