“Me da vergüenza casi juvenil decir que escribo un libro”, declara Ana Tijoux (45) en las páginas de inicio de su debut literario, Sacar la voz.

“Es que decir ‘libro’ me suena como a un monumento, a algo muy ‘guau’, casi eclesiástico, siempre los he abordado como una cosa muy grande. Entonces, obvio que me da pudor, porque hay gente que ha estudiado esto. Pero lo que yo necesitaba era vomitar, sacar para afuera, hacerlo bajo mi estilo y mi forma”, explica ahora la cantante en conversación vía Zoom con Culto desde Barcelona, su ciudad de residencia, en un entorno casero, hablando en español con su gato y en francés con su hija, y con renovado look de pelo corto.

Porque los cruces, las mezclas y los mundos múltiples siempre han definido su historia. Igual que en este texto: 216 páginas que desde este 2 de mayo estarán disponibles en tiendas y donde en primera persona narra gran parte de su vida sin mandatos cronológicos y con una pluma por momentos descarnada, volcánica, repasando niñez, exilio en Francia, maternidad, música, desapego de la fama, amores tórridos, otros más tóxicos, una detención en el aeropuerto cuando tenía sólo seis años, pérdidas, ausencias e inseguridades. Es uno de los autorretratos más frontales de la música chilena en el último tiempo.

“Cuando escribo quedo agotada, vacía. Exprimida en el piso, sobrevolando mi cabeza entre ideas repartidas sobre el sofá”, apunta en las páginas finales. “Fue rico igual, entrete. Más allá de si lo encuentran un bodrio o genial, a mí me hizo muy bien”, flexibiliza después en el diálogo por Zoom, para finalmente retomar: “Fue más bien una confluencia de cosas la que me llevó a tomar la decisión de escribir”.

***

Posiblemente el motivo más relevante sucedió en 2019: el 7 de octubre de ese año, la artista perdió a su media hermana, Tania, de profesión enfermera, debido a un cáncer de mama. Con ella, la cantante comparte padre: ambas son hijas de Douglas Olivares, ex integrante del MIR, exiliado en Francia desde mediados de los 70 y quien se suicidó en 1989, cuando Tijoux tenía 12 años. A la artista su familia le contó del deceso sólo dos años después.

FOTO: Inti Gajardo

Por lo mismo, fue criada por su madre, la socióloga María Emilia Tijoux, y por otro chileno que sufrió el exilio, Roberto Merino, a quien considera su padre. La rapera recién conoció a Tania cuando ella tenía 10 años de vida.

“Éramos muy parecidas físicamente, como mellizas en algún punto, aunque de crianzas distintas, porque no tenemos la misma madre. Y tenemos un padre ausente, un padre suicida. La terrible ironía es que ella trabajaba como enfermera de oncología terminal. Se fue a vivir a Chile desde Francia justo dos años antes de su cáncer. Entonces, su muerte vino a remover muchas cosas en mí. No fue sólo su muerte, sino lo que todo eso implicó: cuestionarme mi trabajo, mi carrera, mi vida. Fue un disparo de situaciones muy personales, muy distintas y muy explosivas. Historias familiares, entender quién es uno. Vino a desempolvar muchas cosas que era necesario sacar: lo bueno, lo malo, lo oscuro, lo bello, lo luminoso, lo media tinta. El libro nace de esa tormenta”.

“Enterrarla a ella fue enterrar muchas cosas -reafirma después-. Quería entenderme, porque aparte muchas veces me siento culpable de quién soy, con esa culpa cristiana”.

-¿Por qué?

Por un asunto de intensidad, aunque eso también es mi fuerza. Y también es lo que me duele. Tiene que ver con la intensidad de Chile. Chile tiene placas subterráneas, es un terremoto permanente. Siempre estamos terremoteados. Yo con el libro quería entender eso y que mi terremoto no era personal, sino que social y colectivo. Gente con distintas historias y con una vida en que siempre pasa algo.

-¿Y por qué llevar todo eso a un libro, y no a una canción o un disco?

Porque a mí siempre me ha gustado escribir. Y porque hacer canciones es muy diferente como ejercicio. Escribir esto fue mucho más en silencio, desde la intimidad, sin aplausos, sin público, y es un proceso muy lento, otra velocidad. Me demoré dos años y tanto, mientras que en los discos me demoro mucho menos. Y la pandemia me permitió meterme y meterme adentro para entender lo que significaba el duelo, la muerte, la pérdida y la ausencia. El libro me permitió también no rapear, no versear, no rimar. Pude hablar de cosas personales que nunca he logrado convertirlas en canción.

