Leyendo los programas

Vocales de mesa abren urnas y revisan votos en el Colegio Maria Auxiliadora, durante el comienzo del conteo de votos en el segundo día de votaciones en las elecciones 2021 para Alcaldes y concejales, Gobernadores y Constitucionales.


Una de las cosas novedosas de este nuevo tiempo electoral es el peso que han tomado los programas de gobierno. Son escudriñados como nunca antes, se saca frases seleccionadas para ocuparlas en trifulcas políticas, incluso son evaluados económicamente antes que se conviertan en gobierno. El contraste con elecciones anteriores es evidente. Mejor prueba de ello es la frase del presidente de la DC de entonces, que pese a pertenecer a la coalición del segundo gobierno de Michelle Bachelet, dijo sin mayor complejo que no había leído el programa.

Parte de este nuevo tiempo es la obligación de transparencia que ha hecho el Servel. Ahora las candidaturas junto con los trámites de rigor como firmas y similares deben inscribir un programa, que son rápidamente descargados por todos los curiosos y medios. También los propios candidatos han convertido sus lanzamientos de campaña más centrados en dichos textos. Antes las fotos eran buscando actores famosos o referentes de opinión pública, pero en este tiempo de más desconfianza y deterioros, pareciera ser la palabra escrita la fuente de toda verdad y construcción de cercanías.

Los programas dan señales a la agenda relacionada con las candidaturas. A manera de ejemplo es la polémica asociada a la propuesta del alcalde Jadue sobre una política de medios de comunicación, o las de Lavín sobre pagar el CAE con trabajos comunitarios. También muestran signos de los tiempos : una revisión de todos ellos muestra que viene si o si una reforma tributaria, para tener los recursos suficientes y enfrentar la avalancha de nuevos derechos sociales que instalará la nueva constitución.

¿Son tan decisivos los programas en la decisión de los electores? En esta primera etapa de primarias, los votantes suelen ser los que están más comprometidos con el proyecto, y por tanto, la lectura de los programas es un asunto secundario. Pesan más las barras bravas o las estrategias persuasivas para llevar a personas a las urnas. El programa si es validado como serio, funciona como un productor de atributos para el candidato, en vez de contenidos. Pareciera más bien decisivo los clivajes que se instalan en las elecciones.

También los programas suelen ser utilizados por contendores o líderes de opinión para retrucar al candidato, como está pasando ahora con los tambaleos en materia de libertad de expresión que tiene el programa de Jadue, o el excesivo cosismo que trae de nuevo el de Lavín, una fórmula repetida que le ha permitido perder todas las elecciones presidenciales a las que se ha presentado. En la pasada elección constitucional el programa no fue el asunto decisivo que llevó a irrumpir a la lista del pueblo, o que hizo fracasar a la derecha. Pero si la falta de programa fue uno de los factores que llevó a muchos electores moderados a votar contra Karina Oliva en la pasada elección de gobernadores.

Los tiempos han cambiado y la instalación de la sociedad de la desconfianza es la música que tendrá las elecciones. La manera como muchas candidaturas han reaccionado a ello es mostrar el programa, con todos sus bemoles, como acto de transparencia. Ese mismo ejercicio debiera dejar claro que dichos textos no son sagrados, pues la política real que tendremos de futuros gobiernos con mayorías precarias, llevará a muchos a no poder cumplir todo lo que han escrito con mucho entusiasmo sus comandos, con el objeto de poder gobernar, o hacer giros más allá de este como acaba de hacerlo el presidente Piñera con el matrimonio homosexual.

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