Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna
Esta semana, el martes 18 para ser exacto, se conmemoraron 10 años de la muerte de uno de los chilenos más extraordinarios del siglo XX. Arquitecto (de los mejores, Premio Nacional de Arquitectura en 1983 y cofundador de la oficina Bresciani Valdés Castillo Huidobro), rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile entre 1967-1973 (el primero laico y elegido por los estudiantes), tres veces alcalde de La Reina (en períodos que van entre 1966 y 2004) e Intendente de Santiago en 1994, Fernando Castillo Velasco (1918-2013) fue un hombre público que asumió un compromiso político y social, un ciudadano que siempre creyó en el diálogo y en la participación, un ser republicano que desde la arquitectura (siempre decía que antes que cualquier otra cosa, era arquitecto) trabajó para mejorar la vida de sus compatriotas.
“Todos somos parte de la historia, pero pocos nos hacemos cargo de nuestra responsabilidad de actuar conscientemente en ella, más que dejarnos ser sencillamente resultado de sus tendencias. Fernando Castillo Velasco supo hacerse cargo de los problemas con que se enfrentaba, convirtiéndolos en proyectos a los que entregarse”, escribe Elisa Silva Guzmán, editora de Fernando Castillo Velasco. Proyectar en Comunidad (Ediciones UC), un libro indispensable para conocer a este prohombre desde sus múltiples facetas.
Una de ellas, la de Intendente de la Región Metropolitana, aunque breve (apenas duró seis meses), permite mostrar algunas de sus fortalezas como ser humano y profesional. Partamos por explicar la razón de su corta duración en el cargo, pues dice mucho de sus convicciones y su ética. Nombrado apenas asumió Eduardo Frei Ruiz-Tagle, en marzo de 1994, y con el firme propósito de “que se vigile que la ciudad se desarrolle como ciudad…cuando hay un nuevo conjunto habitacional tiene que haber una escuela a una determinada distancia máxima para dar educación a esos niños, tiene que haber una biblioteca a tal distancia, tiene que haber oficinas públicas, tiene que haber un desarrollo de la ciudad como tal” (¿les suena la Ciudad de 15 minutos?), llevaba seis meses en el cargo cuando en septiembre de ese año, con motivo de la conmemoración del Golpe de Estado, se enfrentó al Ministerio del Interior, que había prohibido la marcha organizada por el Partido Comunista.
Castillo Velasco no aceptó firmar el decreto y presentó su renuncia. El Presidente se la aceptó y hasta ahí llegó la visión de ciudad que Castillo Velasco llevaba trabajando por varias décadas. Cuenta Elisa Silva Guzmán que en 1983, cuando recibió el Premio Nacional de Arquitectura, ya había dicho “cae sobre los arquitectos una parte en la responsabilidad en la construcción de una sociedad, donde primen los valores de la calidad de vida sobre la cantidad de objetos y cosas que nos obligan a poseer… Hasta hoy, hemos sido dominados por una fuerza avasalladora que nos exige resolver los problemas de la gran ciudad, acarreando para ella, con nuestras obras, una creciente sobresaturación del medio, con las trágicas consecuencias de polución, destrucción del ambiente que nos rodea, desborde del ya desquiciado ir y venir del lugar de vida al lugar de trabajo, carencia de una infraestructura adecuada y la falta de equipamiento necesario para realizar los programas mínimos en salud, educación, trabajo y esparcimiento”.
Tenía clara la película este gigante. Y tenía ganas, se sentía a sus a anchas en el cargo. En una entrevista de Virginia Yunis para la revista del Colegio de Constructores Civiles de Chile, le preguntó qué significaba para él, como arquitecto, llegar ser Intendente del Gran Santiago. Y él respondió: “Para mí, como arquitecto, es casi la exacerbación de cumplir la vocación. Lo vinculo totalmente a mi disciplina. Las gestiones que tengo que hacer, la manera que tengo de pensar, la forma como comprometemos a la Región en el desarrollo y mejoramiento”. Estaba en su salsa. Pero no iba a transar sus principios.
La capital de Chile se perdió a un Intendente que podría haber hecho cambios estructurales, más aún cuando en esos tiempos todavía teníamos gobiernos que duraban seis años. Y apenas lo tuvimos seis meses. Quiero compartir una última reflexión de Castillo Velasco sobre la ciudad, para terminar este homenaje a tan notable ser humano. Le preguntó Virginia Yunis, en la misma entrevista, cómo miraba un arquitecto los problemas de la ciudad desde la Intendencia: “De partida, ver el ser de la Región: qué es, qué identidad tiene, cómo nosotros nos identificamos con la Región; es un problema que como arquitecto digo que no vivimos una vida regional. Nos sentimos viviendo en una gran ciudad, en la capital de la República, donde hay más gente, pero no sentimos el amor por la cordillera, por nuestro valle, por la forma en que se cultiva la tierra, no pensamos en cómo pueden desarrollarse las ciudades a lo largo de todo este sistema de vida. Aquí nos venimos a aglomerar, a atocharnos, a enfermarnos de los nervios y no hay conciencia de la belleza. Esta es una ciudad bella, tiene mucho verde. Los que construyeron esta ciudad en el pasado tuvieron una gran visión. En cambio, hoy día la ciudad se está destruyendo y, lo que es más grave, ha sido destruida por el propio Estado que la ha desarrollado mal. No le echemos la culpa a los particulares, sino al Estado, que ha tenido una tremenda injerencia en la construcción de sus campamentos alrededor de ella; sean campamentos de ricos o de pobres, pero son campamentos, no son ciudad. La destrucción social que significa que la gente sea trasladada de sus lugares de vida para ocupar una casa en cualquier parte, sin atender para nada sus lugares de trabajo, el lugar donde tienen sus amistades. Las ciudades tienen que humanizarse, y ese punto de vista también de humanizar la ciudad es un punto de vista de arquitecto”.