Columna de Diana Aurenque: El arte médico y el tiempo

minsal


De todas las profesiones una sobre la que menos se reflexiona en el espacio público, pero que más impacto tiene en la vida de las personas, es la medicina. Como en ninguna otra, coinciden en ella tanto la experticia epistémica, por un lado, con el compromiso ético, por el otro. Desde Hipócrates la medicina se comprende como un saber que es ético y técnico a la vez (Hans Jonas); el médico se instruye en el “arte médico” no como quien aprende una técnica entre otras, no es jamás un mecánico del cuerpo, sino que su tarea es ética: ayudar a un paciente, no dañarlo y promover su bienestar.

En las últimas décadas, el arte médico ha incorporado una serie de actualizaciones respecto de su ética profesional. Entre estas, el respeto a la autonomía se ha convertido en un principio fundamental, que obliga a que los pacientes sean informados oportuna y comprensiblemente sobre diagnóstico y pronóstico, opciones de tratamientos y sus posibles efectos adversos y antes de consentir algún tratamiento. Esto se garantiza (por ley) en el Consentimiento Informado.

Pero en Chile, esto ocurre solo formalmente. Antes de una toma de muestras o de una intervención quirúrgica, a veces minutos antes, le entregan al paciente una hoja con mucha información que debe firmar. Firmar que han ocurrido muchas cosas que en efecto no sucedieron, firmar que el médico informó sobre lo que el papel informa. Es triste, pero en Chile la práctica de firmar una mentira está totalmente naturalizada.

Más dramático es lo que ocurre en estadías hospitalarias. Ahí se vive una deshumanización impactante -especialmente en clínicas-. Médicos de turno que parecen esconderse de los pacientes o que informan del estado de salud de un paciente grave a sus familiares -con una mano en el bolsillo y los ojos fijos en el celular donde recién leen la ficha clínica-. Sin saber sus nombres, sin pedir consentimiento y, peor aún, sin ser conscientes de la importancia que tiene su tiempo en las vidas de sus pacientes y familiares. Tan ciertas eran las enseñanzas del gran médico y bioeticista norteamericano, Edmund Pellegrino, y que tuve la fortuna de oír en la Universidad de Georgetown: “un buen médico se toma el tiempo”.

Tomarse el tiempo. Para ningún médico es fácil dar malas noticias, pero debe hacerlo con prudencia; incluso y más aún en un sistema médico como el nuestro donde la salud es negocio y privilegio. Porque la diferencia la hacen justamente aquellos médicos que no se escapan de los pacientes -ni de enfermeras o tens que también muchas veces los buscan-; que ven a sus pacientes como un todo y no como un montón de indicadores o un órgano a estabilizar.

Sería injusto decir que en Chile no hay esos médicos humanizados y éticos, porque sí que los hay; quienes, aun cuando no puedan curar o salvar vidas, se toman el tiempo para estar con sus pacientes y familiares, y les ofrecen un trato digno y respetuoso -y de un modo u otro les dan a ellos mismos, más tiempo.

Por Diana Aurenque, filósofa de la Universidad de Santiago

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.