Simón Soto, escritor: “Me interesaba hacer un relato muy cruento de la Guerra del Pacífico”

FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

Aguafuerte, se llama la nueva novela de Simón Soto, que acaba de llegar a las librerías nacionales. En sus páginas, se relata una historia ambientada en la Guerra del Pacífico, pero que no es una novela histórica, sino que usa los recursos de la ficción para ir mucho más allá. “En un tono lo más Cormac McCarthy posible”, comenta su autor en charla con Culto.


Nos recibe ataviado con un largo abrigo gris y una tupida barba con la que Simón Soto (42) parece un escritor ruso del XIX, el mismo siglo en que estalló la Guerra del Pacífico (1879-1883), que enfrentó a Chile con Perú y Bolivia. Ese conflicto le llamó la atención a Soto y se propuso escribir una novela ambientada en la época. La idea, confiesa, le rondó desde hace unos 8 o 9 años, antes de que incluso comenzara a escribir Matadero Franklin (2018), su primera novela.

“Me parecía naturalmente atractiva la Guerra del Pacífico, porque es como nuestro gran conflicto bélico, está en el inconsciente colectivo de todos los chilenos. Yo creo que si uno le pregunta a cualquier persona de a pie sobre eso, te va a mencionar algo, y las guerras siempre son materia muy fructífera para los escritores”, comenta Soto en charla con Culto.

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Así le dio vida a Aguafuerte, una trepidante novela ambientada en la Guerra del Pacífico, publicada a través de Planeta. Soto aclara que a diferencia de otras obras ambientadas en el conflicto, la suya no es una novela histórica, sino que va mucho más allá de la anécdota. Se trata de una ficción literaria con todas las de la ley.

“Sobre la Guerra del Pacífico hay novelas muy antiguas, como Adiós al Séptimo de línea, que eran súper nacionalistas, muy esquematizadas, tanto desde la estructura, como la psicología de los personajes, por eso estos resultaban muy planos. También hay novelas de factura interesante, pero más apegadas al concepto de la novela histórica, que en el fondo hace un espejo de los hitos de la historiografía. Entonces, leí Los desnudos y los muertos (1948), de Norman Mailer, donde están los hitos de la Segunda Guerra Mundial -donde él combatió-, pero no utiliza esa materia prima como una novela histórica, sino como una novela ficción, con las herramientas propias de la ficción: el cambio de puntos de vista de los personajes, la intimidad de los personajes. Como que utiliza la guerra para hacer otra cosa. Entonces, yo sentía que había que hacer eso. No me interesaba escribir una novela histórica en el sentido más conservador”.

26/07/2023 FOTOGRAFIAS AL ESCRITOR SIMON SOTO FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

En esta historia seguimos a Manuel Romero, un soldado chileno que llega al teatro de operaciones en el norte. Desde ahí, integra una patrulla liderada por el capitán Ormazábal, y en la que comparte con otros miembros como el pije Ariztía, el gringo Graham y el soldado Sanhueza, quien además es un matarife (con ello, Soto hace un nexo con sus libros anteriores). Sin embargo, pronto se van revelando las verdaderas razones de Romero para sumarse a las filas. Muy lejos del fervor nacionalista y la idea de darle su sangre a la patria, su meta es llegar al desierto de Atacama, donde existe una fuente en que brota la llamada “aguafuerte”, un brebaje al que se le atribuyen propiedades milagrosas. Ahí aparece un explorador del Ejército que también conoce el secreto: el señor Espanto. Un personaje elegante, misterioso, pero que sabe pelear a cuchillo con destreza y brutalidad. En su escritura, esta novela hace un guiño al western, ya que hay violencia, sangre, naturaleza agreste y hombres rudos que no dudan en resolver las cosas disparando primero y preguntando después.

“Investigando sobre la guerra, me di cuenta de que el western tenía que estar, pero era insuficiente, porque la materia que yo encontré era más mucho grande, había algo rebotando. Pensé que si me estaba metiendo en esto, también tenía que ser una novela bélica, sin ningún tipo de pudor. Guardando las distancias, tenía que ser como Guerra y paz (1865), de León Tosltói; Diario de Guerra (1914-1918), de Ernst Junger; la misma Los desnudos y los muertos; o esta novela sobre Vietnam, Las cosas que llevaban los hombres que lucharon (1990), de Tim O’Brien, que es una obra maestra. Son libros bélicos y ahí fue creciendo el proyecto”.

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Como suele hacer con sus libros, Simón Soto trabajó la versión inicial de esta novela a mano, usando fichas bibliográficas. “Ahí anoto, junto material. Empecé a acumular y a leer mucho. Me compré un libro que fue absolutamente crucial, Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico, de Francisco Machuca, que es un libro bastante antiguo, historiografía dura, de la editorial de la Academia Militar. Yo creo que si lo trabajaran en una editorial más profesional quedaría muy bien porque tiene mucha cantidad de información y detalle”.

¿Leíste otras obras sobre la Guerra del Pacífico como Adiós al Séptimo de línea?

