Otra Ronda: llega a Netflix la mejor película del último año

La cinta ganadora del Oscar a Mejor Filme Internacional se estrenó oficialmente en Chile y tiene a un formidable Mads Mikkelsen en el rol de un profesor que experimenta con el alcohol en plena crisis de edad media. Un filme original, entretenido, vigoroso y demoledor.



Cuatro profesores de secundaria de un colegio, en plena crisis de mediana edad, se juntan una noche, para celebrar el cumpleaños de uno de ellos, y ninguno está feliz con la vida que lleva. Uno cuenta una teoría: los humanos naceríamos con un déficit de 0,05% de alcohol en la sangre y cuando compensamos esa diferencia nos volvemos una mejor versión de nosotros. Los protagonistas de Another round -traducida acá como Otra ronda- deciden experimentar cómo es tener ese 0,05% durante todo el día, consiguiendo resultados increíbles. Se vuelven más extrovertidos, mejores profesores, parejas y padres. Parecen nuevamente unos veinteañeros con sangre nueva y esa energía regala numerosas escenas descollantes y vigorosas. Hasta que comienzan a elevar los grados alcohólicos y, bueno, las cosas se salen de control y llega la inevitable caña.

La película danesa, que este año logró el Oscar a Mejor Filme Internacional, se estrenó al fin en Chile bajo una modalidad inesperada: a través de Netflix, un streaming que cada semana lanza nuevas series y largometrajes, pero que ocasionalmente son de calidad. Su catálogo de cintas europeas es escaso -su principal falla-, por lo que el debut de Otra ronda es motivo para celebrar en grande. Que quede claro: se trata de la mejor cinta del último año.

Mads Mikkelsen, conocido por interpretar a Hannibal Lecter en la serie de televisión Hannibal y al villano de James Bond en Casino Royale, se une nuevamente al director Thomas Vinterberg (con quien antes hizo la perturbadora La cacería) para ofrecer su mejor actuación hasta ahora, lleno de detalles, gestos, miradas y diálogos que muchas veces descolocan e incomodan. Otras veces hacen reír o asombran, como su alucinante escena de baile, que es mejor ver. Su personaje, de un profesor de historia que aburre a sus alumnos y que va irremediablemente a la baja en su vida -y se hace el contraste de que alguna vez fue pura vitalidad-, se transforma con alcohol y ofrece momentos graciosos, aunque siempre se delata que hay un dolor interior que no cesa del todo y que el problema es más profundo.

Otra ronda es una película compleja, porque los cuatro protagonistas llevan vidas en apariencia felices -cenan en un restaurante de lujo cada vez que se juntan, tienen casas preciosas y modernas, vidas armadas y económicamente tranquilas-, pero es solo una cáscara. No son tan viejos como para pensar en jubilarse, pero tampoco son jóvenes como para andar de fiestas y la energía falta. Y harto. Laboralmente consiguieron algunas metas y otras no y la medianía de edad les pasa la cuenta. Son una generación intermedia, que logró lo que pudo y se frustró por lo que no consiguió. Se quedaron sin planes para esa edad.

La película transita entre la comedia negra y el drama y esa dificultad para encasillarla es parte de sus atractivos. La premisa que plantea descoloca, es subversiva y políticamente incorrecta para estos tiempos. La sensación de que estás viendo algo que no se parece a ninguna otra cinta es otro punto a favor. Con probabilidad, de haberse hecho en Estados Unidos, tendría una lectura moralista respecto al alcohol, pero acá no hay nada de eso: no es pro ni anti alcohol. Al director no le interesa entrar en esa disyuntiva y se la deja al espectador. Donde sí indaga, o abre la conversación, es sobre por qué las personas con grados alcohólicos en la sangre, en muchos casos, bajan la guardia y se muestran realmente como son. ¿Las cervezas y el vodka desinhiben o es debido a la estructura social, a medida que pasan los años, que nos volvemos más grises, contenidos y aburridos y el alcohol pasa a ser una excusa para soltarse?

La respuesta no está en el largometraje, afortunadamente, porque eso sería muy aburrido. Flota una sensación de tristeza en todo el metraje y probablemente algo de ello obedezca al contexto en que Thomas Vinterberg filmó: su hija de 19 años, que iba a actuar en la cinta, murió en un accidente automovilístico cuando el rodaje llevaba cuatro días. Otra ronda, dijo, lo mantuvo alejado de la locura y se la dedicó a ella. Pero, extrañamente, la cinta nunca renuncia del todo a la diversión. Hay una vitalidad en cada escena donde los protagonistas están al borde de la borrachera que va en sentido opuesto a lo que uno podría esperar, porque el alcohol resulta un arma de doble filo para sus vidas. Esa aparente contradicción complejiza una sola lectura y hace que Otra ronda se te quede en la mente durante mucho tiempo. Como suele pasar con las buenas películas.

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