Sergio Chejfec: literatura en los tiempos de Google Maps

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Nació en Argentina, pero vivió por años en Venezuela y hoy reside en Nueva York. Para muchos Sergio Chejfec todavía es un secreto a voces. En sus libros hay personajes que caminan y diseccionan la ciudad; historias minimalista e hipnóticas sobre la memoria y el presente; así como un cuestionamiento de la realidad y las representaciones de ésta. Ahora su novela La experiencia dramática llega a librerías chilenas.


Un párroco quiere ejemplificar la idea de Dios. En medio de la misa dominical explica que siempre se ha dicho que Dios está en todas partes, y que acompaña a todo el mundo en todo momento. Lo complejo, claro, es demostrar esa presencia. Entonces el párroco pausa y enseguida agrega que Dios es como el Google Maps.

"Puede observar desde arriba y desde los costados, es capaz de abarcar con la mirada un continente o enfocarse en una casa, hasta hacer zoom sobre el patio de una casa."

Así comienza La experiencia dramática, novela que Sergio Chejfec publicó en Argentina en 2012, bajo Alfaguara, y que ahora llega a librerías locales bajo el sello Kindberg.

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En La experiencia dramática también conocemos a Rose y Félix, quienes se encuentran una vez por semana para caminar y charlar. Ella es actriz y él adicto a los mapas digitales en línea. Durante esas caminatas recorren, simultáneamente, la ciudad y una serie de conceptos y experiencias, entre esas la experiencia dramática: Rose "debe elegir y escenificar la experiencia cierta más dramática de su vida".

No es una novela con una trama muy definida; pero La experiencia dramática hipnotiza de otra forma: con frases circulares y serpenteantes que ya caracterizan la prosa de Chejfec.

Así lo pone el narrador de La experiencia dramática: "Cuando no pasa nada es que vale la pena mirar". Esa frase acaso resume, o proyecta, una de las varias vetas de obra de Chejfec: que aparentemente no sucede mucho.

"No es tanto que no ocurran cosas, sino que los eventos o acciones no se alinean según secuencias de causa y efecto", dice Chejfec desde Nueva York, donde vive (y escribe) en la actualidad. "Lo que ocurre está en un nivel similar a lo que se dice: se describe o se piensa sobre lo que ocurre, como si no se lo contara directamente. Por eso mis relatos parecen, a veces, soliloquios".

Chejfec tiene fanáticos repartidos en ambos lados del atlántico. En Argentina la teórica Beatriz Sarlo ha dicho: "La obra de Chejfec, extraña, solitaria, insistente, espera lectores dispuestos a prestar atención a una forma que comunica ficciones mínimas". Y en España Enrique Vila-Matas, quien se declara "adicto a Chejfec", escribió: "es alguien inteligente a quien no le cuadra bien la palabra novelista, porque él más bien crea artefactos, narraciones, libros, pensamiento narrado antes que novelas".

Nacido en Buenos Aires (1956) Sergio Chejfec es otro autor argentino que —como la mayoría de los mejores escritores de su país— vive en otra parte. Dejó Buenos Aires en 1990, un año que en que no solo comenzaba el menemismo, sino que muchos autores (Forn, Fresán, Pauls, Fogwill, etc.) comenzaban a publicar sus primeros o segundos libros. De alguna manera se formaba un campo cultural mientras Chejfec —quien ya había publicado novelas con editoriales pequeñas—, partía a Venezuela.

"Puede parecer frívolo, pero para quien quisiera verlo, ya a comienzos del año 90, a meses de comenzado el gobierno de Menem, se percibía el tenebroso cisma que sobrevendría", recuerda. "De todas maneras me fui de la Argentina con entusiasmo. Cuando uno deja su país por decisión propia, naturalmente se cancela una forma de la nostalgia. Me acuerdo que le expliqué a una amiga mis motivos, citando una carta de Flaubert para justificar su viaje al Oriente: "Lo importante no está en buscar la felicidad, sino en evitar el aburrimiento".

