Hablar de que las dietas no funcionan, es negar una medida que nos ha orientado hacia cambios en el tratamiento de ciertas alteraciones, y por tanto, en algunos casos efectivamente pueden tener impacto beneficioso en la salud de muchas personas. Por lo tanto, generalizar el concepto de que las dietas no funcionan y solo reducirlo al gran villano de los trastornos alimentarios (TCA), puede ser un poco injusto, o hacernos concebir las dietas con el fin único de la baja de peso, una idea colectiva no solo errónea sino también dañina.

Se ha demostrado que todas las personas con algún TCA han hecho dietas para bajar de peso. También se evidencia que vivir crónicamente entrando y saliendo de una dieta para adelgazar sí nos obsesiona, enferma y hasta puede llegar a estados fatales.

Socialmente la cultura de dieta nos dice que perder peso mejora la salud, y que la delgadez es sinónimo de éxito. También se puede ver como un control social, que nos lleva a estar constantemente haciendo un “checking corporal” y comparando nuestros cuerpos; a sentirnos insatisfechas y peor aún, a sentir esta incomodidad en nuestra propia piel. Esta cultura nos lleva a buscar metas que nos obsesionan y nos hacen perder el real sentido de la búsqueda.

Algo característico de la cultura de dieta es hacer de algo, el “malo de la película”, y este cambia según la moda. En alguno momento fue el huevo, luego las grasas, después las azúcares y carbohidratos. Hoy es la “lucha contra la ansiedad” por comer alimentos cuando no hay hambre física, es decir, la llamada hambre emocional. Pero ya hemos hablado de que el hambre emocional no es un problema. El hambre emocional se siente igual de intenso y real que el hambre física o estomacal; es y seguirá siendo una experiencia corporal, emocional y mental, y negarla o querer hacerla desaparecer es una fantasía que nos vende la cultura de dieta.

Por lo tanto, más que seguir luchando contra algún villano de moda o peor aún, vivir en constante persecución hacia nuestros cuerpos con el objetivo de reducirlo, es algo que debemos cuestionar. Es necesario que seamos críticas y críticos, preguntarnos desde dónde estoy decidiendo. ¿Qué parte nuestra estamos dejando a un lado por seguir ideales que ya no nos hacen sentido y nos hacen daño? Intentar desafiar patrones corporales, y buscar nuevos caminos hacia una relación más amable con la comida, el hambre y el cuerpo, que verdaderamente nos nutran.

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