FOTO: Inti Gajardo

“Aparte que, cuando te armas un nombre como artista, también te atrapas en él, sin querer. Uno dice: Francisca Valenzuela, Camila Moreno, Paloma Mami o la Ana Tijoux, y sabes a lo que te refieres. Música urbana, popular, contestataria, hip hop, música romántica… Aquí traté de explorar lugares que la Ana Tijoux no se permite. Los músicos nos movemos distinto a los actores, porque los músicos siempre actuamos de nosotros mismos. Y eso te encasilla”.

-De ahí surge quizás una de las líneas que cruza parte importante del libro: tu incomodidad con la industria, con tu figura pública y con tu carrera. Lo repites en muchas frases: “no sé si soy original, la mayoría de las veces siento que no he realizado nada auténtico ni fuera de lo común, de hecho no tengo ningún disco mío en mi casa, tengo hasta un desapego violento con eso”.

Eso lo tengo que ver con mi terapeuta. No tengo ninguna respuesta. No sé, no tengo ningún disco mío. Los tienen mis papás. Están en la casa de mis viejos. Los escucho a veces. A veces me pasa que escucho cosas para atrás y digo “oh, qué bacán fue esto”, pero tenerlo en mi casa, en general, no los tengo. Puede ser pudor, porque también admiro a tanta gente, que tengo discos de otra gente. No tengo apego hacia los míos.

“Además, la palabra carrera ya es muy rara, como que uno está corriendo hacia algo. No sé muy bien cómo manejarla, no sé por ejemplo caminar en alfombras (rojas). Siempre me he sentido en contradicción con cosas que no me hacen sentido. Quizás al resto le hacen mucho sentido, pero a mí no. Para mí la música ha sido una herramienta de terapia, de entenderme y entender al resto. Me he dado descansos largos de los escenarios, porque ha sido necesario. Y a veces he pensado abandonarlos, pero no sé si sé hacer otra cosa (se ríe)”.

“Para mí la clave es dormir en tu cama tranquilo. Eso es algo que jamás voy a transar. Lo he transado muy pocas veces y, las veces que lo transé, lo pasé muy mal. Para mí es estar tranquila, me amen, me odien, me tengan arriba o me tengan abajo. Si algo no me agrada, no me agrada, y claro, para mucha gente eso es ‘ser conflictiva’. La única vez que lo transé fue cuando una vez me tomé una sesión de fotos para una revista de papel couché y me dijeron ‘oye, te vamos a maquillar de cierta manera para que se vean los rasgos más suaves’. Después me vi en las fotos y dije: ‘puta, pero esta no es mi cara po, yo no tengo esos pómulos’”.

Escribir esto fue mucho más en silencio, desde la intimidad, sin aplausos, sin público, y es un proceso muy lento, otra velocidad”

-En esa misma relación conflictuada con la industria, hablas de tu vínculo con algo que muchas veces la rodea: los excesos. “Nunca me he drogado. Sé que confesar eso es lo menos rock and roll que hay”, dices en el libro.

No, nunca me ha atraído ese lugar, jamás. Soy súper radical en eso.

-¿Por qué?

Porque he visto el desastre que crea, porque me da nervio, me da un nervio terrible. Nunca he tenido onda, desde niña. No lo veo ni siquiera como una tentación, porque me han ofrecido mil cosas y nunca he probado nada. He fumado unos pitos, pero nada más. Creo que también fue muy clave que mi madre, cuando yo era muy pequeña, trabajaba con gente que consumía heroína, y eso me marcó mucho. Vivíamos en un edificio también donde consumían heroína en los 80 en Francia y para mí era como “esto no”. Quebraba una familia y sacaba lo peor de cada persona. Jamás me ha gustado.

-En el texto hay desapego con la industria, pero también contigo como persona cuando dices: “siempre me sentí fea, poco atractiva, y si me miraban, no lo entendía del todo, juraba que estaban equivocados de persona”.

Eso es por no caber en los cánones quizás del algoritmo social de la belleza. No sé po, si alguien me miraba era como “¿yo? No, yo creo que estás súper mal”. Tuve siempre la sensación de no caber mucho y nunca tuve una crianza muy de princesita. Siempre se me enseñó de que había que defenderse con palabras. Pero nunca en mi casa la belleza fue tema, lo bonito o lo que significaba ser bonito.

