Ignacio Fritz, escritor: “La gente que estaba en el tapete en los 90 echó a perder todo”

Ignacio Fritz acaba de publicar A la salida del Viper Room, un alucinado ajuste de cuentas con los años noventa, época donde comenzó a hacerse un nombre en la literatura chilena y donde con un humor negrísimo y un género poco explorado en la literatura local como el “weird noir” hace, en el fondo, un repaso generacional.


Ya desde las primeras páginas, A la salida del Viper Room (Espora Ediciones/Rhinoceros Ediciones, 2022) es un viaje alucinante y confuso hacia los años noventa.

Avanzar la novela es como hacer scrolling en Tik Tok y ver como se suceden referencias que abarcan desde River Phoenix y Punto de quiebre hasta R.E.M y Duran Duran, pasando por el perfume Hugo Boss y los autos Bugatti. Pero al mismo tiempo, nos damos cuenta que esa sobredosis noventera es sólo la cáscara que enmarca y potencia otra historia en el Santiago de esa época, enrarecida por la voz de un autodefinido “escribidor de poca monta” en caída libre entre la literatura, el sexo y la figura de su padre, castigador pero no tan malo después de todo.

Su autor, Ignacio Fritz, alcanzó a vivir la resaca de esos años de transición y una juventud más interesada en MTV que la política. Autor emergente en la Zona de Contacto, luego columnista en The Clinic y finalmente, autor, gracias a su primer libro de cuentos publicado a los 22 años (Eskizoides, 2002, y reeditado en pleno estallido por la editorial Pan), no ha parado de escribir con un humor corrosivo, un uso del lenguaje que evoca el doblaje en castellano neutro de toda la vida y una capacidad de crear mundos perturbadores.

Esta es su décima obra, tras la sorprendente novelita Ñachi (2021, Sietch editores), sobre un Chile donde finalmente el pueblo mapuche logró alzarse en una sangrienta guerra civil, la que fue elogiada por Patricia Espinosa, señalando que es “un relato que da asco, pero un asco necesario; una pieza literaria reflexionada, verosímil, que asume la reiteración histórica de la infamia como un hecho irreversible”.

“No creo que Rodrigo Lira haya llegado a un nivel tan bajo como mi personaje”

En A la salida del Viper Room, Fritz eleva la apuesta viajando al pasado y desde un género casi de nicho como el “weird noir” o “policial interior”.

“Es una variante del Pulp fiction que juega con los elementos propios del género policial clásico, con un enigma en la trama que aparece en las primeras cinco páginas, por así decir”, explica desde su departamento con vista a las cercanías del Metro Salvador donde en medio de novelas y devedés vio las protestas, la represión policial y los gases lacrimógenas como saldo de estos enfrentamientos que se pausaron a fuerza de COVID-19.

“Se trabaja a través de un detective privado, aunque en Latinoamérica haya cultores de este género, el policial, que piensan que el detective igual puede ser un periodista, alguien que se introduce en un caso particular y va sacando los trapos a la luz, descubriendo el leitmotiv de la historia. Para mí un referente del policial es Santiago Gamboa”.

-No es un género que se practique tanto en la narrativa local.

El weird noir tiene sus orígenes en la revista Weird Tales. Se trata de una ficción donde lo extraño prevalece. No sería raro que encontráramos elementos propios de la ciencia ficción o el terror en este tipo de subgénero, que en Chile no tiene cultores salvo yo. Autores como Richard Matheson o Robert E. Howard estuvieron escribiendo un weird noir donde lo bizarro es parte de lo expuesto. Digo que aparte de eso, se trata de un policial interior en la medida de que utilicé elementos de la autoficción pero con el ingrediente investigativo, de quien está analizándose a sí mismo, de ahí que la búsqueda policial sea desentrañarse como persona, encontrar ese algo escondido que ni sabías que era parte tuya. Tenía ciertos reparos en la autoficción, me parece rasca escribir de uno mismo; en estricto rigor, para mí la autoficción es no tener imaginación, menos inventiva de escritor profesional.

