Columna de Carlos Meléndez: El anti-establishment de(constituyente)



¿Cómo llamamos a aquel ciudadano que votó “Rechazo” el 22 septiembre del 2022 y votará “En contra” este próximo 19 de diciembre? ¿Cómo encajaría esta persona en el continuum ideológico de izquierda a derecha, considerando que, según percepciones mayoritarias, el borrador 1.0 estuvo inclinado a la siniestra y el 2.0 a la diestra?

Creo que no hay mayor evidencia de que estamos ante un sector anti-establishment que rechaza cualquier oferta de la clase política, independientemente del espectro al que corresponda. Por experiencia comparada, sabíamos que en la región este tipo de electorado era parte del motor que impulsaba cambios constituyentes. Ello sucedió en Venezuela con Chávez, en Ecuador con Correa y en Bolivia con Morales. También, de alguna manera, en Perú con Fujimori. En teoría, nada más anti-establishment que destronar una añeja constitución (a la que se le puede responsabilizar de haber creado castas, por ejemplo) y erigir una nueva institucionalidad de acorde con los nuevos vientos de una sociedad del siglo XXI. Por eso, lo que sucede en el país es aún más sorprendente: un electorado anti-establishment que ante la posibilidad de renovar la Carta Magna elige el statu quo frente a lo que le proponen las “renovadas” fuerzas políticas de izquierda (Frente Amplio) y de derecha (Republicanos). Parafraseando a Óscar Landerretche, el anti-establishment chileno prefiere quedarse con “la Constitución de Pinochet firmada por Lagos” que a una “de Kast firmada por Boric”. Estamos pues ante un anti-establishment deconstituyente que no acepta “el cambio” que le proponen las ¿nuevas? elites.

El anti-establishment está cohesionado generalmente por insatisfacción antes que por coherencia programática. En momentos de crisis sociales, este sector gana notoriedad. Y si bien los procesos constituyentes tienen como mandato entregar un nuevo contrato social (para todo el país), también tienen que ser apaciguadores de rabias antisistémicas. Paradójicamente, los sentimientos viscerales que despiertan las élites políticas pueden ser fuerzas que lleven adelante procesos constituyentes con éxito. Pero esa mirada de la realidad ha sido soslayada hasta hace muy poco. Preguntémonos: ¿cuánto del debate constituyente se dirige a conquistar el voto del encolerizado ciudadano? Más allá de una publicidad polémica por el empleo de un exabrupto (el famoso “que se jodan”), el debate de propuestas ha ido por el lado de la racionalidad y de las propuestas programáticas. En tiempos de Mileis y Bukeles, ¿se puede conquistar el voto (porque el compromiso es mucho pedir) del ciudadano anti-establishment exclusivamente con estrategias de pedagogía cívica?

Sea cual sea el resultado del 19 de diciembre, uno de los “outputs” inesperados de estos largos años de intentos constituyentes es que han fortalecido el anti-establishment, tanto en número como en consistencia. Le han acertado más frustración y han comprobado la incapacidad de la clase política para interpretar el malestar. Han devaluado un poco más la política y hacen más difícil volver a sintonizar con las mayorías. Como queda demostrado, generar empatía con el ciudadano promedio es mucho más complejo que pasear en bicicleta.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.