Ni tan confiado ni tan optimista



Por Pedro Fierro, director de estudios de Fundación P!ensa y académico UAI

En su bestseller “Nudge”, Richard H. Thaler (luego Nobel de Economía) y Cass R. Sunstein dedican un capítulo al análisis del “exceso de confianza”. Con el objetivo de analizar la forma en que los humanos tomamos ciertas decisiones -y, en particular, los sesgos que tenemos frente a nosotros mismos-, los autores exponen distintos casos que grafican el optimismo desmesurado con el que naturalmente nos desenvolvemos en sociedad. Por ejemplo, utilizando la experiencia como profesor de Thaler, explican cómo los estudiantes de un curso de postgrado son invitados a contestar una encuesta anónima indicando la posición en que creen que terminarán en la calificación final del programa. Naturalmente, todos sabemos que la mitad estará en el 50% superior y la otra mitad en el inferior. Pero pese a eso, lo cierto es que solo un 5% de los estudiantes suelen creer que se encontrarán bajo la media. Algo similar sucedería -en la visión de los autores- con aquel 90% de los conductores que creen que manejan mejor que el promedio, o con todos quienes pensamos que nuestro sentido del humor es más sofisticado que el del común de los mortales. Así, el exceso de confianza sería un fenómeno más bien natural del ser humano, abarcando distintas esferas de la vida, lo que incluye, por cierto, la política.

Basta ver la forma en que se ha desenvuelto la incipiente carrera presidencial o la -ya no tan incipiente- lucha por la Convención Constituyente. Tal como Patricio Fernández tuiteaba hace algunos días, pareciera ser que muchos quieren ser Presidente de la República, pero muy pocos quieren que ellos sean. Y es que, en buena hora, existe una cuota desmesurada de optimismo en una gran cantidad de actores que aspiran a los más altos cargos de nuestro sistema. Sin embargo, este exceso de confianza no solo se aprecia en candidatos, sino que también en quienes decidirán efectivamente el futuro de nuestro país: los votantes. Esto último es especialmente interesante (o preocupante) en el caso de la Convención Constituyente. Como ya debiésemos saber, en los próximos años discutiremos sobre las bases más elementales en que se sostiene nuestra democracia. Muchos de los debates que surgirán serán especialmente técnicos, con implicancias trascendentales para una serie de instituciones que hoy nos gobiernan. Sería interesante, sin embargo, conocer el nivel de competencias que nos atribuimos los chilenos sobre estas materias.

El problema de todo esto es que el optimismo desmesurado -producto del exceso de confianza- explica muchas decisiones que, por arriesgadas, pueden terminar siendo irresponsables. Desde el fumador que cree que a él nunca le dará cáncer, hasta el estudiante que, confiado en sus capacidades, da por hecho que aprobará su curso. Las consecuencias de estos casos son usualmente conocidas. El fumador nunca dejará de fumar, y el estudiante difícilmente tomará sus apuntes.

Tal como plantean Thaler y Sunstein, si sobreestimamos nuestra inmunidad al dolor, probablemente seremos menos propensos a tomar las prevenciones del caso. Y esta idea ciertamente aplica a los desafíos políticos que viviremos como sociedad. En sencillo, el problema no es tanto nuestro desconocimiento sobre los aspectos constitucionales que marcarán el debate (para ser sinceros, incluso muchos abogados los desconocemos), sino más bien refugiarnos en nuestro exceso de confianza y evadir las responsabilidades que sí nos corresponden (desde informarnos hasta votar por los más preparados).

Basta mirar el vecindario para palpar los eventuales riesgos que un proceso constitucional conlleva. Eso no es una invitación a paralizarnos. Al contrario, es más bien un aliciente para que nos involucremos y nos responsabilicemos por el futuro de nuestro país. Después de todo, hay bastante en juego como para permitir que nuestros propios sesgos arruinen el proceso.

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