Columna de Juan Larraín C.: Ciencia, seudociencia y mala ciencia

Photo: Britta Pedersen/dpa-Zentralbild/ZB


El combate contra el Covid-19, el uso del hidrógeno verde, la vertiginosa irrupción de la inteligencia artificial, son ejemplos del impacto de la ciencia. Y aun así, la credibilidad en la ciencia está decayendo. Por ello es urgente clarificar sus alcances y límites, y combatir los factores que la debilitan y generan desconfianza: la seudociencia y la mala ciencia.

La ciencia, o más bien las ciencias, son una actividad humana colectiva que genera conocimientos y explicaciones acerca de fenómenos naturales y sociales, que se evalúan en base a diversos métodos, incluyendo la evidencia empírica. Conocimientos que se caracterizan por estar abiertos a la crítica, a ser contrastados, e incluso rechazados, y que generalmente, pero no siempre, usan las matemáticas.

El éxito de las ciencias no debe inducirnos a pensar que no tienen limitaciones o que son la única forma de buscar la verdad. El entendimiento más profundo y comprehensivo de la realidad, en especial sobre el ser humano, no se agota en las ciencias, y requiere de la contribución fundamental de las humanidades, la literatura y las artes. Además, las ciencias no pueden reemplazar a la religión ni abordar el mundo sobrenatural.

Respecto de los factores que pueden confundir es importante saber que la seudociencia corresponde a proyectos no-científicos diseñados para hacernos pensar que tiene la autoridad y legitimidad de las ciencias. En este ámbito se ubican, por ejemplo, la astrología, el creacionismo y el diseño inteligente, el desconocimiento del origen viral del SIDA -con graves consecuencias para la salud en Gambia- y las posturas negacionistas respecto de la contribución antropogénica al cambio climático. O bien, afirmaciones recientes planteadas en nuestro país afirmando que el cáncer se originaría en la falta de perdón o la invitación a terapias de sanación cuántica.

Podemos afirmar que estos ejemplos son seudocientíficos porque no hay evidencias en su favor y algunos casos ni siquiera pueden someterse a una falsación empírica. Para combatir la seudociencia es necesaria una alfabetización en ciencias de la ciudadanía, incluyendo sus líderes y comunicadores sociales, de forma que se pueda distinguir entre ciencia y seudociencia y así evitar las nefastas consecuencias de confundirlas (Kitcher, 2011).

El otro factor que atenta contra la confianza pública en las ciencias es la denominada mala ciencia. Las ciencias, por ser una actividad humana, pueden ser afectadas por las malas conductas de personas e instituciones, incluyendo fraudes, negligencias y sesgos cognitivos involuntarios. Los fraudes, que por su intencionalidad y gravedad pueden ser tipificados como delitos, corresponden a plagios y a la alteración o fabricación de resultados. Las negligencias, que constituyen graves faltas éticas, incluyen el sesgo en el “uso” de estadísticas o la selección de datos con el propósito de favorecer las propias hipótesis o de satisfacer a la entidad que financia los estudios, como también la interpretación exagerada e interesada de los resultados que no considera las limitaciones de la ciencia. En cuanto a los sesgos cognitivos propios de todo ser humano, aunque inevitables, deben identificarse, reducirse y explicitarse.

La mala ciencia tiene consecuencias muy graves. Ejemplo emblemático es la actual desconfianza en las vacunas. Su origen se puede atribuir en gran medida al trabajo del Dr. Andrew Wakefield (1998), publicado en la revista médica The Lancet, donde afirmaba una supuesta correlación entre vacunación y autismo. El trabajo, criticado por su deficiente calidad metodológica, fue finalmente declarado como un fraude científico en el año 2010. Sin embargo, el daño ya está hecho, y ha llevado a muchos a perder la confianza en las vacunas y la ciencia. Algo que quizás puede explicar en parte las bajas tasas de vacunación en Chile.

La gravedad del daño que produce la mala ciencia, y sus consecuentes faltas a la ética científica, debe mover a las instituciones a establecer fuertes sanciones para estas transgresiones. Además, se deben reforzar los mecanismos de corrección interna permitidos por la conformación de comunidades científicas plurales y deben instituirse programas de formación en ética científica y en virtudes intelectuales.

En tiempos de desconfianza y desinformación, las ciencias debe ser un pilar para afianzar y mejorar nuestra democracia, y para el diseño de mejores políticas públicas. Por ello, es un compromiso de todos cuidar y fortalecer las ciencias. Sin embargo, la responsabilidad principal recae en instituciones como el Ministerio de Ciencias, Tecnología, Conocimiento e Innovación, y en las universidades, ya que en ellas se realiza gran parte del quehacer científico, y porque tienen la misión de formar personas y ciudadanos con un pensamiento crítico que les permita identificar y usar la buena ciencia.

Por Juan Larraín C., Facultad de Ciencias Biológicas, Instituto de Éticas Aplicadas, Pontificia Universidad Católica de Chile

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.