Bajo el título La luz me ciega, el montaje de la fotógrafa Paz Errázuriz y la escritora Malú Urriola, articula una lectura profunda y conmovedora sobre la mirada. El acto de ver, aquí determinado por la genética, se despliega hacia la fisiología, la historia personal y lo cotidiano para llegar a la pregunta clave de la fotografía y de toda forma de arte visual: ¿qué vemos cuando vemos?

La realidad documentada en la muestra –que hasta fines de enero se exhibe en el MAC–, sigue la línea investigativa de la obra de Errázuriz: acercarse a seres marginalizados para resituarlos desde una perspectiva que defiende la diferencia. Esta vez la elección es más sutil y específica. Si antes fueron los travestis, los circenses o los alacalufes, ahora se trata de un mundo más pequeño y clausurado: una familia.

Su tipo de marginación no sólo está dado por circunstancias sociales y culturales –son de escasos recursos y viven apartados de los centros urbanos– sino que enfrentan una condición biológica. No distinguen colores y, en algunos casos, tampoco perciben los contornos. A diferencia de la mayoría de las personas que ven gracias a la luz, a ellos la luz los ciega. Esta anomalía aparece como una especie de castigo arcaico: sus antepasados se han casado y han tenido hijos entre parientes cercanos. Ahora sólo quedan dos jóvenes huérfanos que, en la desolación de una casa silenciosa, se ocultan del sol para narrar la historia de sus ojos enfermos. Las imágenes, editadas en video por Carolina Tironi, son impactantes: el espacio es correlato del abandono de los protagonistas que lo habitan. Las fotos de Paz Errázuriz introducen con potencia en la atmósfera natural y emocional donde se desenvuelve esta singular historia. Realizando un contrapunto respecto del blanco y negro que condena la mirada de sus protagonistas, Errázuriz muestra, por primera vez, fotografías a color.

Aún así, el clima de la obra sostiene e intensifica la sensibilidad que la caracteriza: son fotos austeras, que penetran en el misterio emocional de las cosas. Los textos de Malú Urriola –que se proyectan en una pantalla y se recitan en los videos– son también muy impresionantes. La escritora asume la voz de los protagonistas, como si la poesía pudiera decir lo que ellos no pueden, no saben o no quieren.