La derecha y la izquierda




Nuestra política todavía está dividida de acuerdo a las categorías del siglo XX: la "derecha" y la "izquierda". A riesgo de ser simplista, la derecha enfatiza la libertad individual como el único objetivo y los mecanismos de mercado como el principal medio para asegurar la libertad. Por otra parte, la izquierda valora la igualdad entre las personas; y el medio principal para alcanzarla sería la acción estatal.

Todas las sociedades exitosas han logrado superar esta dicotomía y armonizar los extremos (libertad-igualdad; mercado-estado) de manera virtuosa. Las sociedades capitalistas desarrolladas son economías de mercado con una alta dosis de libertad individual. Sin embargo, los mercados deben desenvolverse dentro de una intrincada trama de regulaciones que buscan asegurar que las acciones individuales se compatibilicen con el bien social. Al mismo tiempo, la igualdad de oportunidades es un valor profundamente arraigado en las sociedades democráticas desarrolladas, si bien alcanzado aún de manera muy imperfecta.

¿Y nosotros? Todavía estamos enfrascados en si la libertad o la igualdad, que si el mercado o el Estado. Los de izquierda creen en un Estado todopoderoso que no existe en ninguna parte, los de derecha en mercados idealizados que distan mucho de los que se observan en la realidad. La izquierda deplora la desigualdad y demoniza al mercado; la derecha se queja de las cortapisas a la iniciativa privada y de la ineptitud del Estado para resolver problemas.

Los objetivos de la izquierda (igualdad de oportunidades) bien pueden ser perseguidos ya sea por la acción del Estado o por la intervención en los mercados. Pero la izquierda parece no interesarse solo en el fin, sino que también está obsesionada por los medios: la acción del Estado es el único medio aceptable, se desconfía en el mercado y se demoniza el "lucro". Es así como se desperdicia un instrumento potente de acercarnos al fin propuesto y se confía en uno (el Estado) que ha demostrado ser mucho menos omnipotente y más torpe que lo que se creía.

Convengamos en que los fines de derecha e izquierda (libertad e igualdad) son ambos valiosos. Ellos conviven dificultosamente. Una mayor igualdad bien podría conllevar menor libertad y viceversa. Por ejemplo, para dar mejor educación a los niños pobres, el Estado necesita recursos; y ellos solo pueden venir de mayores impuestos, que a su vez implican menores ingresos privados, y menor libertad.

Con respecto a los medios (mercado-estado), conviene ser pragmático y no descartar soluciones a priori. Esto no nos ha hecho bien en el pasado y no lo hará en el futuro. Para ello, debemos abandonar los prejuicios que dominan la discusión pública, tales como la desconfianza de la acción individual mediada por mercados o de la deificación del Estado como único instrumento capaz de alcanzar el bien común.

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