George Harrison, The Concert for Bangladesh y el primer show a beneficio de la historia
Planeado para ir en ayuda de refugiados de la guerra en Bangladesh, el ex beatle organizó en 1971 el primer evento que reunió a estrellas del rock para juntar fondos, a solicitud de su amigo y mentor, el músico indio Ravi Shankar. El show, considerado un antecedente para iniciativas como Live Aid, fue considerado un éxito en su momento, pese a varias dificultades que complicaron su resolución. Hoy, vuelve a estar disponible en las plataformas de streaming.
“Gracias. Si les gustó la afinación, espero que disfruten el show mucho más”, dice en un modulado inglés, un sorprendido Ravi Shankar, cuando el público del Madison Square Garden aplaudió las primeras notas que escucharon de esos extraños, voluminosos, imposibles, instrumentos musicales indios en el escenario.
Esa noche, la del 1 de agosto de 1971, no solo la introducción al concierto, con Shankar y sus músicos, resultaba novedosa para la audiencia occidental. Se trataba de una iniciativa sin precedentes. Un espectáculo que reunía fondos para ir en ayuda de una lejana, oscura y difícil zona del tercer mundo asolada por la guerra, la hambruna y los conflictos políticos. Un antecedente de lo que serían años después eventos como Live Aid, o el concierto que prepara Lady Gaga para apoyar a la Organización Mundial de la Salud, programado para este sábado 18 de abril.
Bangladesh, o Pakistán oriental -como se le conocía por entonces-, era un pequeño territorio antaño parte de la India, pero que tras la independencia del país en 1947, decidió anexionarse a la República de Pakistán (de mayoría islámica) al considerar que no era tomado en cuenta por el gobierno central indio. Así se originó una partición insólita: Pakistán al occidente de la península índica, y el su territorio satélite, al oriente, separados por casi mil kilómetros.
Pero entre ambos territorios no hubo mayor sintonía. Pronto la discriminación, política, económica, cultural y étnica por parte del estado de Pakistán condujo a que Bangladesh declarase su independencia en marzo de 1971. La respuesta pakistaní fue una represión brutal. El ejército atacó a la población civil, apresó y ejecutó a líderes bengalíes y miles de refugiados se desplazaron hacia Calcuta. Para colmo de males, solo en noviembre del año anterior un ciclón había devastado la costa, obligando a no menos de 500.000 personas a buscar ayuda.
“Mi amigo vino a mí con tristeza en los ojos”
Apenas unos destellos del conflicto llegaron a occidente. En los noticiarios de Los Ángeles, California, era una más de esas guerras entre naciones lejanas con imágenes de muertos, que de cuando en cuando se cuelan en el recuento de novedades en el mundo. Pero eso no pasó por alto para el músico indio Ravi Shankar, cuyo padre era precisamente oriundo de la zona. El intérprete del sitar por entonces todavía conservaba familiares allí. Solo una idea se fijó en su mente: debía hacer algo para ayudar.
“Estaba leyendo y recibiendo noticias en televisión sobre la terrible tragedia, los cientos de miles de refugiados que venían a Calcuta y su difícil situación -recuerda Shankar en la biografía Behind the Locked Door (Omnibus Press, 2013), que Graeme Thomson escribió sobre el ex Beatle-. Todo fue tan horrible, pero casi nadie lo sabía. Estaba en este terrible estado mental cuando George vino a Los Ángeles por unos días”.
Ambos se habían conocido en los días de la beatlemanía. George había comprado un sitar barato tras escuchar un disco suyo y lo usó en un arreglo para la canción Norwegian Wood. Desde entonces estaba intersado en conocerlo. “Tuve el presentimiento de que algún día nos encontraríamos”, cuenta en el libro The Beatles Anthology. En junio de 1966, se dieron la mano por primera vez en la casa del presidente de Asian Music Circle, una asociación que difundía música india, a la que Harrison se había acercado. Ambos conectaron. En septiembre, tras la última gira internacional de los fab four, el guitarrista pasó seis semanas en la India; vivió en una casa en medio de los Himalayas, comenzó a practicar yoga y recibió lecciones de sitar por parte de Shankar. Allí se fraguó una amistad.
Doce horas al día, llamando músicos, mánagers y técnicos, pasaba George Harrison. Todo fue como un impulso. En un estudio en Los Ángeles, Shankar le había comentado la situación de Bangladesh, con algo de angustia. “Le dije que sentía que tenía que hacer algo, y que había decidido hacer mi propio concierto para recaudar dinero -recuerda el músico indio- Inmediatamente llamó a sus amigos”.
