Hora del diálogo, y el cambio en las prioridades

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Foto: AgenciaUno


El 19 de octubre de 2019 será una fecha que quedará en nuestra historia como uno de los días más difíciles de nuestra democracia post 90, que incluso llevó a decretar por parte del Presidente de la República el estado de emergencia constitucional. Atrás quedaba la imagen que el propio Mandatario había dibujado hace algunos días, cuando mencionó que Chile era un "oasis" respecto de otros países de la región, también cruzados por las turbulencias.

Toda la sociedad debe entrar en un profundo análisis de reflexión sobre las causas del fenómeno y el por qué se ha llegado hasta este punto, en que el diálogo está siendo sustituido por la agresión y la protesta furibunda. La compleja situación que hoy se vive es la consecuencia más evidente de la desconexión que existe entre la clase política y las reales preocupaciones de la población. En vez de haberse empeñado en buscar las soluciones pensando en el bien común, la política ha preferido encerrase en sí misma, polarizando el ambiente, creando conflictos que solo parecen interesar a ella y privilegiando los eslóganes antes que los argumentos bien razonados. Se ha perdido la capacidad para negociar pensando en los intereses del país, y es fácil advertir cómo esta actitud obstruccionista ha dañado a nuestra democracia, despertando incluso sentimientos de hastío ciudadano.

Valorar los enormes avances en el progreso y bienestar que el actual modelo ha traído, no debe impedir reconocer las múltiples carencias que aún persisten y cómo ellas afectan la vida de millones. Por ello, el alza del pasaje, aun cuando técnicamente justificada, representa un duro golpe en el costo de la vida, lo mismo que el incremento de otros servicios básicos que se han precipitado últimamente. Las listas de espera en la salud pública, la delincuencia desatada en las comunas alejadas de sectores altos o el alto e inexplicable costo de medicamentos, son algunos de los tantos reclamos sociales que en los hechos siguen sin respuesta.

Es lamentable que el gobierno tampoco haya sido capaz de mostrar el liderazgo suficiente no solo para detectar este malestar subyacente, sino también para anticiparse a las soluciones y evitar que la agenda termine siendo cooptada por la crispación o los eslóganes. Las dificultades que se han visto en estas últimas horas en el gobierno para controlar la crisis y entregar certezas a la ciudadanía en momentos de tanta confusión, tienen que ver también con esa falta de liderazgo.

El gobierno debe asumir que ha fallado en la tarea de sensibilizar con la ciudadanía, y tiene una importante cuota de responsabilidad en haber permitido que este malestar se desbordara. Las desafortunadas declaraciones de algunos de los ministros, relativizando el impacto del alza del transporte, o ironizando sobre el aumento del IPC, son prueba una vez más de la manifiesta falta de comprensión con las inquietudes sociales. Si un gobierno no sabe dimensionar lo que ocurre en la sociedad, quiere decir entonces que está completamente desconectado de las preocupaciones de la gente.

Es correcto que el Presidente se haya abierto ayer a revisar el alza de las tarifas del transporte, y haya convocado a distintos poderes del Estado para buscar soluciones. El llamado a tender puentes debe ser acogido por los distintos sectores políticos, los que deben dar una rápida señal de que se abocarán a solucionar esta crisis. La tarea del gobierno, por su parte, está lejos de terminar. Deberá hacer una profunda autocrítica de cómo no supo anticipar las señales de que podría haber una crisis, así como su falta de sensibilidad en el diseño de las políticas públicas, especialmente cuando éstas van a impactar en la calidad de vida de la gente. El gobierno del Presidente entra en una nueva etapa, y ante ello parece inevitable un cambio en sus colaboradores, que le permitan una mejor conexión con el mundo real.

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