Columna de Rodrigo González: Blondi: Desde Buenos Aires, sin golpes bajos

Los puntos de quiebre de esta comedia dramática (es difícil encasillar acá un género) son tenues y nadie busca sorprender con revelaciones de última hora. Básicamente destaca la historia de una relación materno-filial algo inusual en que el chico teme contarle a su madre sobre sus pretensiones de estudiar Dibujo en el extranjero, concretamente en Barcelona. No quiere herirla y opta por ir guardando esos secretos con su tía Martina y con su desbocada abuela Pepa (Rita Cortese), contando con todo el apoyo de ellas.



Hay padres y madres con síndrome de Peter Pan que parecen tener los hijos perfectos para su situación. Es como si los muchachos hubieran desarrollado un mecanismo de adaptación y sobrevivencia superior cuando ven a sus progenitores algo indefensos. En la película Blondi (2023) la protagonista es una madre demasiado joven, con un trabajo precarizado e inestable, amante de la buena marihuana a todas horas del día y aún hasta algo celosa de su hermana mayor. En fin, es una buena madre, no hay que confundirse, pero si su hubiera tenido a su hijo a los 25 y no a los 15 la vida la tendría bastante más resuelta.

Blondi ofrece más bien algo así como los desafíos, sueños y oportunidades de una joven madre y su muchacho de 18 o 19 años en el actual Buenos Aires. Ella, a la que llaman Blondi, es interpretada por Dolores Fonzi, que acá también debuta en la dirección con una naturalidad pasmosa. Él es su hijo Mirko, a cargo de Toto Rovito, inminente promesa de la actuación argentina. La película se mueve en torno a esta relación y, de paso, va tocando la subtrama lateral de Martina (Carla Peterson), la hermana mayor, totalmente insatisfecha con su matrimonio con un tipo aburrido (Leonardo Sbaraglia) y dos hijos pequeños en el colegio.

Producida por Amazon Studios y estrenada a través de Prime Video, Blondi logró un premio compartido a Mejor Actuación para todo su elenco en el reciente Festival Bafici. Se entienden más o menos las razones. Uno de sus méritos es la atmósfera que contagian sus personajes, entrañable, natural y sin pretensiones. Las escenas familiares parecen trozos de honesta realidad y hay que reconocer que no se vislumbra el truco ni el esfuerzo. Tal vez tiene que ver con que Dolores Fonzi es actriz y sabe cómo hacer sentir bien a sus colegas en los rodajes.

Los puntos de quiebre de esta comedia dramática (es difícil encasillar acá un género) son tenues y nadie busca sorprender con revelaciones de última hora. Básicamente destaca la historia de una relación materno-filial algo inusual en que el chico teme contarle a su madre sobre sus pretensiones de estudiar Dibujo en el extranjero, concretamente en Barcelona. No quiere herirla y opta por ir guardando esos secretos con su tía Martina y con su desbocada abuela Pepa (Rita Cortese), contando con todo el apoyo de ellas.

Y eso es todo. No hay más drama. No tendría por qué haberlo. No es necesario ni de vida o muerte. No todas las películas obedecen al algoritmo del pañuelo de lágrimas, la tomadura de pelo al espectador o el golpe bajo el cinturón.

Buena parte del cine independiente estadounidense, desde los primeros trabajos de Noah Baumbach o los hermanos Duplass hasta Greta Gerwig (antes de Mujercitas), tendía a crear grandes historias con poco. Con estampas, viñetas o fotografías en movimiento. También lo hizo hace poco la británica Aftersun (2022). Y se siguen haciendo, tal vez más malas que buenas. Pero eso importa poco cuando cada cierto tiempo de mala cosecha aparece un pequeño, modesto y emotivo regalo como Blondi.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.