Por esos días, si había un ex Beatle que gozaba del éxito era Harrison. Su debut como solista, el imprescindible All things Must Pass, había logrado el número uno en los charts, merced a una colección de canciones bien trabajadas, un single arrollador My Sweet Lord -pero que le traería una demanda por plagio-y el recuerdo de sus últimos temas para The Beatles, como Something y Here comes the sun.
Aunque era primera vez que se organizaba un espectáculo a beneficio, y había mucho por hacer, Harrison no desentonó. En solo seis semanas -con ayuda del exmanager de los Beatles, Allen Klein- consiguió una fecha en el Madison Square Garden, comprometió la participación de figuras como Eric Clapton y Bob Dylan y hasta grabó -a toda prisa- un single de promoción llamado -apropiadamente- Bangla Desh, acaso una de las pocas muestras de canción activista que grabó el músico en vida. “Mi amigo vino a mí/con tristeza en los ojos/Me dijo que necesitaba ayuda/Antes que muriera su país”, canta.
A pesar de que su larga barba y espeso cabello acentuaban cierto aire espiritual, en la conferencia de prensa del 27 de julio, George Harrison estaba a un tris de estallar. Poco interesados en los detalles del show, los periodistas insistían en preguntarle si acaso el espectáculo propiciaría una reunión de The Beatles y le inquirían como llevaba ser la estrella de la jornada. George, resignado, intentó ser cortés y responder. Pero sabía que el fantasma de los fab four todavía rondaba sobre él. Y eso, a veces, podía ser muy pesado.
Lo que pocos sabían, es que ya se había hecho la gestión para invitar a cada Beatle por separado al evento. McCartney rechazó con energía la idea; todavía estaba resentido por el final del grupo y más cuando supo que Klein estaba involucrado. Lennon, en principio aceptó, pero puso como condición que se invitase formalmente también a Yoko Ono, a lo que George no estaba dispuesto. Finalmente, solo Ringo Starr -quien interrumpió el rodaje de una película en la que participaba- llegó hasta el show. Tiempo después, afirma el biógrafo, Harrison reconoció que haber tenido a los cuatro Beatles reunidos, aunque fuera en shows individuales, habría eclipsado la motivación del concierto.
Un sacrificio
Pronto comenzaron los ensayos. Poco a poco los músicos se presentaron, algunos sin saber muy bien de qué iba todo el asunto. La banda principal estaba integrada por Billy Preston, el tecladista Leon Russell, el alemán Klaus Voorman, y un grupo de coristas encabezado por Claudia Lennear, la cantante de soul que había sido voz de Joe Cocker, Ike Turner, y que se dice, habría inspirado la canción Brown Sugar de los Rolling Stones tras algunas salidas con Mick Jagger -de todas formas ella le escribió de vuelta Not At All-.
Pero Harrison aún estaba inquieto. Había elegido a su amigo Eric Clapton para que tocara la guitarra solista y él no daba señales de vida. Por entonces, “slowhand” pasaba los días sumido en la depresión, la adicción a la heroína y la pena negra del rechazo de Pattie Boyd, la mujer de George, cuando le declaró su amor al calor de una copa de vino. Las llamadas iban y venían a cada lado de atlántico. Una mañana a George le dijeron que Eric estaba “demasiado enfermo” como para viajar. De inmediato buscó reemplazantes. En principio preparó a Peter Frampton, quien había trabajado en algunas sesiones de All Things Must Pass, pero finalmente el elegido fue Jesse Davis, guitarrista de Taj Mahal, quien conocía a varios de los músicos de la jornada.
El otro nombre que se le estaba escapando era el de otro amigo suyo. Bob Dylan no tocaba en vivo desde su participación en el Festival de la Isla de Wight dos años antes. Harrison le había convencido de que era un buen momento para reaparecer en público. Sin embargo, el de Minnesota no se había presentado a los ensayos y no le había confirmado a nadie su asistencia.
Finalmente, ambos aparecieron en el último ensayo. Harrison conversó en privado con Dylan, mientras que Clapton andaba a los tumbos cargando una guitarra Gibson Byrdland. Hubo que encargarse de cuidarlo y llevarlo a todas partes. Lo único que hacía era pedir heroína. Enviaron a un asistente a recorrer Nueva York buscando un poco. Finalmente, le consiguieron metadona. Lucía como un fantasma. No cruzó palabras con Pattie.
