“Para entender por qué me pasaron tantas cosas en torno al amor, primero hay que tener en cuenta que tuve una infancia súper penca. Una pareja me semi adoptó, y digo semi porque nunca lo hicieron legalmente. Ellos eran un matrimonio súper disfuncional, un matrimonio que nunca me quiso. Y no sólo eso, además mis hermanastros abusaron de mí casi toda mi infancia, algo que recién lo pude contar de adulta, cuando ya me había convertido en madre. A mis siete años me fui a vivir a un hogar, un lugar que fue igual de terrible para mí.

Nunca me sentí querida, aceptada, ni acogida. Nunca tuve una base familiar fuerte. Nunca experimenté el amor verdadero. Eso explica en gran medida por qué me comporté de la manera en que lo hice en las relaciones amorosas que tendría a lo largo de mi vida. No tenía idea del amor.

A mis 18, cuando salí del hogar, tenía ganas de estudiar diseño. Siempre me había llamado la atención y quería pertenecer a algo donde me destacara y la gente se sintiera orgullosa de mí. ¿Quiénes? En realidad no lo sé, porque nunca tuve a nadie.

En 2011 me metí a estudiar diseño de vestuario y a trabajar a un call center. Ahí lo conocí a él. Y aunque no me gustó, caí en sus redes igual. Porque si alguien me demostraba un poquito de cariño, ahí yo me quedaba. Él había sido papá hace poco y venía saliendo de una clínica de rehabilitación por drogas. En fin, fue una relación de mucho carrete, irresponsabilidades, mentiras, manipulaciones y celos.

En 2013 me di cuenta de que esa relación ya no iba para ninguna parte así que me fui a Curicó donde conocí a otro hombre que sentí que era la única persona que me cuidaría, protegería, y me daría la familia que yo siempre quise. Y aunque se convirtió en el padre de mi hijo, nunca sentí amor verdadero por él.

Cuando fui mamá empecé a tener crisis de pánico; se me habían destapado todos mis miedos, angustias e inseguridades debido a mi infancia. Estuve como un año así, pero cuando me sentí mejor, me di cuenta de que quería dejar a mi pareja. No me sentía plena ni feliz con él.

La relación con el papá de mi hijo empezó a flaquear y busqué a mi ex en redes sociales. Empezamos a hablar y después de no habernos visto por diez años, nos reencontramos en un viaje que hice a Santiago. Fue heavy. Él tiene el don de la palabra, se las sabe por libro. Sabe qué hacer perfectamente para atraparte y conseguir tu atención. Y yo obviamente caí.

Mi pareja de ese momento me pilló, así que terminamos nuestra relación. Yo agarré mis cosas y me fui a vivir sola con mi hijo. Todo por estar con mi ex de nuevo.

Aunque yo vivía en Curicó, viajaba solo para verlo a él. Así empezamos a retomar nuestra relación, pero de a poco empezaron a haber más celos y más mentiras de nuevo. Me empecé a volver más insegura porque quería ser perfecta para él, me intenté armar una vida interesante para llamar su atención y no perderlo; quería tener lindo mi pelo, estar flaca y muy estilosa. Todo para complacerlo a él, no a mi.

Él nunca se interesó por mi hijo ni por compartir con mis amigas y yo le empecé a mentir a todo el mundo porque nadie lo aceptaba. Y aunque hasta su mamá me decía que tuviese cuidado con él, yo tenía una pequeña esperanza de que lo iba a cambiar y de que conmigo todo sería diferente. Todo eso que uno piensa cuando esta ciega por alguien.

En pandemia todo se complico más aún. No nos podíamos juntar, pero a través de redes sociales lo vi con otras mujeres y eso me volvió loca. Tenía tanta pena y rabia. Ese miedo que yo había tenido desde siempre a ser rechazada se detonó por sus actos, porque él hacia revivir todos mis fantasmas. Pero yo seguía ahí porque, aunque no me tomaba en cuenta para nada, no quería estar sola y me aferraba a la idea de que él realmente me amaba. Si terminábamos, sentía que mi mundo se iba a acabar.

Después de muchas idas y vueltas, y con ayuda de terapia y mis amigas, hace dos años esa relación tóxica por fin terminó.

Las primeras semanas fueron de mucho llanto, de no tener ganas de hacer nada y de sentirme un estropajo que no valía nada sin esa pareja. Sin embargo, poco a poco empecé a armar nuevamente mi vida, una vida que no girara en torno a él.

Fue increíble haber despertado de todo eso y darme cuenta la persona y la mujer que soy, con un hijo increíble y unas amigas impresionantes. Porque no tengo una familia, pero sí unas amigas que, literalmente, me salvaron. Fueron ellas las que me escucharon miles de millones de veces con paciencia y dedicación, las que me sacaron a flote una y otra vez.

Esa relación me hizo olvidarme de mí. Me hizo perder mi dignidad, mi identidad, mi amor propio. Y no solo me perdí a mí misma, sino que también me perdí los primeros años de mi hijo por estar pendiente de un hombre que no me quería. Me perdí todo eso porque me necesitaba sentir querida, quería sentir que de verdad le importaba a alguien.

Hoy, sin embargo, ya tengo clara la película. Sé quién soy y de quiénes me quiero rodear. El año pasado di un cambio rotundo en mi vida: empecé a cuidarme, a hacer deporte, a ser mejor mamá, mejor amiga y a ser más dedicada en todo lo que hago. Me perdí muchos momentos por estar metida en una relación tóxica, y hoy solo me queda recuperar el tiempo perdido”.

María Paz tiene 35 años, es diseñadora, y trabaja en retail.