Deterioro de la democracia en el mundo

Es preocupante constatar cómo solo una fracción de la población mundial vive en democracias plenas. En este contexto, Chile sigue manteniendo una serie de fortalezas institucionales, pero también hay algunas señales de alerta.



El recién pasado 2023 no fue un buen año para la democracia en el mundo, tal como lo reveló el Índice de la Democracia, estudio que cada año realiza la firma Economist Intelligence Unit (EIU). De los 165 estados y democracias que fueron analizados, se pudo apreciar que se mantiene la tendencia al deterioro y el estancamiento de la democracia observada en los últimos años -el puntaje promedio del mundo marcó el nivel más bajo desde 2006, año en que comenzó la medición-, constatándose que casi la mitad de la población mundial vive en algún tipo de democracia, pero solo el 7% reside en una democracia plena. Casi el 40% de los habitantes del planeta vive bajo sistemas autoritarios, lo que da cuenta de cuán extendidas se encuentran las prácticas que poco a poco van erosionando la democracia.

Estos resultados contrastan con lo que observa en materia de elecciones, pues aproximadamente la mitad de los habitantes del planeta concurrirán a las urnas este año -muy marcado por Estados Unidos, Rusia e India-, pero ello no hace más que reforzar la noción de que la democracia está muy lejos de limitarse a que las personas puedan elegir a sus representantes. Fundamental es que los procesos electorales se puedan hacer dentro de garantías básicas para asegurar su ecuanimidad; que los gobiernos ajusten su actuar al estado de derecho; que exista plena libertad de prensa para que el poder pueda ser fiscalizado por la ciudadanía; y que ante todo sean los ciudadanos quienes internalicen la importancia de defender la sana democracia y el apego a las instituciones.

Solo en algunos lugares del mundo estas características inherentes a una democracia robusta existen en plenitud, recordándonos que se trata de un sistema frágil, que constantemente debe ser defendido y que su pérdida o deterioro se puede producir fácilmente. En la raíz de la proliferación del autoritarismo en los últimos años se puede apreciar que hubo un cambio muy notorio tras la pandemia, donde el apetito de los gobiernos por caer en un exceso de regulaciones y concentrar más poder se hizo evidente; asimismo, la extendida proliferación de los conflictos entre estados o intraestados también se ha traducido en retrocesos democráticos, como asimismo la inseguridad derivada de la delincuencia y el crimen organizado, donde América Latina es uno de los casos paradigmáticos según EIU, tal como ha ocurrido en El Salvador.

En este contexto, Chile aparece retrocediendo en el ranking, perdiendo su estatus de “democracia plena” para descender a la categoría de “democracia defectuosa”. Esto desde luego que no es una buena noticia -en la región solo Uruguay y Costa Rica aparecen como “democracias plenas”- y naturalmente debe ser motivo de atención, si bien el puntaje que obtiene Chile en la medición global lo sigue dejando muy cerca de la democracia plena.

En las cinco categorías que se miden, dos son las que el país aparece con puntajes no tan altos: participación política y cultura política. Estos resultados sugieren que el país sigue manteniendo una serie de fortalezas institucionales, pero debe empeñarse para asegurar que los pilares democráticos queden bien reforzados. La fuerte polarización que a ratos permea nuestro debate político, la incapacidad para alcanzar acuerdos -ahí cobra mucha importancia la necesidad de reformar nuestro dañado sistema político- y los elevados niveles de inseguridad en la población son señales que deberían ser tomadas muy en cuenta.

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