Columna Ian Bremmer: El comodín de Irán

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A finales del mes pasado, en el marco de su seguimiento del programa nuclear iraní, la Agencia Internacional de Energía Atómica informó de la existencia de trazas de uranio con un enriquecimiento del 84%. Esto es importante, porque para fabricar un arma nuclear, se requiere un enriquecimiento del 90%. El 28 de febrero, un alto funcionario del Departamento de Defensa de Estados Unidos advirtió que “el progreso nuclear de Irán desde que dejamos el JCPOA ha sido notable”. En 2018, cuando la administración (Trump) decidió abandonar el JCPOA, Irán habría tardado unos 12 meses en producir una bomba de material fisible. Ahora tardaría unos 12 días”.

Las conversaciones continúan sobre si Irán, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia y China reanudarán las negociaciones sobre un retorno al acuerdo nuclear iraní, conocido como JCPOA. Por ahora, sin embargo, Irán parece más interesado en crear nuevos “hechos sobre el terreno” que deben ser considerados como parte de cualquier restauración del acuerdo nuclear.

Esta es sólo la forma más evidente en que Irán planteará importantes riesgos en los próximos meses. La República Islámica también ha enfadado a funcionarios europeos y estadounidenses al proporcionar aviones no tripulados que las fuerzas rusas han utilizado para hacer la guerra en Ucrania. En ese sentido, Irán se ha convertido en el único aliado de guerra comprometido de Rusia, dando a entender a los líderes occidentales que a Irán no le importa cómo se le perciba y que sólo negociará desde una posición de fuerza (Irán niega que los drones que ha vendido a Rusia estén matando ucranianos, pero nadie a ambos lados del Atlántico se lo cree). Por todas estas razones, las conversaciones sobre la restauración del acuerdo nuclear no van a ninguna parte, e Irán avanza con paso firme hacia la capacidad de fabricar una bomba.

No se trata simplemente del potencial destructivo de Irán. Si finalmente fabricara una bomba, sus vecinos más poderosos también tendrían que tomar decisiones. Durante años, Arabia Saudita, su rival regional, financió el programa nuclear de Pakistán, que realizó su primera prueba nuclear pública en mayo de 1998 en respuesta a las pruebas nucleares indias realizadas sólo dos semanas antes. En el proceso, los sauditas se proporcionaron a sí mismos una fuente de armas nucleares si alguna vez las necesitaban. Si Irán cruzara la línea de meta nuclear, Arabia Saudita, y posiblemente los Emiratos Árabes Unidos, podrían, por tanto, adquirir rápidamente armas nucleares propias, creando una crisis de proliferación nuclear en Medio Oriente.

Consciente de esta amenaza, el gobierno de Benjamin Netanyahu en Israel sopesará cuidadosamente algunas opciones muy peligrosas. Netanyahu se ha referido en repetidas ocasiones al programa nuclear iraní como una “amenaza existencial” para su país. Hasta ahora, Israel ha limitado su respuesta a los avances nucleares de Irán a acciones que los israelíes denominan “segar la hierba”, el uso del espionaje, ataques de sabotaje y ataques selectivos contra instalaciones y científicos para retrasar los avances iraníes en el enriquecimiento de uranio. Pero si Irán decide que ha llegado el momento de correr hacia la meta nuclear, Israel y su aliado estadounidense tendrán que decidir si se arriesgan a una guerra para destruirlo. En ese caso, no habrá buenas opciones.

También están las presiones dentro de Irán. Por ahora, la brutal represión de las protestas generalizadas en el país ha calmado las calles. Pero los disturbios que siguieron a la muerte bajo custodia de una joven detenida por la “policía de la moral” por no cubrirse el pelo adecuadamente desencadenaron manifestaciones espontáneas que las autoridades lucharon por contener, y la falta de liderazgo organizado del movimiento de protesta hizo que fuera mucho más difícil de reprimir. Una combinación de ejecuciones públicas y agotamiento ciudadano por no haber conseguido forzar el cambio ha permitido, por ahora, que el régimen restablezca su control de las calles y los campus escolares. Pero si la muerte de una mujer puede desencadenar tanto malestar público, es sólo cuestión de tiempo que vuelva a ocurrir, y los funcionarios del Estado iraní lo saben.

A la tensión existente en la sociedad iraní y en los pasillos del poder se suma la conciencia de que, en un futuro no muy lejano, el país se enfrentará a su primera verdadera transición de liderazgo en décadas. Sólo una vez en los 44 años de historia de la República Islámica el poder ha pasado de un líder supremo a otro. Alí Jamenei ocupa ese cargo desde 1989, pero el mes que viene cumplirá 84 años y los rumores sobre su mala salud lo persiguen desde hace años. Los miembros del régimen con influencia y acceso a la riqueza no saben a ciencia cierta cómo cambiará la sucesión el equilibrio de poder. Esto pone a todos en vilo.

En los últimos días ha habido algunas noticias alentadoras que indican que los dirigentes iraníes podrían estar alejándose de la confrontación. Las autoridades prometieron dar la bienvenida a los inspectores internacionales a una instalación nuclear en la que se detectó enriquecimiento avanzado de uranio y restaurar las cámaras y otros equipos de vigilancia en múltiples emplazamientos que había retirado el año pasado. Tal vez los funcionarios iraníes teman la confrontación con Occidente y que sus vecinos, mejor armados, empeoren aún más las difíciles condiciones económicas dentro de Irán. O puede que simplemente estén ganando tiempo a medida que se acercan a una capacidad nuclear que los líderes iraníes creen que les proporcionará la garantía de seguridad definitiva. Los de fuera no pueden estar seguros. Israel, en particular, tendrá que decidir si merece la pena seguir avanzando, a pesar de los riesgos que podría entrañar.

Sólo por eso, Irán sigue siendo un comodín que hay que vigilar de cerca.

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