Cuestión de orgullo
Partió temprano, es cierto, pero con Tom Petty nunca fue cuestión de tiempo.
Se leyó en todos lados: que el tipo era una leyenda y un referente obligado para entender la música norteamericana de las últimas décadas. Que había tocado con otros aún más legendarios que él, como Bob Dylan, Roy Orbison y George Harrison, y que su mayor mérito fue mantener tanta integridad musical como bajo perfil en los más de 45 años de carrera que sostuvo antes de su sorpresiva muerte a los 66 años de edad. Pasó con Tom Petty lo que pasa con muchos músicos que están lejos del radar más popular al menos en esta parte del mundo. Que más allá de los titulares cuesta identificar los motivos de esa grandeza.
Lo más cerca que estuvo de tener un hit radial de alcance global, sin contar lo que hizo con los mencionados Wilburys, fue un par de temas: uno llamado "Free fallin'" (1989), en cuyo video se podía ver a unos chicos practicando en patinetas y anticipándose quizás a la postal de la generación X, y "Mary Jane's last dance" (1993), la del video con Kim Basinger que ganó un premio MTV. Pero no mucho más. Porque este gringo de ojos saltones y barba cana en su adultez, siempre atado a su clásica Rickenbacker, fue un grande aunque para muchos por razones todavía desconocidas.
Quizás tiene que ver con algo estrictamente estilístico. Con la idea de que ese tipo de música solo la entienden los gringos, algo parecido a lo que pasa con el country, que para efectos de cómo se lee por estos lados mezcla por igual a gente tan distinta entre sí como Kenny Rogers y Garth Brooks con Johnny Cash y Waylon Jennings. O quizás simplemente porque a Petty, al igual que otros como Neil Young o Bruce Springsteen, les bastó con el mercado anglo para graduarse como leyendas. Pero una buena prueba o quizás puerta de entrada para dimensionar su pluma y sensibilidad se pueda encontrar en Damn the Torpedoes, disco del 79, tercero con su clásica agrupación The Heartbreakers, donde materializó ese mezcla sonora entre los Stones y los Byrds que se escuchaba en sus primeros trabajos y firmó uno de esos entrañables himnos de gente cualquiera como "Even the losers" ("incluso los perdedores tienen suerte a veces/ incluso los perdedores tienen un poco de orgullo").
Partió temprano, es cierto, pero con Tom Petty nunca fue cuestión de tiempo. Al contrario, para lo que nos convoca, con su música nunca es tarde.
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