-Pero al leerlo hay varias pistas, más o menos evidentes como para pensar que el protagonista eres tú, pero la misma obra se encarga de desmentirlo párrafos después.

Esta obra surgió en su momento como una forma de reírme de mí mismo, de lo lejos que ahora estoy de ese personaje central. Una especie de alter ego patético y llorón. Un Werther chilensis que comienza a contar sus penurias, a ventilar su ropa sucia y lo solo que llegó a estar por no poner paños fríos en cuanto dilema cebolla se le cruza por delante. De hecho, con ese mismo personaje tengo un dúo de cuentos en donde el pobre personaje se quema a lo bonzo por el hecho de asumirse como un escritor mediocre.

“Me parecía que el weird noir encajaba con ciertos elementos surrealistas y del gore puro, en un híbrido mutante que no deja de lado esa emoción fatal que carcome al personaje en noches de cocaína y vodka, en una soledad patológica y donde el sujeto se autocompadece todo el momento se su propia estupidez como ser humano, de no tomar las riendas de su propia vida y tener orgullo y amor propio. Mi personaje es muy poeta para sus cosas. O sea, muy poeta maldito. No creo que Rodrigo Lira haya llegado a un nivel tan bajo como mi personaje, que a través de su autoanálisis, de su autoficción, trata de conocerse más como un individuo plantado en este planeta. A la larga llegamos y nos vamos solos de este mundo y el gran problema de mi personaje, de su autoindagación, es que se da cuenta que es muy débil, que no es apto para el trajín actual”.

“En la literatura chilena hay un amor desmedido por el realismo”

-En la literatura chilena a veces hay ciertos puntos comunes. Hace una década se hablaba de “las novelas de los hijos”, luego se puso de moda estos ejercicios o experimentos de un párrafo por hoja y luego se empezó a retratar cierto orgullo provinciano o de venir de comunas periféricas. ¿Cómo te ves frente a las tendencias, modas o géneros imperantes en Chile? 

Salvo por uno que otro caso, y que a todos les he estado siguiendo la pista, creo que solo hay modas relacionadas con el mercado. A mí me encantaría tener millones de lectores, pero bajo mis términos, no realizando una novela porque tal o cual género está de moda.

“Se hablaba de la novela de los hijos y todavía siguen escribiéndose obras de ese tenor, pero creo, aunque no me consta, que el tema mercantil es gatillante en los casos que me mencionas. A mí me gusta el pulp fiction y el terror y los subgéneros pero en realidad para mí la narrativa debe estar alejada del marketing mientras la estás escribiendo, para no seguir la corriente de imitación que es probable que haya cuando una obra tiene éxito”.

“Una vez ya listo el libro, hagan toda la promoción y marketing que deseen. Igual creo que la gracia es que lo que uno haga tenga la recepción suficiente para que deseen publicar tu trabajo. Aquí en Chile hay un amor desmedido por el realismo, y me parece que eso es aburrido, es como leer un diario. Yo flipo con las historias entreveradas, complejas, barrocas y extrañas. No me gusta lo obvio, lo predecible. Tampoco me agrada decir que una novela lo es porque tiene 5000 palabras diagramadas en 150 páginas para que parezca lo que no es, ¿no? Una novela tiene que serlo y no necesariamente apegarse al canon o a las modas. Como escritor en Chile me veo como un sujeto esforzado, que batalla con la hoja en blanco, y que no tengo mayor apoyo de nadie, salvo de mí mismo. Tampoco me gusta exhibirme y andar en conversatorios o en lives o en un podcast: en realidad yo disfruto leyendo y escribiendo. Nada más. Pero como escritor, sí, algún día quiero escribir un hit, pero bajo mis términos”.

-Estéticamente tu novela dialoga con los años 90 que en redes sociales como Tik Tok están muy de moda. ¿Qué fue lo que rescatas de los 90 y que te pareció olvidaste de esa década? 

