Un nuevo mapa político en el país

FOTO: DEDVI MISSENE

Lo sucedido esta semana en el Senado, más allá de las acusaciones cruzadas entre oficialismo y oposición, marca un profundo cambio en la correlación de las fuerzas políticas y deja definitivamente atrás los equilibrios que primaron tras el retorno a la democracia.



La elección de la mesa del Senado dejó tras de sí una ola de recriminaciones, disputas y cuestionamientos. “Cuando se rompen las confianzas, como lo hizo la derecha, las instituciones se debilitan”, aseguró el Presidente de la República, mientras que el timonel de la UDI lamentó que el Ejecutivo “haga de esto un punto político” y lo llamó a cuidar “el clima” de la discusión. Molestia también hubo al interior del propio oficialismo y en sectores del PPD se acusó al gobierno de “vetar” a Pedro Araya para presidir la testera. Todo ello tras el fracaso del acuerdo administrativo alcanzado en 2022 entre la UDI y el oficialismo para distribuir la presidencia de la corporación durante los cuatro años de gobierno de Gabriel Boric. Según el pacto, en esta ocasión le correspondía al PPD presidir el Senado, lo que iba acompañado de un cambio en la integración y el equilibrio de las distintas comisiones. Pero finalmente el cargo recayó en el RN José García.

El centro de la discusión fue la Comisión de Hacienda donde, según el documento del acuerdo, uno de los cupos le correspondía a la “DC/Ximena Rincón”. La senadora que renunció a ese partido y hoy preside Demócratas aseguraba que el puesto le pertenecía, pero en el oficialismo insistían que era un cupo de la DC. En medio de las recriminaciones, en la oposición sostienen que lo sucedido se explica porque el gobierno prefería perder la testera del Senado con el fin de mantener el control de la Comisión de Hacienda, mientras que en el oficialismo responsabilizan abiertamente a la UDI de desconocer el acuerdo para aprovechar la nueva correlación de fuerzas en la Cámara Alta. Pero más allá de las acusaciones cruzadas y las denuncias de falta de transparencia sobre los verdaderos motivos, la relevancia de lo sucedido va más allá y marca un antes y un después en la correlación de fuerzas políticas, cuyas consecuencias aún están por verse.

El Senado contará ahora con una nueva mayoría de 27 escaños para la oposición frente a los 23 del oficialismo, dejando definitivamente atrás el empate a 25 que surgió de las elecciones de noviembre de 2021. Un giro que comenzó a fraguarse tras la salida de los senadores Rincón y Walker de la DC hace poco más de un año y la creación de Demócratas. Cercanía de propósitos que en parte se hizo evidente tras el triunfo del Rechazo en el plebiscito constitucional del 4 de septiembre de 2022 y que desde entonces se ha venido afianzando. Un paso en ese sentido fue la firma del “Compromiso por Chile” a inicios de marzo, al cumplirse un mes de la muerte del ex presidente Piñera en el que participaron además de Chile Vamos, Demócratas y Amarillos. Pero no cabe duda de que los acontecimientos de esta semana consolidan ese giro, al unir a sectores de la ex Concertación con la centroderecha, en una alianza que diseña un nuevo mapa político en el país.

Los alcances de esta nueva distribución de fuerzas están aún por verse. El primer paso será lo que suceda en los próximos días con la elección de la mesa de la Cámara Baja donde, según el acuerdo administrativo, le tocaría en esta oportunidad al Partido Comunista asumir la presidencia. Sin embargo, es claro que la apuesta de esta nueva alianza va mucho más allá de cómo se organicen administrativamente el Senado y la Cámara de Diputados. El reflejo que tenga, por ejemplo, en las negociaciones para los comicios municipales y de gobernadores y, el próximo año, en las elecciones legislativas y presidenciales será clave para definir su real proyección. Parece claro, en todo caso, que la correlación de fuerzas que primó en los 30 años posteriores al retorno a la democracia y que comenzó a desdibujarse tras el triunfo de Gabriel Boric y el Frente Amplio en las elecciones presidenciales de 2021, quedó definitivamente atrás.

Ante este panorama, el desafío de Chile Vamos y de los sectores exconcertacionistas reunidos en Demócratas y Amarillos es convertir esta nueva alianza política en una mayoría electoral clara en las próximas elecciones. Ello exige compartir un proyecto común que vaya más allá de la sola oposición al actual Ejecutivo. De cómo se resuelva ese proceso dependerá si esta nueva mayoría logra consolidarse en el tiempo. Por su parte, el gobierno en los dos años que le quedan debe asumir la actual realidad del Congreso, más allá de las recriminaciones y acusaciones cruzadas sobre el clima crispado que dejaron los sucesos del Senado, y planificar sobre esa base la discusión de sus reformas. Tras confirmarse que no tendrá mayoría en ambas cámaras, el único camino para sacar adelante algunas de sus iniciativas será redoblar sus esfuerzos para alcanzar acuerdos y estar dispuesto a ceder, y no persistir en el voluntarismo que lo ha caracterizado en estos dos años.

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