Columna de Rodrigo González: Ese Crimen es Mío: París era una Fiesta

Columna de Rodrigo González: Ese Crimen es Mío: París era una Fiesta

Esta cinta vendría a ser la tercera parte de una trilogía. Es un pintoresco, burbujeante y entretenido trabajo de orfebrería cómica ambientado en 1935, en el aún feliz París antes de la ocupación nazi.



El cineasta francés François Ozon viene realizando algo así como una película por año desde su primer largometraje, Sitcom, en 1998. Hasta hoy ya van 22, sin contar que dentro de un mes y medio estrenará su nueva cinta en el Festival de Cannes. Es todo un torbellino y quizás por eso no se le puede pedir la pareja calidad que uno esperaría siempre de alguien con sus credenciales.

Cuando está realmente inspirado es capaz de soplar con todas sus fuerzas y los ejemplos sobran. Sólo basta recordar títulos como Gotas que Caen Sobre Rocas Calientes (2000), Bajo la Arena (2000), Frantz (2016) o Por Gracia de Dios (2018) para hacernos una idea. Pero también es un director ligero y juguetón, autor de Ocho Mujeres (2002) y Potiche (2010), donde las actrices barren con todo el entramado.

Como él mismo lo ha dicho, Ese Crimen es Mío (2023) vendría a ser la tercera parte de la trilogía compuesta además por los dos largos antes señalados. Es un pintoresco, burbujeante y entretenido trabajo de orfebrería cómica ambientado en 1935, en el aún feliz París antes de la ocupación nazi. Basada en una obra teatral de Georges Berr y Louis Verneuil que a su vez inspiró dos películas de Hollywood, Ese Crimen es Mío sigue la trayectoria de Madeleine Verdier (Nadia Tereszkiewicz) y Pauline Mauléon (Rebecca Marder), dos jóvenes compañeras de pieza algo abolladas por la falta de dinero y la mala suerte en el trabajo y el amor. Una es actriz y la otra abogada. A la primera le rechazan todas audiciones y a la segunda no le llegan casos. Si siguen en la misma fatídica órbita las echarán del piso por no pago y París ya no será una fiesta, sino que un mal chiste.

Pero esto es una comedia y más que ases bajo la manga hay situaciones invertidas. Cuando un venal inspector de policía llega a la puerta de Madeleine y Pauline con el objetivo de incriminar a la primera por el asesinato de un productor de cine, ésta decide picar el anzuelo en forma deliberada y efectivamente inventa que mató de un tiro en la cabeza al malogrado magnate. La fama que tanto busca tiene un precio y éste podría ser el de un crimen que no existió.

Durante buena parte las escenas del juicio están en primer plano y ahí es Pauline quien se luce con sus alegatos, otorgándole a Madeleine el atenuante que su homicidio fue en defensa propia ante avances lascivos. Se podría decir que es una manera de hacerse cargo del MeToo, aunque de forma oblicua y sin solemnidad, dejando en claro que además el norte de Madeleine y Pauline es la fama y el éxito antes que las reivindicaciones de género.

Con un ritmo imparable, esta comedia otorga un buen sacudón a quienes creen en las verdades absolutas y, en el camino, aprovecha de ofrecer las actuaciones de algunas glorias del cine galo en roles laterales pero importantes. Una de ellas es Isabelle Huppert como una desempolvada y vieja estrella con unas cuantas lecciones que enseñarle a Madeleine, Pauline, el productor, el juez y medio París.

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