Sí, lo revisité, leí algunas partes. Yo creo que ha envejecido discretamente. Tampoco lo quiero descalificar, no sé si quiero entrar en eso, pero sí me sirvió para cachar hacia qué lado no ir. Hubo otras novelas que fueron mucho más importantes, como Meridiano de sangre (1985), de Cormac McCarthy, a la que volví una y otra vez por varios motivos, pero sobre todo porque me interesaba hacer un relato muy cruento de la guerra, porque si estás en una batalla a campo abierto, con granadas, cañones, bayonetas, eso no puede ser sino muy sanguinolento. Mi idea siempre fue hacer un western en un tono lo más Cormac McCarthy posible, sangriento, pero nuestro, con personajes nuestros.

También me sirvió mucho una sesión de fotos de veteranos de la guerra mutilados por las batallas, que aparecen en ropa interior, semidesnudos, que perdieron brazos, piernas, manos, esas imágenes son muy respetuosas, pero están los vestigios. Ahí pensé en que uno no puede saltarse la crudeza. No quería romantizar la guerra desde el patriotismo ni desde la gesta épica, sino bajarla al piso, donde combaten los conscriptos.

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¿Qué fue lo que más te costó?

Darle un corpus, porque tiene varios narradores, varios registros, varias partes. Invertí mucha cabeza, mucha pluma en que la novela quedara dúctil. Que hubiese una correlación y no se sintiese como algo separado. Me interesaba explorar una novela con una complejidad distinta a la de Matadero Franklin que es una novela más clásica en su estructura. Tiene un narrador en tercera, está narrada en presente, la intercalación de las tramas de la novela es bastante equilibrada. Esta es muy distinta. Ahora, igual uno termina siendo uno mismo, no solo en los tonos, sino porque también la novela tiene un nexo con Matadero, que es principalmente la segunda parte. Llegué a mí mismo igual, pero por otro camino.

De hecho, uno de los personajes, Sanhueza, es un matarife. ¿Qué te atrae tanto de ese universo de los mataderos?

Es que de alguna manera como que vivo ahí. Como he escrito tanto sobre eso, vuelvo una y otra vez. He pensado tanto en ese mundo que ya es parte de mi imaginario. Entonces, en vez de renegarlo, mejor lo abrazo. Es otra novela, es otra historia, tiene otras formas, pero como ese mundo está dentro de mi imaginario lo tengo que seguir utilizando, porque sale por todas partes. Además, igual tiene una conexión con Matadero en términos de temperamento: es muy masculina, es violenta, es sangrienta. Y me interesaba hacer ese pequeño link entre las dos novelas.

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Un lugar simbólico

La novela arranca con un relato del Desembarco de Pisagua (2 de noviembre de 1879), la primera acción donde participa Manuel Romero. Es una narración intensa, deudora de Rescatando al soldado Ryan y su cruda representación del Desembarco de Normandía. “Pisagua fue la primera operación anfibia de la historia y -guardando las distancias tecnológicas, históricas, de cantidad de contingente- tuvo una forma y un modus muy parecido al Desembarco de Normandía. Cuando estaba armando esa parte, revisité la película y quedé loco -siento que ha envejecido de una manera hermosísima-. Ahí dije tengo que usar este referente. Estudié mucho el desembarco en Pisagua: los horarios, la cantidad de regimientos, los buques que se acercaron a la bahía, cómo era la zona en términos de accidentes geográficos. Me metí mucho en esa batalla para narrarla como lo más vívidamente posible”.

Partiste con Pisagua, pero pudiste haberlo hecho con la toma de Lima, la Campaña de la sierra, o la Batalla de La Concepción. ¿Por qué elegiste esa batalla?

Porque Pisagua tiene una resonancia simbólica para Chile. En esta batalla empieza la campaña terrestre de la Guerra del Pacífico; luego fue un campo de concentración para los presos comunistas, en 1948 por el tema de la “Ley maldita”, de González Videla que proscribió al PC; luego fue campo de concentración en la dictadura y pasó la “caravana de la muerte”. Entonces, sentía que era un lugar al que hemos vuelto en nuestra historia. Además, me importaba porque con el fin de los combates navales, fue el puente entre el mar y la tierra.

¿Piensas hacerle una precuela o secuela a Aguafuerte?

Descarté mucho material y quedó fuera una parte entera que es casi una novela autónoma. Tengo muchas ganas de trabajar en eso, me entusiasma mucho. Fue una decisión difícil dejarla fuera, pero me di cuenta que correspondía a otro corpus, no al de Aguafuerte. No se parece argumentalmente sino en el paralelo. El hilo que une Matadero con esta, va a ser similar al que va a unir Aguafuerte con esta especie de novela espejo, o novela prima. Es algo así como la relación entre Amuleto con Los detectives salvajes.

En otro ámbito. ¿Qué piensas de la Inteligencia Artificial y su uso en la literatura?

La verdad es que estoy absolutamente desinformado sobre la Inteligencia Artificial como herramienta de creación de contenido. Nunca me he metido a Chat GPT, entonces no tengo ninguna experiencia directa con eso. Pero te podría decir, primero, entiendo que el contenido que genera esta aplicación está basado en obras previas, por lo tanto, cualquier texto generado a partir de ahí utiliza el trabajo creativo de otras personas, como una suerte de base de datos de textos; y lo segundo, es que nuestra siquis -alimentada de nuestras experiencias, fragilidades, miserias, estupidez, inteligencia, todos los factores que nos hacen humanos- no sé si es imitable. Las alternativas que genera el trabajo literario mismo cuando uno está escribiendo, no sé si un programa computacional lo va a poder igualar. Pero en general, no tengo ningún vínculo con eso. No me interesa, no tengo tiempo.

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