Columna de Guillermo Larraín: Voto obligatorio, polarización y populismo

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Por Guillermo Larraín,profesor Facultad de Economía y Negocios, U. de Chile

Un gran triunfador del plebiscito fue el voto obligatorio, buena noticia para la democracia. El voto voluntario es proclive al populismo y posiblemente a la polarización.

Con voto voluntario hay que seducir al público para que haga dos cosas: que vaya y que vote por uno. Así, el político querrá hablar de cosas que el votante quiere oír porque ratifican sus ideas y prejuicios. El populista tiene un público, sabe lo que quiere oír y elabora argumentos que refuerzan sus creencias. Ese público es proclive a movilizarse por cosas que le interesan y que promueve el populista.

Por otro lado, desde la perspectiva del candidato es más seguro elaborar mensajes que movilicen a los más fieles, con la esperanza que ellos acarreen votos. Inmovilizar a los fieles es mala idea. Pero hay más fieles, en el sentido estricto de creencia sin necesidad de argumentar, en los extremos que en el centro. Por definición el (amplio) centro no es particularmente fiel, políticamente hablando.

El problema de un votante no movilizado es que (a) enfrenta un costo asociado a ir a votar y (b) no ve un beneficio de apoyar candidatos que espontáneamente no le atraen. Esto es paralizante, incluso si se tratara de votar para oponerse a un mensaje extremo. Por su parte, el votante movilizado enfrenta el costo, pero percibe el beneficio porque es sensible al argumento del populista o es tan polarizado como el político. Es decir, en el voto voluntario están sobrerrepresentados los grupos sensibles a mensajes populistas y polarizantes.

En el voto obligatorio, la ley toma por uno la decisión de ir a votar. La persona no enfrenta ese costo. Ya en la urna, la persona debe decidir, si apoya o no una opción. Como antes, el populista y el polarizador tendrán a sus partidarios votando, pero ahora habrá gente en la urna que no asistió seducida por su mensaje: está obligado. Esa persona debe decidir si apoyar o no al candidato y con una raya de 1 centímetro puede oponerse al populista o al polarizante. Uno debiera esperar que esto centre la oferta: menos populismo, menos polarización.

El resultado del plebiscito va en esta dirección. Es evidente que para mucha gente la propuesta polarizaba. Sabemos que votaron 4.656.529 personas más comparado con la segunda vuelta presidencial. Aun si no sabemos exactamente cuántos de ellos votaron Rechazo, es probable que haya sido mucho más del 61,8% con que ganó el Rechazo. Podemos estimar la cota máxima: si todas las personas que votaron por Boric en segunda vuelta hubieran votado Apruebo, entonces hubo 239.422 votantes nuevos que siguieron la línea del Presidente. Los otros nuevos, votaron Rechazo o nulos. Así, el máximo de nuevos votantes que rechazó es 91,8%. O sea, de los nuevos votantes, entre un 61,8% y 91,8% rechazó. Probablemente la realidad esté más cerca del límite superior.

Más allá que el voto obligatorio es la contracara de nuestros derechos ciudadanos que seguramente serán reforzados y extendidos en la continuación del proceso constituyente, hay un segundo efecto del voto obligatorio: reduce los incentivos a la polarización y el populismo.

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