La columna de Javier Vega: “Chile: de la burocracia a la prosperidad energética”

La columna de Javier Vega: “Chile: de la burocracia a la prosperidad energética”

"Es curioso que, teniendo una verdadera fortuna bajo nuestros pies, en vez de convertirnos en un real aporte al mundo en materia de transición energética, estemos entrampados en una burocracia de permisos que retrasan los proyectos de inversión".


Un barco está más seguro en el puerto, pero no es para eso que los barcos fueron construidos.

El precio del cobre escaló estas semanas a niveles cercanos a los US$5 la libra para recordarnos que fuimos privilegiados con uno de los principales insumos de la transición energética. Tenemos además litio en abundancia y el potencial de producir hidrógeno verde, que, sumado a las tierras raras, se constituyen en un verdadero pack virtuoso con impactos exponenciales en la economía mundial.

Parafraseando a los griegos, tenemos los cuatro elementos esenciales para la construcción de un futuro energético sostenible y podemos tener un rol clave en la evolución hacia fuentes de energía más limpias y eficientes.

Pero tal como un barco en el puerto, los minerales en la tierra o el mero potencial para el desarrollo de energías limpias no sirven de mucho. Es curioso que, teniendo una verdadera fortuna bajo nuestros pies, en vez de convertirnos en un real aporte al mundo en materia de transición energética, estemos entrampados en una burocracia de permisos que retrasan los proyectos de inversión -algunos hasta en casi una década-, se discutan formas de seguir esquilmando las iniciativas con impuestos cada vez más altos y se busque rigidizar aún más el mercado laboral con una lógica del siglo pasado.

Esto impacta en nuestra capacidad para atraer inversionistas. En el ranking que mide el Instituto Fraser en atracción de inversiones mineras, Chile cayó por quinta vez consecutiva y quedó relegado en el puesto 38. Algunas de las razones esgrimidas para la caída fueron la inseguridad sobre qué áreas serán protegidas por la legislación y la incertidumbre respecto de la aplicación de las regulaciones existentes. De hecho, en el ranking de políticas – que se compone de respuestas en la encuesta sobre factores políticos que afectan las decisiones de inversión- nuestro país retrocedió hasta el puesto 49 (entre 86 zonas).

Las cifras recientes en materia de inversión reflejan estas dificultades. En el primer trimestre de este año la formación bruta de capital fijo retrocedió 6,1% anual, su peor desempeño desde fines de 2020, en plena pandemia. Pese a que el ritmo de caída se ralentizó en relación con los trimestres previos, el nivel de inversión en el primer cuarto de 2024 está prácticamente igual que hacia fines de 2019, previo a la pandemia.

Las menores tasas de interés, precios de los commodities más altos -en especial el cobre-, y un mercado internacional más dinámico, con mayor apetito por riesgo, son buenas noticias que ayudan a atenuar los magros resultados recientes. Sin embargo, se necesita mucho más que factores exógenos para aprovechar todo el potencial que tiene nuestro país.

Si queremos dar un salto relevante en materia de inversión, es fundamental dejar de lado las agendas ideológicas y destrabar la permisología, reducir los impuestos para dejarnos en niveles competitivos, flexibilizar el mercado laboral y dar certezas jurídicas a los inversionistas. De lo contrario el barco, tal como ocurrió en el paro reciente, seguirá varado en el puerto.

*El autor de la columna es economista.

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