Columna de Sebastián Sichel: Cohecho... el regreso

La ministra Vallejo comentó detalles sobre la promesa de condonación del CAE.


“Vote por mí y le doy el otro zapato”. En el primer siglo de nuestra naciente democracia una práctica generalizada era ganar elecciones a través de la compra de votos. De ese modo los partidos dominantes mantenían el control del electorado de la forma más bruta posible, en un país sacudido por la pobreza: aseguraban el voto de campesinos y obreros a cambio de un par de zapatos. Eran astutos en la forma: sólo entregaban el segundo zapato una vez que se aseguraban que la persona votara “bien”. El mito dice que muchas veces ni siquiera entregan la prebenda: el cargo y el voto que requerían ya estaban.

Este rudimentario clientelismo afianzaba el caudillaje y la manipulación de las necesidades sociales de las personas a cambio de sus votos. La gran lucha democrática liderada en ese entonces por fuerzas liberales y reformistas condujo a una serie de reformas que entre 1958 y 1962 crearon la cédula única e iniciaron el principio del fin del cohecho. Parte del trabajo lo hizo también la iniciativa exclusiva del Presidente de la República en materia de presupuesto y gasto del Estado, creada 1943 y que fue defendida por Frei, Allende y Alessandri e incorporada en la Constitución de 1980 y que terminó con el viejo modelo de compra de votos por parlamentarios que aprobaban gasto público irresponsable -bonos, pensiones y becas- para atender a sus grupos de interés y asegurar su reelección.

Si existió alguna convicción común entre los demócratas es que la compra de votos a través del compromiso de recompensas directas cuando se fuera autoridad no sólo era repudiable, sino un delito. Y se calificó como tal en el artículo 614 del Código Penal, señalando que el que solicitare “votos por paga, dádiva o promesa de otra recompensa… sufrirá una pena de prisión de tres a siete años”. La democracia se protegía evitando que algunos usaran los recursos de todos para obtener poder y hacerse de la burocracia, aprovechándose de las tragedias y dolores de quienes más necesitaban del Estado.

Lo cierto es que en esa lucha que dieron lo demócratas se quedaron cortos para atajar la creatividad del neopopulismo de izquierda representado en Chile por el Frente Amplio. En su novel experiencia en el sector público -pero larga y dependiente trayectoria de los recursos públicos que les ha dado la política- fueron capaces de burlar las viejas reglas que regulaban el cohecho electoral e innovar en la forma de intentar comprar votos.

Su primera creación fue en plena elección presidencial, al prometer un cuarto retiro de los fondos de las AFP. Es decir, sugerir que, de votar por ellos en la elección presidencial, las personas podrían girar nuevamente de sus cuentas y ahorros personales si Boric era Presidente. Después prometieron a sus grupos más radicales usar el indulto -figura arcaica y monárquica del sistema presidencial- para darles impunidad a delincuentes como Luis Castillo y otros 13 a cambio de su apoyo electoral.

En ambos casos -retiros e indultos- el resultado fue trágico. Primero por la decepción de miles de chilenos que vieron cambiar de posición a Boric y Jackson en el poder y ahora negar los retiros prometidos o realizar los indultos dejando libres a quienes ocasionaron caos a miles de chilenos. Compromisos de campaña los llamaron. Pero la creatividad se ha extendido más allá: iniciado el nuevo proceso electoral municipal y presidencial, han vuelto a prometer regalar un zapato. Ahora condonar el CAE.

Saben claramente que no deben ni pueden hacerlo. Un Estado sin plata no puede pagar los 11 mil millones de dólares que cuesta. Pero han decidido ignorarlo. También saben que ilusionan a miles de chilenos endeudados -como en el cuatro retiro-, pero también han decidido minimizarlo. Ganar elecciones a toda costa se ha transformado en un todo vale para quienes viven y dependen del Estado. Total, después de ganar, darse una voltereta cuesta poco. Y ya habrá otra promesa con que ilusionar a miles de chilenos. Zapatos por prometer en un país que no crece es inseguro y donde tiembla el empleo puede ser efectivo. Pero inmoral. Es hora de innovar y pensar en nuevas regulaciones: unas que limiten la creatividad de nuevos populistas que en tiempos de campaña prometen gastar lo que no tienen.

Por Sebastián Sichel, abogado y ex candidato presidencial.

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