Desde 1990 hasta 2005 Chejfec vivió en Caracas, Venezuela, donde codirigió Nueva sociedad, revista sobre temas de política, cultura y ciencias sociales. Ahí también comenzó a publicar en Alfaguara (aunque solo en Argentina), por lo que volvía de vez en cuando a Buenos Aires para presentar sus libros y (re)conectar con la escena literaria.

-¿Y cómo fue tu último año en Venezuela?

-La verdad es que visto desde ahora, el 2005 en Venezuela puede parecer una edad de oro. Pero lo concreto es que ya estaban actuando, desde bastante antes, las fuerzas que derivarían en la situación actual, de penuria generalizada y descomposición múltiple.

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La experiencia caminante

Chejfec vive hace trece años en Nueva York. Enseña en el mismo programa de escritura creativa que Diamela Eltit y Lina Meruane, en la Universidad de Nueva York. Al ser preguntado sobre cómo se percibe la literatura argentina desde allá, dice que "no existe una mirada orgánica sobre la literatura argentina desde Nueva York". Y agrega: "Supongo que la literatura dejó de ser central, excepto para los escritores". La experiencia dramática es uno de los tantos libros que Chejfec ha escrito desde Estados Unidos. Y tal como sucede en Mis dos mundos, su otra novela publicada en Chile bajo Kindberg, en ésta hay muchos personajes que caminan Y que al caminar se dan cuenta de que, tal vez, salir a la calle también es un acto teatral.

"Si alguien le pidiera explicaciones diría, para sacarse la pregunta de encima, que el trabajo de caminar requiere de una adaptación siempre costosa. En ocasiones Félix piensa que no es tan grave: todo el mundo asume de un modo u otro algún papel. Él mismo se considera una representación de sí mismo".

Por eso en La experiencia dramática la caminata no es un acto celebratorio, sino más bien introspectivo. Es cierto: algunos personajes de Chejfec son flâneurs (o caminantes que vagabundean sin destino), aunque estos salen a las calles no para conectar con el mundo, sino para meterse más dentro de sí. Para perderse dentro en sus pensamientos.

-¿Por qué hay tantos personajes que caminan en tus libros?

-Quizá sea porque la caminata siempre estuvo intermitentemente asociada, en literatura, a la introspección o lo ruminativo. Sucumbí a esa costumbre. Por otro lado, supongo que la caminata tiene un efecto de suspensión de lo temporal, que es también lo que suele ocurrir en mis relatos.

-Vives en Nueva York, la cual es una ciudad bastante caminable. ¿Te gusta caminar? Digo, ¿te gusta caminar más que moverte por otros medios en Nueva York?

-Tampoco soy un fanático, pero más que gustarme es algo que preciso. No suelo dar paseos, me aburren. Más bien, cuando puedo trato de caminar para ir adonde debo. No siempre es posible. Caminar es una apuesta por lo indistinto, por la disolución aún conservando lo propio. Además, quien camina puede llegar a resultar sospechoso o disolvente.

-Hace un par de años que académicos y escritores han posicionado al flâneur o caminante como una figura romántica, un detective aficionado y un investigador urbano. Pero en tus libros también se muestra otra experiencia: caminantes que están más interesados en los mapas digitales y una ciudad llena de tensiones y claroscuros.

-Las ciudades auspician o toleran a los caminantes recreativos, pero invisibilizan o reniegan de los caminantes, digamos, obligados: los marginales, los entregados a la buena de Dios, hasta los pobres, cuya actividad de fin de semana es caminar por las distracciones públicas. No me gusta pensar en la caminata en términos de idealización subjetiva, más bien prefiero verla como un derecho que no siempre es reconocido ni concedido a todos.

-Así como a Félix, en tu novela, le produce perplejidad su ciudad, ¿te pasa algo similar con Nueva York?

-Sí, perplejidad o un tipo de sentimiento de inadecuación. Como si estuviera y no, al mismo tiempo. Una sensación de exterioridad. A lo mejor se trata de la necesidad de poner en práctica un sentimiento literario. La literatura no sólo como consuelo del mundo, sino como bastión caprichoso y portable frente a lo irrazonable de todos los días.

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