Columna de Macarena García: La evidencia y el queso

Foto: Andres Perez


Paco intentaba vanamente convencer a Pepe que no se comiera una barra de jabón, pero su porfiado amigo, pensando que se trataba de queso, insistía en su desacierto frente a la evidencia...

A propósito de evidencias, recientemente se dio a conocer el Índice de Libertad Económica 2024, con el cual la Heritage Foundation evalúa 184 economías y nuestro país solo ha retrocedido desde su mejor nota alcanzada en 2013, perdiendo todo lo ganado desde 1995. En este retroceso destaca el persistente deterioro, también desde el 2013, de la libertad laboral, reflejando que se ha ido reduciendo la capacidad de las personas para encontrar oportunidades de trabajo adecuadas a sus habilidades y de las empresas para contratar o despedir libremente a trabajadores cuando las condiciones lo ameriten. La adecuada reasignación de los trabajadores es fundamental para aumentar su productividad y mejorar sus salarios. Por tanto, regulaciones asociadas a salarios mínimos, límites a las horas trabajadas, restricciones a la contratación y al despido, etc., se han ido transformando en un impedimento para el buen funcionamiento de nuestro mercado laboral, afectando las opciones laborales y salariales de los trabajadores.

Lo sugestivo del Índice de Libertad Económica es su correlación con la prosperidad y el progreso social de las economías evaluadas, siendo así una notable demostración de lo que las personas son capaces de hacer cuando se les da la oportunidad de perseguir sus propios intereses, dentro del Estado de Derecho. En efecto, las economías consideradas con algún grado de libertad tienen ingresos per cápita 10, 6 o 3 veces superior a aquellas más restringidas; también tienen un menor porcentaje de población pobre y niveles más altos de desarrollo humano general, de acuerdo al Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la ONU, el cual considera esperanza de vida, alfabetización, educación y niveles de vida en todo el mundo.

Además, la libertad económica, en contexto de libre competencia, empuja a las empresas a implementar medios de producción cada vez más eficientes y responder a las demandas de los consumidores respecto de prácticas ambientales, generando un círculo virtuoso de inversión, innovación (incluso ecológicas) y crecimiento económico.

Muchos países están intensificando la política industrial para impulsar la innovación en sectores específicos con la ilusión de aumentar la productividad y el crecimiento de largo plazo. Sin embargo, como el mismo FMI reconoce, esta política, en que gobiernos apoyan a sectores individuales, puede impulsar la innovación, pero solo si se hace correctamente. Lograr el equilibrio adecuado es crucial, ya que la historia está llena de advertencias sobre errores de política, altos costos fiscales y efectos de contagio negativos hacia otros países.

Frente a tantos ejemplos de fracasos de esta política industrial, y tantos ejemplos de éxitos frente a la libertad económica, ¿por qué no impulsamos esta segunda y evitamos, como Pepe, ingerir jabón?

Por Macarena García, economista senior LyD

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