Ignacio Carrera Pinto: huérfano, emprendedor frustrado y héroe inesperado en la batalla de La Concepción

Ignacio Carrera Pinto

El oficial que comandaba a los 77 soldados chilenos muertos en el afamado combate de la Guerra del Pacífico, tuvo una vida con varios recovecos. Nieto de José Miguel Carrera, fue arriero en Mendoza, además de secretario de la Intendencia de Santiago, hombre de campo y hasta bombero. Pero se cuenta que se enroló en el Ejército movido por la sed de gloria. Acá revisamos la historia de un personaje tan glorificado como poco conocido.


El nombre del capitán Ignacio Carrera Pinto, que hasta hoy figura en el billete de mil pesos (donde se le representa con cabello, siendo que era calvo), está asociado al Combate de La Concepción, el luctuoso acontecimiento ocurrido el 9 y 10 de julio de 1882, en plena Guerra del Pacífico, ocasión en que rindió su vida junto a los 77 hombres que integraban la 4ta Compañía del Regimiento Chacabuco y las mujeres que se encontraban junto a ellos. Pero más allá de ese acontecimiento y su posterior entrada al panteón nacional, no es mucho más lo que se divulga sobre la figura histórica.

Ignacio Carrera Pinto nació en Santiago en febrero de 1848. Era hijo de José Miguel Carrera Fontecilla y Emilia Pinto Benavente, por lo que era nieto directo del prócer de la independencia, José Miguel Carrera Verdugo. Además, por parte de su madre era sobrino-nieto del general Francisco Antonio Pinto, quien en 1829 ejerció por un algunas semanas la presidencia de la República. Por consiguiente, era sobrino del Presidente Aníbal Pinto Garmendia, quien condujo al país durante la Guerra contra Perú y Bolivia hasta el fin de su mandato en 1881.

Capitán Ignacio Carrera Pinto

Acaso siguiendo el sino trágico de los Carrera, el joven Ignacio perdió a su padre, José Miguel, en 1860 cuando este murió de una afección al hígado mientras se encontraba en el destierro en el Perú, tras su participación en la Guerra Civil de 1851. “Quedó huérfano a temprana edad y debió batírselas solo”, cuenta el historiador Rafael Mellafe.

Se formó en las aulas del Instituto Nacional, el mismo que fuera fundado por su abuelo en 1813. Al parecer no habría sido un buen estudiante, según detalla Benjamín Vicuña Mackenna (con su habitual mutismo sobre las fuentes), en su Álbum de la gloria de Chile, un compilado de obituarios de oficiales muertos durante la Guerra del Pacífico. El mismo Vicuña, quien había sido muy amigo de su padre (de hecho fueron llevados juntos a la prisión en 1851), fue quien le dio un puesto como secretario en la Intendencia de Santiago.

“Tuvo varios empleos y emprendimientos, uno de los más desconocidos fue trasladar ganado desde Mendoza a Chile. También fue empleado público, pero aparentemente no tuvo buenos logros”, detalla Mellafe. Además en 1868, ingresó como voluntario a la Primera Compañía de Bomberos de Santiago, aunque permaneció allí un tiempo breve. También se dedicó a las labores del campo en un fundo en Peñaflor. Estaba en eso cuando estalló la Guerra del Pacífico.

Existen algunas anécdotas sobre Carrera Pinto. Según el relato del historiador Nicanor Molinare en su libro La batalla de La Concepción, antes de la guerra estaba paseando por la Alameda junto a un amigo, Arturo Salcedo. Mientras conversaban sobre los avatares de la vida y lo que le ocurría a cada uno, de repente pasaron frente a la estatua de José Miguel Carrera.

La primera estatua dedicada a José Miguel Carrera se inauguró en la Alameda en 1864. Hoy se encuentra en Gran Avenida, en la comuna de San Miguel.

Ahí, Carrera Pinto y su acompañante se detuvieron. Mientras ambos miraban el bronce que inmortalizó al héroe de la independencia de Chile, Ignacio le habría dicho a su amigo: “Mira Arturo, te juro que antes de mucho, en poco tiempo más, habré muerto y el mármol eternizará mi nombre, ¡porque habré muerto por Chile!”.

Carrera Pinto en la Guerra del Pacífico

Cuando se inició la Guerra del Pacífico, tras la toma de Antofagasta en febrero de 1879, acaso tirado por la sangre heroica que corría por sus venas, Ignacio Carrera Pinto decidió enrolarse en el Ejército para pelear en el conflicto contra Perú y Bolivia. Ingresó como sargento 1º en la Primera Compañía del regimiento Esmeralda en junio de 1879, “pero al ser este el batallón de los pijes, no lo hacían entrar mucho en combate, salvo en las batallas de Tacna y Chorrillos”, cuenta Mellafe.

