Minuto a minuto

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Refundar, borrar la historia y creer que la experiencia es un currículum nefasto, son viejas tendencias que enarbolan los furiosos ignorantes.


Hoy en Chile nadie sabe lo que va a pasar mañana. Hacer planes es inútil. Las horas pasan, se hacen notar, dejan una huella amarga. El horizonte está a corta distancia, acotado por noticias, rumores y resonancias de lo que pasa en la calle. Sucesivas emociones recorren el cuerpo en un fluir sin tregua. El silencio se escabulle: escuchamos adentro de nosotros ecos del afuera: diálogos tensos, gritos de consignas, desahogos privados y especulaciones en torno a la contingencia. El aire parece infectado por el miedo y la adrenalina. El deseo de algunos por trasladar el eriazo de las poblaciones a las zonas acomodadas, en parte se ha logrado. El paisaje –definitivamente– ha sido corroído. El goce sádico y las pendientes iconoclastas estuvieron en su plenitud degollando estatuas e incendiando iglesias. Refundar, borrar la historia y creer que la experiencia es un currículum nefasto, son viejas tendencias que enarbolan los furiosos ignorantes. Acaso no saben que el destino de esa inclinación es siempre el fascismo. Quieren abolir el pasado. Poco espacio queda para pensar cuando se justifica el salvajismo. Las ideas pasan al plano de lo reaccionario. Los mensajes llamando a la acción se propagan, en especial, en Twitter, Telegram y WhatsApp. Cuesta tomar aliento. El tedio se empieza a colar. Los registros de incidentes son miles. Videos y fotos. Relatos e interpretaciones. Las palabras generan irritación. La paciencia es mínima. Las sirenas de bomberos y ambulancias son comunes. Las paredes rayadas. El odio de clases es explícito. Durante horas la ira impone el tono. Son momentos estelares para los rostros periodísticos. Despliegan su poder: inquieren, conjeturan, dictan cátedra. No les tiembla la voz. En la televisión suelen escasear los escrúpulos y los conocimientos. Tienen exiguas dudas, pese a que son desmentidos por los hechos a cada rato. En Plaza Italia los manifestantes una y otra vez, luego de una larga jornada, posan para que las fotografías sean una réplica del cuadro La Libertad guiando al pueblo de Eugène Delacroix. Víctimas e ídolos de la revuelta se sientan en las órdenes. El desacato es una nueva moral que se esparce. Rizoma de Gilles Deleuze y Felix Guatarri es un texto urgente para entender la realidad. Otra clave cultural es el ensayo Para una crítica de la violencia de Walter Benjamin. El desprecio por la belleza y la antigüedad son evidentes, se los asocia con los privilegios. La vida agitada es la norma. Hay padres e hijos enfrentados. Amigos que ya no se dirigen la palabra. La pobreza es una amenaza incesante. La explican voces satisfechas que nada tranquilizan. Los perdigones en los ojos, la ceguera parcial o total, son imposibles de olvidar. Serán el símbolo indeleble de la barbarie en la que estamos sumergidos. No hay explicaciones aceptables. Las caras de angustia y de alienación se notan en quienes deambulan. La ansiedad traspasa los umbrales. Incómodos y nerviosos, cuesta descansar. El término "evadir" reaparece con otra connotación. El alcohol es difícil de esquivar. Las noches se apoderan del ánimo. El insomnio asola. El encierro y el susto desatan fantasmas y las pesadillas son frecuentes. Soñé que me abandonaban en un iceberg y que mis gritos no salían de mi garganta. Castigado y solo, me desplazaba sobre un pedazo de hielo a la deriva en un mar negro. Sentía terror. Soñé también que subía por una escalera en dirección al entretecho de una casa. Iba con una linterna. Las ratas cruzaban delante de mí y temía pisarlas. Algo me impedía bajar y detenerme. En ambas ocasiones amanecí empapado y con dolor en la sien. Apretar los dientes sin consciencia ni piedad trae secuelas. Despertar supone ajustarse a lo impredecible, soportar la espera continua y contener la respiración. La templanza es el único recurso para subsistir a esta temporada larga y cruel. El guión indica que todavía quedan episodios.

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