Si una certeza le dejó la elección de ayer, es que los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta no van a solucionar la crisis que atraviesa el país. Ni José Antonio Kast ni Gabriel Boric, al menos como han planteado sus campañas hasta el momento, piensa el filósofo y analista Hugo Herrera. “Ambos son extremos y en estos momentos se necesitan liderazgos que recuperen el centro”, dice.

Académico de la UDP y autor de Octubre en Chile, entre otros títulos, Herrera no encontró grandes sorpresas en los resultados de la elección, excepto por el porcentaje que obtuvo Franco Parisi. “Sacar sobre el 10%, alguien que no hizo campaña y no estuvo en Chile, es sorprendente. Y en una región gana, además. Los otros dos candidatos no eran sorpresa”, agrega.

Desde un punto de vista ideológico, Herrera dice que siempre observó debilidad en el candidato de Chile Podemos Más. “Sichel siempre se basó en su trayectoria personal y algo de gestión, pero nunca tuvo planteamiento político y la crisis actual es política. Y su infraestructura de poder no era ni la UDI ni Renovación Nacional ni un movimiento ciudadano, sino los cinco empresarios que lo apoyaron. Eso es muy débil y se notó rápidamente. Apenas se debilitó, los partidos huyeron en estampida”, dice.

En cambio, el candidato del Frente Social Cristiano, que obtuvo la primera mayoría, sí cuenta con un fondo político, comenta. “Kast tiene una propuesta sencilla, en algunos aspectos media brutal, pero tiene planteamiento político, que es la búsqueda del orden y la seguridad, y eso al parecer funciona. No digo que va a ser el candidato que mejor asegure el orden, simplemente a nivel de discurso tiene un planteamiento fundamental en un escenario de cambio: la Convención nos recuerda todos los días que Chile está en un proceso de cambio. Aunque tengamos un gobierno reaccionario, el cambio constitucional va. Kast entonces funciona como el punto de equilibrio. En cambio Boric es cambio sobre cambio, y eso para el sentido común popular, se vuelve complicado de aceptar”, dice.

¿Estamos ante el fin de un ciclo, de 30 años de gobierno de los dos grandes conglomerados?

En el caso de la Concertación es muy claro que terminó. La Concertación venía en crisis desde hace mucho tiempo, no se le puede pedir a Yasna Provoste revivir un muerto. La Concertación no tiene juventud, se fue toda al Frente Amplio; nunca hicieron un diagnóstico político en profundidad del 18 de octubre y por lo mismo nunca tuvieron una política propia: eran vagón de cola de la izquierda. Los partidos debieran hacer una revisión para ver qué se puede salvar. Y al frente es distinto, porque es cierto que Kast rompió el esquema de los partidos, pero creo que hubo un apresuramiento en poner a Sichel, se saltaron la institucionalidad. RN y la UDI tenían sus candidatos, pero los recursos económicos impusieron a Sichel. Aunque Kast es outsider, los partidos mantienen su peso: Republicanos no es equivalente a RN y no me imagino que Kast vaya a renunciar a esos apoyos.

De todos modos, la apuesta oficial Chile Podemos Más fue derrotada.

En ese caso la derrota refleja una crisis institucional: que cinco empresarios se pongan de acuerdo para plantar a un candidato joven cuyo mérito es su trayectoria personal, pero la trayectoria personal en política no tiene mucha relevancia, todas las vidas tienen dificultades y momentos de dulce y de agraz, y que esa candidatura haya logrado romper la institucionalidad, botar a Lavín y a Desbordes y quebrar los partidos, es una anomalía, una debilidad de los partidos. Pero a diferencia de la Concertación, que uno podría decir que ya se acabó como fuerza relevante, los partidos siguen teniendo fuerza. Ahora creo que hay que hacer una renovación ideológica, intelectual en la derecha, en términos políticos, en el sentido de darle reconocimiento a la institucionalidad y no solo pensar en el crecimiento económico, que es importante pero no es todo y la derecha a veces lo absolutiza. Eso es lo que deberían hacer los partidos, pero además son partidos que tienen juventudes, no tienen los factores de crisis final de la Concertación.

¿Boric y Kast son los liderazgos que requiere la crisis actual?

No. Ambos son extremos y en estos momentos se necesitan liderazgos que recuperen el centro. Los resultados de la elección muestran que el centro está vivo y el país necesita liderazgos integradores. Si la Constituyente no incluye a todos los sectores, va a fracasar, porque la Constitución no puede ser un triunfo partidista. Y lo mismo diría del próximo gobierno. Si se mantienen en sus posiciones, Kast en el extremo derecho y Boric en el izquierdo, van a fracasar; tienen que dar un giro hacia el centro. Así como están las candidaturas, sería un factor de crisis. Si no van al centro, no serán los líderes que necesita este ciclo. En este contexto lo ideal habría sido tener posicionado a un líder de centroizquierda o de centroderecha. Mario Desbordes o Lavín, o el mismo Sichel mejor armado políticamente. En ese evento, Kast además de pulir su programa y rodearse de gente más preparada, necesita darle un vuelco ideológico a su programa. Lo mismo si quiere ganar Boric. En este sentido creo que Kast tiene más margen de movimiento; a Boric lo veo más inflexible. En el caso de Kast tiene principios muy duros, pero son principios sueltos. Y a Boric no lo veo capaz de tomar distancia de sí mismo, se toma muy en serio. En cambio Kast ha mostrado esa capacidad que dan los años.

