Columna de Andrés Jouannet: Chile y Ecuador, paralelismos preocupantes

AP


Si el desierto, la cordillera y el océano fueron históricamente para Chile los grandes muros que impedían o retardaban la llegada a nuestro suelo de las formas y tendencias procedentes de otras latitudes, hoy no son más que barreras simbólicas. La fluidez de las comunicaciones hace que todo llegue, que todo salga, que todo se emule, lo bueno y lo malo, y que además se haga de una manera vertiginosa, con cambios rápidos y abruptos. El simple ejercicio de recordar cómo éramos hace diez años, incluso menos, nos puede sorprender con un Chile que ya no reconozcamos en muchos aspectos. La seguridad será uno de ellos y no solo en Chile.

Chile y Ecuador, tenían no hace mucho una virtuosa similitud en esta área: eran dos de los países más seguros de Latinoamérica. A Chile se le denominaba “el oasis de la seguridad” en Latinoamérica, ocupando el primer puesto, seguido de cerca por Ecuador con bastante solvencia. Hoy en día Chile ha descendido al tercer puesto y Ecuador al séptimo, siendo uno de los países más peligrosos de la región. Conviene ver lo sucedido en ambos países, que hace tan poco eran dos “lunares blancos” de la seguridad en Latinoamérica.

Hasta 2017, la tasa de muertes violetas por cada 100 mil habitantes, en Chile era de 3,5, mientras en Ecuador era de 5,8, lejos de lo que era El Salvador, con un 60,1 por esa época. En 2022 la tasa de homicidios en Chile alcanzó un 4,7 y en Ecuador llegó a 25,9, con una alarmante tendencia al alza prevista para este año. En el caso ecuatoriano, Guayaquil por ejemplo, se ubica en el puesto 24 entre las 50 ciudades más violentas del mundo. Pero no sólo los homicidios se han disparado, también el delito de extorsión, que en 2022 superó los 7800 casos, versus los 1880 de 2019; las incautaciones de armas, con 6200 casos en 2022, contra menos de 50 de 2017; los eventos con explosivos, que en 2022 sumaron los 147 casos. En fin, es la caída libre de la seguridad en Ecuador, que tuvo su paradigma nefasto con el homicidio del candidato presidencial Fernando Villavicencio el 9 de agosto pasado.

Los factores son múltiples, pero sin dudas la proliferación de bandas de crimen organizado ha incidido fuertemente, sobre todo las ligadas al narcotráfico. En esto se debe tener en cuenta el poderoso influjo que la vecindad de Colombia ejerce sobre el país ecuatorial. Según la ONU, entre 2020 y 2022, la producción mundial –y también el consumo- de cocaína aumentó un 35%, siendo Colombia el mayor productor, con los valles de Caquetá y Putumayo, cercanos a la frontera colombo ecuatoriana, entre los principales enclaves productivos. No es de extrañar entonces que Ecuador alcanzara, al 2022, el lugar 13 del mundo en el mayor uso porcentual de cocaína y que Quito y Guayaquil estén entre los principales puntos de salida de la sustancia en el continente, situando a Ecuador como el principal exportador de droga a Europa en 2021 (29% del total). El resto, viene por añadidura: Secuestro, extorsión, corrupción, homicidios.

Mientras tanto en Chile, las cosas no han sido muy distintas. Nuestra tasa de homicidios subió de 3,5 en 2017 a 4,7 en 2022 y, aun cuando sigue siendo la más baja Latinoamérica, preocupa la tendencia al alza que se tradujo en la pérdida del primer puesto en seguridad de la región, ubicándonos hoy detrás de Uruguay y Argentina. El delito de secuestro en 2022 tuvo un aumento de 79% versus el año anterior y el de extorsión -vinculado al anterior en la mayoría de casos-, aumentó un 58%. La incautación de 1.189 armas entre 2016 y 2018 ya supera las 4.400 entre 2022 y lo que va de 2023. Y en materia de narcotráfico, aparte del alarmante aumento de consumo interno –número 1 en Sudamérica según la OEA-, registramos un negro palmarés con el puerto de San Antonio como primer exportador de drogas al viejo continente, México y Panamá (ONU 2022). Se trata claramente de una nueva cultura criminal, nuevos fenómenos delictivos que se instalan en Chile, donde aparte del tristemente célebre Tren de Aragua, merced a nuestra indefensión fronteriza, se asentaron organizaciones criminales de las más peligrosas y violentas del mundo, como el Cartel de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación y Clan del Golfo, que han convertido nuestras cárceles en comandos, nuestras villas, poblaciones y zonas rurales en sus territorios ocupados, nuestra economía en lavadora de activos, nuestra institucionalidad en objeto de corrupción.

A lo anterior Chile suma otro fenómeno, pero que también ha ocurrido con similitudes en otras partes del continente; el de la violencia terrorista de los grupos paramilitares en la macro zona sur.

Entonces, los ejemplos son muy claros para Chile. Podemos seguir el ejemplo de Ecuador y de otros países que han sufrido por lo que nosotros comenzamos a vivir, como si aquellos casos fueran el prólogo de lo que nos sucederá a nosotros si no observamos sabiamente, ni actuamos inteligentemente.

La adopción de medidas urgentes que nos fortalezcan internamente como como la Ley de Usurpaciones, de Lavado de Activos, Ley Nain-Retamal, el perfeccionamiento de la Ley 20.000, Ley de Inteligencia, Ley Antiterrorista, entre otras, debe complementarse con otras medidas que implican decisión política y conducción de Estado. Se requiere un incremento de 40% en la dotación de Carabineros, lo que implica una matrícula de 6 mil postulantes anuales; es necesario un plan de nuevas cárceles bajo régimen de segregación, acompañado de un incremento al menos de 20% de dotación en Gendarmería; fortalecer el resguardo de nuestras fronteras, con la creación de la Policía Militar de Fronteras, con especialización aire tierra; endurecer la legislación que penalice y castigue efectivamente el crimen organizado; enfrentar decididamente la acción terrorista de los grupos paramilitares y el crimen organizado de la macro zona sur, con autoridad política, firmeza y determinación para asumir los efectos colaterales que puedan generarse, entre otras medidas.

Todo lo anterior tiene necesariamente que ir más allá de la mirada doméstica e incorporar una perspectiva sobre un escenario regional integrado, porque Chile ya no es el lejano país flanqueado por formidables barreras naturales. Los tentáculos del crimen, provenientes de lugares otrora remotos, terminaron ya por alcanzarnos.

Si no accionamos de forma decidida y con la voluntad profunda de combatir el crimen y la violencia en Chile, aquel “lunar blanco” que alguna vez fuimos –junto a Ecuador-, se convertirá en el oscuro abismo en que se estrellen nuestros anhelos de una sociedad próspera y segura. Lo demás, claro está, vendrá por añadidura.

Andrés Jouannet, presidente Amarillos por Chile.

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