“En la hora del triunfo disfruta con equilibrio sin olvidar que no siempre ganarás”. Esa frase fue inscrita en el monumento de Fernando Riera inaugurado el 2 de julio de 2016, frente al Estadio Nacional, como un homenaje para un grande del fútbol chileno. No es casual. Parte fundamental de la historia del balompié local tiene directa relación con Fernando Riera Bauzá (Santiago, 27 de junio de 1920), cuyo máximo hito fue conducir a Chile al tercer lugar en el Mundial del ’62. Pero su historia va más allá. Este sábado se cumplen 100 años de su natalicio. O de otra manera, cumpliría 100 años. Su legado es cuantioso.

El fútbol venía de familia. Sus hermanos Jaime, Melchor y Guillermo también jugaron. Su carrera como jugador nació en Unión Española. “Tenía buena técnica, excelente para ese tiempo, porque jugaba mucho a dominar una pelota de tenis rebotándola contra la madera, la muralla. Usaba las dos piernas y muy valiente no era para entrar. Llevaba el 11 en la espalda y era diestro, pero mucha gente creía que era zurdo”, reconoció el propio Riera en su última entrevista a La Tercera, publicada el 23 de septiembre de 2010, tres días después de su deceso a causa de un infarto.

La estatua de Fernando Riera, cerca del Estadio Nacional. FOTO: AGENCIAUNO

Dentro de la cancha, fue campeón con la UC en 1949 y jugó el Mundial del ’50, en un plantel que también tenía a Sergio Livingstone y a Jorge Robledo. También abrió las puertas del fútbol chileno en Francia, partiendo al Reims. Sin embargo, su legado aumenta cuando se habla del Riera entrenador, ese mismo que destacó en Europa y condujo a la Selección a su mejor posición en una Copa del Mundo. En 1954 obtuvo su título de técnico en Francia. Tres años más tarde asume en la Roja y una de sus peticiones fue la construcción del complejo Juan Pinto Durán, que hasta el día de hoy es el búnker de la Selección. Esa matriz europea en su trabajo es destacada por quienes fueron sus dirigidos.

“Cuando regresó de Europa trajo muchas cosas buenas. Dio un vuelco en 180° al fútbol profesional acá. Llegó e instaló una nueva modalidad de entrenamiento, de comportamiento, de orden, en todo sentido, también en lo dirigencial porque estuvo en muchas partes organizando cosas nuevas que traía desde Francia”, declara desde su confinamiento en Coquimbo José Sulantay, seleccionado juvenil en el ’57, quien no estuvo en el Mundial del ’62 porque (según él) su club, La Serena, estaba en Segunda.

Otro exdirigido que también está cumpliendo su cuarentena, pero en Ñuñoa, es Humberto Cruz. “Él venía de una escuela europea, trabajó con un grupo humano muy bueno. Estábamos todos detrás de un objetivo. De repente llegó el pencazo del terremoto del ’60 y más se entregó uno a los planes que quería. Él planificaba un equipo y ese equipo iba a entrar y no cambiaba hasta que daba resultados. Si uno cometía un error garrafal lo sacaba, si no, no”, relata el Chita.

El 16 de junio de 1962, Chile derrotó a Yugoslavia en el Nacional, para subirse al podio en la Copa del Mundo. Los 66 mil espectadores que atiborraron el coloso de Ñuñoa le agradecieron fervorosamente al DT por el logro obtenido. Exigieron su presencia en la cancha para rendirle un tributo. La multitud, al canto de ‘Riera, Riera’, le asignó vital relevancia por la histórica campaña. “Fernando Riera nunca estuvo dispuesto a aceptar una cuota de responsabilidad mayor de la que, en su concepto, le correspondía. Tampoco quería aceptar una suma mayor de parabienes. Pero sus propios jugadores lo convencieron y tuvo que subir al campo mientras miles de pañuelos se agitaban en su honor”, detalla la escena la revista Estadio.

Archivo de la revista Estadio con Riera en 1962, tras el tercer lugar de Chile.

El Tata, bautizado así por Luis Vidal, tenía como parte fundamental de su estilo el equilibrio. Una de sus frases célebres es que “los grandes equipos se hacen de atrás para adelante”. “La inventé yo… El Santos de Pelé jugaba día por medio y convertía tres y cuatro goles por partido, pero hubo un momento en que los rivales lo empezaron a esperar y a hacerle cuatro y cinco goles por no cuidar la cocina…”, dijo.

Luego del Mundial del ’62, llegó su salto a Europa y recaló en el Benfica. En Portugal ganó dos ligas y rozó la gloria continental. Con las Águilas, y dirigiendo nada menos que a Eusebio, cayeron en la final de la Copa de Europa 1963 con el Milan de Gianni Rivera y Cesare Maldini, en Wembley. Su reconocimiento fue más allá cuando en octubre del ’63 dirige a la primera selección Resto del Mundo, en la que estaban Yashin, Di Stéfano, Seeler, Puskas, Gento y el mismo Eusebio. Solo faltó Pelé.

Hablar de Riera es también hablar de Manuel Pellegrini. El Ingeniero, junto a Arturo Salah, es el gran discípulo del Tata. Riera fue quien empujó al ex DT del City hacia la dirección técnica, cuando iba a ejercer su profesión. En diálogo con El País, Pellegrini reconoce todo lo que aprendió con su mentor: “A diferenciar la autoridad que da el cargo en base al convencimiento de la opresión y el miedo. Yo soy entrenador por él. Me exigía leer, me rayaba artículos y después me preguntaba a ver si los había leído”. Le dejó una frase para siempre: “No se te olvide que vas a volver a perder Cuando ganes, no se te olvide nunca que volverás a perder”.

Hay un consenso general a la hora de decir que Riera es el mejor entrenador de nuestra historia, partiendo por el mismo Pellegrini. “Él le dio un vuelco total a lo que era un profesional del fútbol y un seleccionado nacional. El cambio fue tremendo, antes se jugaba por naturaleza. No era muy táctico, pero aprovechaba lo que nosotros teníamos y nos disciplinaba, nos pulía. En la parte física era especial porque no usaba preparador físico, trabajaba solo, le daba importancia al balón. Eso me quedó siempre: “El jugador de fútbol se tiene que preparar para jugar al fútbol””, menciona Sulantay.

En la misma línea, el Chita Cruz dice: “Hay técnicos muy buenos pero con Fernando se planificaba todo, era un enfermo. Cuando no entrenábamos nosotros, iba solo a Pinto Durán y se fijaba si estaban bien alineados los arcos. Íbamos a jugar con los europeos y decía ‘no a los pelotazos’. Uno va mirando las enseñanzas que te deja. Antes éramos todos buenos para el garabato, pero después… caballeritos”.