"El bando de una derecha social no está derrotado ideológicamente. Pero el avance de esas posiciones va a ser lento", dice Hugo Herrera.

¿Cómo lee el factor Parisi?

Tendería a pensar que es un voto de clase media emergente; es una interpretación imprecisa, pero si lo liga a las regiones donde tuvo alta votación, donde la minería es importante, o sea, hay empleo nuevo y gente que ha estudiado carreras técnicas, probablemente con mucho esfuerzo, que no está en los circuitos tradicionales de la política. Es un discurso meritocrático, porque ellos han hecho a pulso sus vidas, tengo esa impresión.

¿A dónde irán esos votos en segunda vuelta?

Esa gente es fiera defendiendo lo que han logrado, porque saben donde pueden volver: el terror a la pobreza es real. Propuestas de jóvenes ricos que frivolizan el tema del crecimiento, caen muy mal. Es muy fácil para alguien que se formó en Inacap o Duoc, por ejemplo, sentirse tratados con condescendencia por jóvenes de universidad de élite, formados en derecho, ingeniería, psicología, periodismo, que hacen teorías sofisticadas sobre la realidad, y verlos como niños ricos.

¿Qué pasó entonces con el centro?

Los polos se fortalecen. Mientras más estrafalaria sea la Convención Constitucional y más visible el PC y más radicales y frívolos los muchachos del Frente Amplio, más se fortalecerán quienes se parapeten en posiciones de derecha. Además, consta el desfonde de la ex Concertación. Ellos perdieron sus juventudes. Son un grupo en extinción, como los nacionales “Montt-Varistas”, en su minuto. En la derecha somos varios quienes, al alero de Mario Desbordes y otros, hemos estado intentando avanzar en un proyecto de talante político, cercano a posiciones de centro. Se han dado pasos importantes, pero esos esfuerzos son todavía incipientes.

¿El triunfo de Kast frustra el desarrollo de una derecha más social?

Cuando perdió Desbordes me preguntaban si era una derrota, sí, pero en términos ideológicos no estamos derrotados. El bando de una derecha social no está derrotado ideológicamente. Pero el avance de esas posiciones va a ser lento: el 2014 escribí un libro sobre la derecha, donde advertía que es un cambio lento, o sea, para gente que ha pensado toda la vida que derrotó al comunismo y trajo el Chicago-gremialismo, esa gente va a pensar toda la vida que ganaron. Brutalmente, con dictadura de por medio, pero lograron imponer un modelo. Entonces lograr construir una derecha a la europea como queremos, va a ser lento. Que haya ganado Kast no favorece un proyecto de centro derecha, pero permite que se perfilen mejor las almas de la derecha: liderazgos muy duros y más moderados como Monckeberg, Desbordes, ahora Paulina Núñez.

José Antonio Kast anoche, celebrando su triunfo en primera vuelta. REUTERS/Ivan Alvarado

La crisis de los 100 años

En lo inmediato los síntomas de crisis son visibles en muchas dimensiones: la pérdida de legitimidad de las instituciones, la polarización, la dificultad de diálogo, así como la crisis económica y de salud. Pero Hugo Herrera distingue aun otros rasgos, más profundos.

¿En qué consiste? O, ¿cómo se diferencian las crisis?

En la historia de Chile se dice que operan ciclos de 30 años. Así, por ejemplo, de 1830 a 1860 rige la república conservadora, de 1860 a 1890 el período liberal presidencial. En 1891 es la Guerra Civil y se inicia el ciclo de la república parlamentaria, que dura hasta los años 20. A mediados de los treinta se abre un último ciclo, hasta finales de los sesenta. Estaríamos ahora en el final de los treinta años de la Transición. Sin embargo, además, la historia nacional parece moverse en otra frecuencia. En 1910, cuando el “país oficial” se aprestaba a celebrar el Centenario, una generación de ensayistas, entre los que se encontraban Tancredo Pinochet, Luis Galdames, Darío Salas, Alberto Edwards y Francisco Antonio Encina, plantea que algo está mal en Chile. Es la llamada Generación del Centenario, que diagnostica la Crisis del Centenario, la cual dura hasta entrados los años treinta. Se la caracterizó como un desajuste profundo entre las pulsiones y anhelos populares, y los discursos, las instituciones y la oligarquía parlamentaria. El desajuste fue desencadenado por la irrupción de las clases proletarias, las cuales entraron en la vida social sin que el país estuviera preparado para acogerlas.