-Esa sensación de “sentirse fea”, ¿en un instante empieza a pasar, no? Porque en un momento comienzas a trabajar en una escena como la musical, regida muchas veces por cánones estéticos.

Claro, porque si no, jamás me habría subido a un escenario, de avergonzada. Al final me preocupé de hacerlo desde otro lugar, desde la música, la obra, el trabajo, y mis colegas maravillosos que me han acompañado y han construido mi carrera conmigo, porque sin ellos, yo tampoco sería lo que soy hoy. Me construí desde otro lugar.

“Pero uno es inseguro, si uno siempre quiere aceptación social. Por más que uno diga algo, uno quiere caber, por más que uno diga que no. Pero llega un punto en que creo que la obra sobrepasó eso, entonces ahí la pregunta no se estableció más. No fue tema en mi cabeza”.

-¿Cómo fue escribir de tus amores y de tus parejas? Aunque no hay menciones explícitas a personas, sí cruzan gran parte del libro.

Uno tiene relaciones tóxicas, otras maravillosas, y también hay que dar gracias a otros amores que no resultaron, pero pucha que te marcaron. Uno también es la construcción de un montón de gente que conoce y esos amores también, por más que no hayan resultado, igual resultaron de otra manera. Quizás no en el tiempo, pero también te vienen a marcar un montón de cosas.

“Son muchos amores. Yo tengo un corazón muy grande. Con varias de mis ex parejas siempre les digo ‘yo estuve enamorada hasta las patas de ti y te sigo amando, pero de otra manera’. Lo que esa persona provocó en ese instante, en ese segundo de mi vida, lo guardo y lo atesoro. Me cuesta tenerle bronca a alguien que me marcó tanto, salvo que sea un amor tóxico. Pero no es que uno ama y deja de amar. Eso no”.

“Y los amores tóxicos es lo peor que a uno le puede pasar. Me ha pasado conversar con mujeres que yo admiro y que yo digo ‘a ella nunca le va a pasar un amor tóxico’, pero bueno, sí, la compañera también vivió un amor tóxico. A todo nos pasa, un amor que no es amor, que es una cosa más bien de dependencia emocional y que no le hace bien a nadie”.

-Sobre el final del libro, aludes a tu padre fallecido, cuando hablas de la muerte: “Otro pedazo de mi historia se entierra y me recuerda la decisión inexorable de mi padre biológico, que siempre manifiesta sus huellas”.

Si, bueno, mi padre biológico que está muerto y que aparece todo el rato, y con la dicotomía de que yo también tengo un padre presente. Tengo un padre que me crio de guagua también, no tengo la crisis identitaria, pero tengo un padre biológico, con el que nos parecemos mucho físicamente. Y con Roberto somos iguales de personalidad. Bueno, la historia del mundo no más. Uno aprende a coexistir con ella y aprende a caminar con esta falencia o llallitas, y caminar feliz. Ahora yo siento el derecho de ser feliz. Yo he dictaminado que tengo el derecho de ser feliz y cagarme de la risa.

-¿No quisiste profundizar mucho más en la historia de tu padre en el libro?

No, porque esa será una decisión que tenemos que tomar como familia, por respeto a mi padre Roberto, que amo con mi alma, que es el papá más bacán del planeta. Porque, si lo hacemos, me gustaría abordarlo con él y con mi madre, porque es un ejercicio familiar.

Al cierre de la conversación, Ana Tijoux cuenta que ya tiene casi listo un nuevo disco, el primero desde Vengo (2014). Adelanta que tendrá un tema dedicado a su hermana fallecida y a otro a su hija, Emilia (llamado Niñe), y que desplegará un acento mucho más alegre, quizás en contrapunto al motor irrefrenable que impulsó su autobiografía. De hecho, el álbum tendrá un nombre elocuente. Lo bautizó como Vida.

*El libro Sacar la voz llega este 2 de mayo a librerías. La presentación será el jueves 18 de mayo a las 19.oo horas en el Teatro Oriente, evento coorganizado por la Fundación Cultural de Providencia y el Teatro Oriente. La información acerca del retiro de las entradas para asistir se publicará en las redes sociales del Teatro Oriente (@teatroorienteprovidencia), Fundación Cultural de Providencia (@culturaprovidencia), Penguin Random House Chile (@penguinlibroscl) y a través de las páginas webs.

Sigue leyendo en Culto: