“Siempre quise cantar. Es algo que siempre quise hacer”, relata la voz en off de Britney Spears, acompañando imágenes suyas de niña. En pocos minutos, un vertiginoso resumen muestra cómo la princesa del pop pasó de la cima del estrellato, a un divorcio que la instaló en el escrutinio morboso de los medios y el público, detonando una crisis eventualmente aplacada por la intervención legal de su padre, hasta entonces un personaje irrelevante en su carrera.

Durante hora y media, los antecedentes recopilados por la cineasta Erin Lee Carr (33) y la periodista Jenny Eliscu (49), confluyen en dos vértices. Uno. Jamie Spears estableció una tiranía en torno a su hija con autorización legal. Pasó de cocinero con afición por la bebida, a titiritero de la estrella más grande del momento. Entre 2013 y 2018 ganó 2.1 millones de dólares más un sueldo de US$16000 mensuales, mientras Britney sólo recibía US$8000 al mes.

Dos. Los llamados de auxilio y maniobras de la cantante por una salida apelando a la ley durante los 13 años de tutela naufragaron varias veces, y quienes trataron de ayudarla “pagaron un precio alto”. Entre los nombres medianamente rehabilitados por el documental, figura el ex manager Sam Lufti. En informaciones oficiales suele aparecer como un villano que la drogaba. “La policía nunca tocó mi puerta”, se defiende.

Entre medio, Britney Spears perdió derechos y autonomía por la custodia de su padre. “Una muerte civil”, resume un abogado.

La cotidianidad se convirtió en una experiencia Gran Hermano. Si quería comer una hamburguesa, debía cursar una autorización y esperar respuesta durante 20 minutos.

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“La película iba a ser sobre su arte y la visión de los medios (...)”, comenta Erin Lee Carr, “pero la historia también era sobre poder y control, llena de conspiraciones y rumores, y nadie hablaba”.

La directora se declara fanática desde los 10 años, cuando escuchaba una y otra vez “... Baby one more time” (1999), para disgusto de su padre.

Jenny Eliscu afirma que ni Britney ni el pop eran de su interés, hasta que en el remate de los 90 fue su segunda portada para la revista Rolling Stone. “A finales de 2008″, cuenta la periodista, “cuando me asignaron otra nota de tapa de Britney (...), me emocioné porque la amo y hacía años que no la veía”.

La cantante en 2019. REUTERS/Mario Anzuoni/File Photo

Distintos testimonios señalan que Britney era una artista en sus cabales y empoderada en las decisiones sobre su carrera. “Tenía el control y se involucraba en todos los procesos”, subraya la ex asistente Felicia Culotta.

2004 marca un punto de inflexión. La música pierde relevancia y la presión mediática se concentra en su matrimonio con el bailarín Kevin Federline. Tienen un par de hijos y se separan a los dos años. La cantante se va de fiesta, como el fin de semana perdido de John Lennon. La diferencia es que a la chica favorita de EE.UU. la persigue un enjambre de cámaras.

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En ese periodo de reporteros y fotógrafos como moscardones (el mismo acoso que en paralelo padecía Amy Winehouse), Britney Spears maneja cierta complicidad con los medios, al punto que se involucra sentimentalmente con Adnan Ghalib, un paparazzi.

“Era una multimillonaria y yo”, resume el fotógrafo.

A Ghalib le llama la atención que la cantante no tenía familia en quien confiar. Lo mismo sucede con Sam Lufti, un tipo cualquiera al que Britney conoció en un bar. Conversan, cambian teléfonos. Al rato se convierte en su principal asistente y manager.

“Es la persona a la que sus padres suelen culpar por su caída pública”, explica Jenny Eliscu.

En la versión de Lufti, el divorcio había afectado profundamente a Britney y, coincidiendo con las observaciones de Ghalib, su familia no parecía muy involucrada en su situación personal. “Mi relación no es como la tuya con tu familia”, replicó Britney, ante el consejo de Lufti de buscar ayuda materna. En cuanto al padre, el ex manager lo describe sin rol alguno.

En medio del fuego cruzado entre el foco mediático ante cada movimiento, el distanciamiento familiar, y un complicado divorcio con los hijos en disputa -”los niños se vuelven peones”, reconoce el abogado de Federline-, Britney publica Blackout (2007), su mejor álbum.

En este punto, el documental soslaya algunos episodios explícitos de aquel periodo caótico, como las escenas de Britney manejando con un bebé en el regazo, y el ataque a los paparazzi con un paraguas, a pocos días de rasurar su cabeza con la presencia de cámaras, como un acto de hastío y desesperación.

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Adnan Ghalib admite que Britney estaba superada por las circunstancias -en 2008 se encerró en un baño y no quería entregar a sus hijos-, pero en ningún caso demente, como argumentó Jamie Spears en la solicitud de custodia, manejada de tal forma que Britney no presentó objeciones, aún cuando disponía de cinco días para impugnar. En el intertanto, es internada y aparece en escena Lou Taylor como portavoz de la familia, con un mensaje de marcada palabrería religiosa, elogiando a los Spears. Taylor se convierte en una de las principales aliadas de Jamie, barajando cartas en la carrera de Britney.

Viene una seguidilla de intentos de la cantante por sacar al defensor asignado, desinteresado en pelear los ribetes carcelarios de la custodia, y cómo cada una de esas tentativas fueron torpedeadas por el padre, atento a eliminar de su entorno a quienes intentaban ayudarla.

Paralelamente, Jamie Spears presentó a la justicia antecedentes psiquiátricos estableciendo que Britney no estaba en condiciones de tratar con representantes legales ni comprender asuntos financieros, junto con someter a su hija por casi una década a un exigente calendario de giras, álbumes, largas residencias en Las Vegas, y apariciones en televisión.

Jamie y Britney (AP Photo)

Un abogado experto en tutelas explica que las personas bajo ese régimen legal jamás trabajan, como tampoco se estila que sean ejercidas por parientes, dado el componente afectivo. Sin embargo, para la justicia de Los Angeles Britney podía bailar y cantar ante audiencias de todo el mundo en elaborados tours, pero era incapaz de tomar decisiones en la vida diaria sin la intervención de abogados y médicos, pagados por el padre con su dinero.

“Estoy triste”, confiesa con inequívoca expresión en el documental For the record para MTV, en los primeros tiempos de la tutela.

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Britney versus Spears llega hasta el pasado 7 de septiembre, cuando Jamie Spears abandona el cargo.

El día 29 se confirmó el término de 13 años de autoridad máxima sobre su hija, un tercio de la edad de la cantante.

Fans en la Corte de Los Angeles celebrando el fin del caso. REUTERS/Mario Anzuoni TPX IMAGES OF THE DAY

“Jamie Spears es tóxico para el bienestar de Britney”, declara el actual abogado de la estrella, Mathew Rosengart, con gran currículo y especialista en celebridades, incluyendo Ben Affleck, Steven Spielberg y Julia Louis-Dreyfus.

Jamie exigió el año pasado a su hija US$1.356.293 por honorarios.

La respuesta de Rosengart. “Britney Spears no será extorsionada”.

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