Ahora, 100 años más tarde, estaríamos en otra crisis de ciclo largo…

Exactamente. Consta un desajuste profundo entre la situación del pueblo en su territorio y las élites, los discursos y las instituciones. Podríamos hablar de una Crisis del Bicentenario. Probablemente uno de los factores que la desencadenó fue también la irrupción de nuevas clases: las clases medias emergentes. Son sectores que, si bien no coinciden con clases medias europeas, están lejos del hambre, el frío y la desnutrición, males ampliamente extendidos hace sólo décadas. Pero son grupos precarios, con miedo a regresar a la pobreza, con frustraciones importantes. No se ha reparado suficientemente en el problema de la segregación, del hacinamiento, de la polución en Santiago y los larguísimos tiempos de transporte. El correlato son provincias con más espacio y menos segregación, pero abandonadas cultural, educacional, política y económicamente. Por eso, ningún problema grave en regiones alcanza solución: ni las zonas de sacrificio, ni la sequía, que devasta al país, ni el conflicto mapuche. Además está el problema severo de la crisis de los discursos políticos…

¿Ya no hacen sentido?

Es difícil que lo hagan cuando la situación ha cambiado tanto. Esto vale para la derecha y la izquierda. Ambas ocupan posiciones que son complementarias. En la derecha aún domina el modelo “Friedman-Guzmán”, que dice básicamente: el orden económico neoliberal es la base de un orden político adecuado y las intervenciones del Estado deben limitarse a suplir la acción de los privados, al orden público y a garantizar algunas condiciones mínimas de subsistencia. Cuando emergen masivamente clases medias angustiadas, en la época de los oligopolios y sus abusos, de la segregación y el hacinamiento en Santiago y del abandono de las regiones, son precisamente las capacidades institucionales del Estado las que se hallan en crisis. Entonces un discurso abstencionista suena frívolo. Más aún, la crisis de octubre mostró que el orden de los factores planteado por Friedman es erróneo: no es un orden económico neoliberal la base de un orden político, sino al revés. Aquí no vale Friedman, sino Portales, podría decirse: un orden político legítimo o reconocido y aceptado por las fuerzas sociales relevantes es condición del despliegue nacional, cultural, social, también del económico.

¿Es el 18 de octubre la grieta que desencadena la crisis actual o un invento de la izquierda?

Sí. Octubre fue uno de esos pocos momentos en los cuales cabe decir que es el pueblo el que irrumpió. El pueblo, porque no era un asunto de bandos o partidos específicos. Usualmente el pueblo es difuso, no se sabe muy bien dónde está. ¿Dónde está hoy el pueblo? El pueblo es misterioso e insondable. Sin embargo, en ese momento, en octubre, hizo su entrada como una fuerza inmensa, un poder innegable e incontrolable. El pueblo es como un poder divino, redentor y peligroso a la vez. Consta que emergió en octubre porque algo crujió en las capas tectónicas de la realidad política y al punto que no sabíamos bien hacia dónde iba el asunto. Recién con el acuerdo del 15 de noviembre se le brindó cauce a toda esa energía popular y se evitó un eventual colapso.

¿Qué rol juega la Convención Constitucional en este contexto?

Uno fundamental. Fue el camino que se abrió para darle curso institucional a la crisis. Además, pienso que hasta lo llamativo de la Convención, la multiplicidad a veces insólita de sus acciones y miembros, contribuye a la percepción de que es un órgano cercano a la situación popular. Es menester, sin embargo, que avance en cumplir su mandato: producir la nueva Constitución. A veces consta en algunos constituyentes una especie de embrujo del poder. Pero la Convención impotente, en el sentido de que carece de infraestructuras de poder a las que pueda acudir. El poder de la Convención existe en la precisa medida en que sea ella el ducto por el cual avancen las pretensiones populares institucionalmente orientadas. Eso significa: parir en tiempo y forma la Constitución.

¿Qué expectativas tiene de su trabajo?

Hay gente competente, responsable y dialogante, que permite abrigar esperanzas. Ahora bien, aunque la nueva Constitución no sea una pieza jurídica y retórica, sino un texto mediocre, es fundamental tenerla. Ocurre que el país ha venido funcionando sin algo que es esencial para un régimen político en forma. No hay cosas en común que nos unan. De nuestra historia larga casi no hay memoria. En la historia corta todo nos divide: Allende, Pinochet, la Constitución del 80. La República necesita cosas en común, símbolos importantes, en los cuales todos podamos reconocernos. Recién entonces podemos ser realmente partes de algo en común y exigir de todos lealtad con eso común. Los esfuerzos sediciosos de talante revolucionario y autocrático sólo pueden ser propiamente denunciados y ser eficaz la denuncia en la medida en que tenemos un algo -la Constitución- reconocido por todos los bandos como símbolo de unidad. Por lo mismo, la Constitución no puede ser un texto partidista. Ella ha de ser un documento en el cual todos los sectores puedan en principio sentirse acogidos. Sin la firma de una mayoría importante, incluidos los sectores de izquierda y derecha moderada, será un fracaso que nos condenará a la inestabilidad.