En Tacna logró salir ileso pese a la ferocidad de la batalla. Pero se cuenta que le compartía a sus cercanos su sed de gloria. Nada raro para la sociedad del siglo XIX, en que el concepto de honor estaba muy arraigado entre las elites. Por ello, decidió tomar acción. Frustrado por querer más participación en las acciones bélicas, Carrera Pinto pidió su traslado. Se le concedió, y fue a parar al 6° Regimiento de Línea, llamado “Chacabuco”. Así, al mando de una de sus compañías, fue que arribó a la sierra peruana.

Batalla de Tacna

Al momento de la batalla en La Concepción, el teniente Ignacio Carrera Pinto tenía 34 años. Recién había sido ascendido a capitán, pero nunca se enteró. Los documentos con su nombramiento no alcanzaron a llegar. Como una ironía del destino, el día en que se inició el combate, la 4ta Compañía del regimiento Chacabuco iba a comenzar su retiro autorizado de la zona con el fin de volver a Lima, tras permanecer cuatro días en el pueblo. Carrera Pinto y sus hombres habían llegado “para relevar en el mando a la compañía del capitán Pedro Latapiat que se dirigió a Jauja”, cuenta Mellafe.

En la mañana del 9 de julio, los 77 soldados y oficiales de la 4ta Compañía esperaban el arribo del coronel Estanislao del Canto para marchar junto al resto de la división. Pero ese día, el caudillo peruano Andrés Avelino Cáceres, el “brujo de Los Andes”, lanzó ataques simultáneos sobre las tropas chilenas estacionadas en las localidades serranas de Marcavalle y Pucará. Eso les obligó a retrasarse y por ello no aparecieron por Concepción según lo planeado.

El resto es conocido. La columna chilena fue atacada por un contingente peruano de 300 soldados, al mando del coronel Juan Gastó, además de un millar de guerrilleros indígenas, capitaneados por Ambrosio Salazar, el administrador de una hacienda local que había logrado con éxito organizar montoneras contra el ejército chileno desplegado en la Sierra. Tras combatir desde la tarde del día 9 hasta el amanecer del 10, las tropas chilenas fueron masacradas.

En la previa, Carrera Pinto fue conminado a rendirse en una nota que se le hizo llegar. La leyenda, difundida por el historiador Francisco Macucha, dice que este respondió en el mismo documento: “En la capital de Chile y en uno de los principales paseos públicos, existe inmortalizada en el bronce la estatua del Prócer de nuestra Independencia, General don José Miguel Carrera, cuya misma sangre corre en mis venas; por cuya razón comprenderá Usted que ni como chileno ni como descendiente de aquél, deben intimidarme ni el número de sus tropas ni las amenazas del rigor”.

Sin embargo, para Rafael Mellafe, esta supuesta carta no existió jamás. “La verdad es que a mí me suena más a mito que otra cosa. Si fuese cierta, ¿por qué ningún peruano la cita? Ni Cáceres ni Salazar”. Tampoco la citan los partes oficiales chilenos del comandante Marcial Pinto Agüero y del coronel Del Canto.

Combate de La Concepción

No hay certeza de la circunstancia en la que murió Carrera Pinto, quien había sido herido en un brazo al intentar una carga. Algunas versiones indican que ocurrió cuando Salazar ordenó el incendio de la Iglesia del pueblo, en la que se habían refugiado las tropas chilenas, las que decidieron salir a la carrera para ocupar un lugar contiguo. Otros lo sitúan al amanecer, a eso de las 7 de la mañana. Pero en su parte del combate, Ambrosio Salazar detalla otra versión acorde con su visión parcial de los hechos: “El capitán Carrera Pinto, subteniente Cruz y nueve soldados sacados de trinchera fueron fusilados en la plaza; los subtenientes Pérez Canto y Montt sucumbieron en el fragor de la lucha dentro de aquella”.

Un mes después del combate, se logró levantar en Lima el inventario del equipaje de Carrera Pinto y los otros oficiales que perecieron en la acción. Este detalla que al momento de morir, dejó “una maleta de suela, dos pares de pantalones azul negro, uno nuevo y el otro muy usado, un par de botines, tres pares de calcetines, una camiseta de lana, un pañuelo, seis camisas, cuatro pares de calzoncillos y un catre de campaña”.

En Santiago, una escultura ubicada en el bandejón central de la Alameda recuerda hasta hoy a los caídos. Se trata de una obra fundida en bronce por Rebeca Matte, la primera escultora nacional, que representa a figuras con una expresión dramática, dolorosa, como solía imprimir la artista. Se inauguró en 1922. Con ello se cumplió el anhelo de Carrera Pinto de ser recordado en la carne metálica de un monumento.

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