El Cisma



Por Jorge Gómez, investigador senior de la Fundación para el Progreso

El triunfo de Gabriel Boric marca un hito político en varios sentidos. Hay, sin embargo, tres elementos clave a considerar que quedan en evidencia. En primer lugar, refleja el reemplazo generacional definitivo a nivel de las élites de la izquierda chilena. El Frente Amplio es la nueva generación de políticos que reemplaza a las ya agotadas huestes concertacionistas en la disputa por el poder en los próximos años. En segundo lugar, deja manifiesto el predominio de una sensibilidad ambiente distinta a la que prevaleció durante los 25 años concertacionistas, que sin duda han sido los mejores años que ha tenido Chile, con crecimiento, disminución de la pobreza y mejoras notables en la calidad de vida de los chilenos. El cambio generacional en ese sentido es evidente. Esto da paso al tercer punto. Los grupos políticos tradicionales no se ajustaron al nuevo ethos incubado en el contexto de la modernización. Mientras la Concertación sufrió la rebelión de los hijos, en la derecha los más jóvenes siguen oficiando como monaguillos de valores que no les son propios.

La nueva sensibilidad predominante, que algunos suponen como un ethos totalmente contrario al que existió en los noventa, en realidad es fruto de lo hecho en esos años. Lo bueno y lo malo. La vindicación de mayor diversidad, horizontalidad y autonomía responde a lo que se fue promoviendo durante la transición, marcada por un mayor acceso a bienes, educación y calidad de vida. En ese sentido, la nueva sensibilidad imperante no responde necesariamente a una matriz con ímpetu de izquierda, sino de mayor bienestar, libertades e igualdades que reclaman personas más educadas y con mayores expectativas producto de la modernización inusitada en que han vivido. Si podemos ejemplificarlo, las personas ya no quieren solo comer huevos, sino que desean que las gallinas que los producen sean felices. Ello explica crecientes preocupaciones de diverso carácter que van desde lo medioambiental, la sustentabilidad, hasta el respeto a las diversidades, la inclusión y el rechazo a perspectivas machistas. La disputa en ese sentido, se relaciona con la significación y respuesta que se le ofrece a tales preocupaciones.

Frente a esta irrupción de un nuevo ethos, los grupos políticos convencionales, en parte oligarquizados y ensimismados en el poder, no supieron comprender el cisma. Así, la Concertación no logró capitalizar estas nuevas sensibilidades que surgían bajo su propio alero, lo que llevó a la escisión que dio origen al Frente Amplio. A la derecha, por otro lado, aún le cuesta comprender que esos cambios sociales y culturales han sido generados por los propios moldes del llamado modelo que vindica a nivel económico. Porque, lo quieran o no, la libertad económica trae consigo la diversidad en muchos aspectos. Comentario aparte, la izquierda y la derecha coinciden en una crítica a esta disolución que permite la libertad económica, acusando la ruptura de lo comunitario o de lo valórico. Y lo hacen atacando la libertad individual.

Volviendo al tema. Claramente resulta errado presumir que todo el fenómeno generacional se trata de una hegemonía ideológicamente bien ejecutada por el neomarxismo. Creer que cualquier vindicación, ampliación de libertades o preocupación es marxismo cultural y no un efecto de la propia modernización capitalista resulta errado. Con ello se olvida que las libertades personales y morales siempre fueron una “desviación burguesa” para el antiliberalismo marxista. Lo mismo sucede cuando se acusa una mentalidad neoliberal cuando las decisiones de las personas no se ajustan a los cánones más retrógrados de la izquierda, como cuando esta acusa arribismo o falta de conciencia de clase, tal como lo hizo Daniel Jadue al referirse a los votantes de Franco Parisi.

Pese a lo anterior, en la segunda vuelta Boric supo comprender mejor que Kast el cisma generacional. Probablemente, el ejemplo más claro de todo lo anterior fue que el 68% de las mujeres menores de treinta años votó por Gabriel Boric. Poner en duda el voto de las mujeres y su profundo significado no sale gratis. Las alusiones a la dictadura, hechas por Kast en el contexto de la situación en Nicaragua, tampoco resultaron gratis. Tampoco ayudaron sus propuestas respecto a migraciones ni cierto tipo de declaraciones despectivas de miembros de su partido respecto a derechos civiles y libertades personales. Si algo de sentido común había en el Partido Republicano, les falló rotundamente para comprender esto. Sus valores no lograron convocar a votantes que no necesariamente son de izquierda, pero que con justa razón rechazan la dictadura o discursos abiertamente intolerantes. No es raro que el millón 234 mil votantes adicionales en la segunda vuelta marcara la balanza en favor del candidato de izquierda y que Boric ganara en todos los grupos etarios menos en los mayores de 70. Para Kast no fue suficiente el discurso anti que solo le permitió alcanzar porcentajes similares al Sí de 1988.

En relación con lo anterior, hay una disputa abierta no cerrada. La ciudadanía, sobre todo los más jóvenes, quiere cambios, sin duda. Desea más protección y seguridades, pero no quiere renunciar al mercado y el consumo abierto que este permite. En otras palabras, quiere más bienestar, entendido como amplias libertades, diversidades y seguridad dentro de un contexto capitalista. Y eso no lo garantiza por sí solo un estado elefantiásico bajo una ideología monolítica y estatista, ni un estado famélico ineficiente. En ese sentido, la idea de restaurar era tan inviable como refundar porque son perspectivas reduccionistas que no contemplan la complejidad de la sociedad chilena.

Considerando lo anterior, no es viable ningún proyecto político amplio, convocante y del siglo XXI, basado en libertades, diversidad, tolerancia y bienestar, sin tomar en cuenta ese cambio de perspectiva de las nuevas generaciones producto del propio capitalismo. Respecto a esto último, el daño generado a las semillas de un eje liberal es cuantioso. Se olvida que varios de los valores que las nuevas generaciones profesan son producto del asentamiento de principios liberales en la sociedad. La vindicación de la diversidad en todo sentido responde a ello, no a otra cosa. Eso explica la permanente tirria antiliberal de ciertos conservadores contra el individualismo. El problema es que en esa confusión, aquellos que dicen profesar la libertad han dejado que el antiliberalismo marxista se apropie de banderas que tienen como fundamento a la libertad del individuo, dándole además una connotación abiertamente antiliberal. Lo peor es que ante eso, los grupos que dicen defender la libertad también terminan asumiendo una postura abiertamente iliberal o reaccionaria.

Frente a todo esto, se debe recuperar la mesura liberal, sin importar el partido o sector, que se requiere en contextos complejos donde están latentes las tentaciones autoritarias o populistas, incluso bajo disfraces progresistas o republicanos. Porque finalmente, sin los marcos esenciales del liberalismo es imposible un proyecto político amplio, convocante y del siglo XXI, basado en libertades, diversidad, tolerancia y bienestar para todos.

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