Era la época en que si había una buena idea, te apañaban. Comenzaba el Internet y el TV cable y todo parecía como nuevo. Era, sin duda, porque Chile estaba saliendo de una dictadura. Eso es obvio. Era una época en que una editorial podía pagarle en millones a un desconocido.

“Igual creo que la gente que estaba en el tapete en esa época echó a perder todo. Hubo una apertura mental en los años 90 que eclipsó en los 2000 y ahora todos se quejan de que las cosas no resultan y se piensa en un nuevo Chile aunque Chile siempre estará encasillado y sin identidad, aunque pensemos en pueblos originarios o en una nueva Constitución. El problema es que está la misma gente desde los 90. O de antes. De los 90 rescato esa libertad de movimiento para cualquier escritor y lo que olvidé de esa época… Siento nostalgia por esos años, aunque la pasé mal.

-Tu alcanzaste a vivir esa etapa escribiendo en la Zona de Contacto y The Clinic, ¿cómo sientes que “creció” esa generación y ese Chile? 

Zona de Contacto era un suplemento pro-yanqui a mi modo de ver las cosas. Debió haber sido lo más de lo más para sus editores y periodistas. Yo estuve allí de pura casualidad. No leía la Zona y postulé un día a su taller de narrativa y quedé. Pero como te comentaba, yo no leía la Zona. Sabía que existía, eso era obvio, pero el problema surgió después, cuando comencé a escribir y a entrar en los clichés del escritor maldito. The Clinic prendió rápido por el equipo que tuvo en un inicio y porque nadie de la elite había abierto un espacio de crítica desde esa misma elite. Siempre me suena eso de hagamos que todo cambie para que nada cambie. Esas personas que comenzaron en esos medios deben estar bien ahora, supongo. No soy amigo de nadie de los que han estado allí.

-Tu estilo de escritura es muy original y distinto a lo que se acostumbra a leer. Muy cinematográfico, pero también muy heredero del castellano de Anagrama y el neutro de los subtítulos de películas. ¿Estás de acuerdo y si es así, crees que es una forma de tomar una posición estética frente a lo que se escribe actualmente?

Los libros de Anagrama me han formado como escritor. Comencé leyendo a Paul Auster y a Patricia Highsmith y Roberto Bolaño y claro, mi posición estética se desenmarca de las modas, esas que te decía ligadas a lo que vende o no. De partida, yo soy bastante freak, de manera que lo que escribo es freak. Me gusta jugar con el lenguaje, no traumarme si una palabra se entiende o no. Soy cinéfilo y muy buen lector y yo dialogo con obras que a mí me han marcado, por eso lo del weird noir o el pulp fiction. En realidad, escribo lo que me gustaría leer. Eso. 

-Acá hay violencia, pero también humor y cierta nostalgia, una tristeza por lo perdido. ¿Hasta qué punto lo que escribes es ficción y experiencia personal?

La ficción se nutre de la realidad, reza el lugar común. En general, escribir de mí mismo para mí es algo de mal gusto. Encuentro que la inventiva debe desligarse del yo sufrido. En esta obra en particular hay elementos míos, fui yo el que la escribió, el que sufrió, entre comillas, con lo narrado. Encuentro fome escribir de uno. Es un recurso barato, trillado, de gente sin imaginería. 

-El Viper Room es un local icónico donde al menos hay un sobreviviente: Johnny Depp. ¿Qué piensas de todo lo que le pasó estos últimos años? 

El Viper Room funcionó como local de moda en la que supuestamente siempre había parranda y ánimo de diversión, pero no me cabe duda de que fue una brillante idea de Johnny Depp para hacer negocios allí mismo, en ese mismo club. Allí en 1993 falleció River Phoenix y era viable ver en ese nido de víboras a gente como Hunter S. Thompson o sujetos que eran leyendas. Postulo la tesis de que Viper Room era una oficina de trabajo para Depp. No hay nada más clásico que el carrete para hacer amistades o saldar contratos.

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