El gran día se acercaba, y Harrison lucía una tensa calma. Como si el protagonismo forzado no le sentara cómodo. “Definitivamente estaba nervioso por eso”, dice Chris O’Dell, quien trabajaba en Apple, era pareja de Russell y participó en la organización del evento. “Eso fue que George realmente se estaba yendo por las ramas. Pudo haber fallado miserablemente, tuvo que llevar sus propios límites muy lejos, ser la persona clave en un concierto y creer que personas como Bob Dylan, a quien realmente respetaba, estarían dispuestos a hacerlo y subir al escenario gratis. Ese fue su sacrificio por Ravi”.
Invocando al espíritu utópico
El primero de los dos conciertos fijados para ese día comenzaba a las 14.00 horas, mientras que el segundo era la función nocturna de las 20.00. No hubo mayor diferencia entre uno y otro. Harrison, vestido de blanco, tenía estudiado lo que haría. Sabía que la gente le esperaba a él (al fin y al cabo el show se había anunciado como George Harrison y sus amigos), entonces decidió salir como maestro de ceremonias, explicar de qué se trataba todo y presentar el primer número: Ravi Shankar, en sitar Ali Akbar Khan en sarod y Alla Rakha en tabla. La gente toleró la música india, sin comprenderla del todo. Por ello aplaudieron tras escucharles afinar, pues pensaron que se trataba de una pieza musical.
“A diferencia de Live Aid, el heredero natural de Concert For Bangladesh celebrado en 1985 para aliviar la hambruna de Etiopía, Harrison quería que el contenido musical reflejara de alguna manera la causa: el subtexto dejaba claro que esta no era una relación pobre que llegaba a Estados Unidos con su pidiendo limosna, sino más bien una región culturalmente rica”, escribe Thomson.
Luego subió el mismo Harrison junto a sus invitados a tocar un set más bien desordenado en que incluyó algunos temas de All Things Must Pass (Wah Wah, Beware of Darkness) y dos versiones de The Beatles (While My Guitar Gently Weeps y Here comes the sun junto a Pete Ham de Badfinger). También dio espacio para Russell (con una versión de Jumpin’ Jack Flash), Preston (That’s the Way God Planned It) y a Ringo con su hit It don’t come easy que él había compuesto. Clapton estaba tan mal que en un momento se desmayó y los roadies debieron sacarlo del escenario.
A pesar de la conversación en la noche anterior, nadie sabía si Dylan llegaría ese día. Menos si volvería en la noche. Lo cierto es que el cantautor estaba terriblemente nervioso. Subió a escena y tocó un set en que reunió algunos de sus éxitos como A Hard Rain’s A-Gonna Fall, Blowin’ in the Wind, Mr. Tambourine Man, It Takes a Lot to Laugh e It Takes a Train to Cry. Sin mayor ánimo, apenas sonrió, aunque hizo alguna broma con George cuando este lo acompañó a la guitarra.
Para el final, la banda de George regresó a escena y despachó versiones de Something, My Sweet Lord, Hear me Lord, y Bangla Desh. El público aplaudió a rabiar. George por fin respiró tranquilo. En los camarines, entre abrazos, todos parecían satisfechos. El grupo se fue a un club nocturno en Manhattan, donde siguieron tocando toda la noche. Dylan abrazaba a Harrison, mientras Clapton se dedicó solo a consumir heroína.
Las críticas del show, aparecidas en las revistas musicales, fueron muy favorables. Para Rolling Stone, se trataba de un momento que había logrado mantener por un instante el “espíritu utópico” de los sesentas, que se diluyó tras la gran resaca de Woodstock. Otros, como The Village Voice, rescataron la calidad del concierto, pese a la premura con que se organizó. “Increíblemente, el espectáculo de beneficios organizado rápidamente de George Harrison para los millones de personas que murieron de hambre y murieron en el este de Pakistán cumplió con las expectativas. Comenzó como un evento, y llegó a cada punto que cualquiera podría haber pedido”.
El posterior lanzamiento del álbum y la película del concierto, le trajo dificultades a Harrison: mezclar el material grabado por tantos músicos a la vez, fue especialmente complejo. Además la compañía que manejaba a Dylan exigió editar el álbum por su cuenta. Todo se aplacó con difíciles negociaciones entre pasillos; ya que las ganancias se iban a donar, las discográficas también querían que se les garantizara un porcentaje por su trabajo de distribución. Como nadie quiso ceder, el disco (un triple LP) salió a la venta con un precio muy alto, lo que trajo muchas críticas al músico, quien incluso hizo gestiones para rebajar los impuestos al LP. Al fracasar, captó que la mancomunión entre la beneficencia y la gran industria era solo una ilusión difícil de consumar. De todas formas, para su consuelo, el disco fue un éxito en ventas. Un modelo había nacido.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.